Hasta ahora, los periodistas nos hemos limitado a culpar a las redes sociales del evidente auge de la extrema derecha y los nacionalismos en varios países del mundo: sus algoritmos benefician a los contenidos virales, que frecuentemente recurren a la mentira para lograr ser compartidos explotando las debilidades más innatas de la psicología humana. Por el contrario, los medios y quienes los construimos cada día nos erigimos como guardianes de la verdad: solo nosotros podemos asegurar contenidos informativos veraces, creados a partir de procedimientos de trabajo en los que la ética prevalece sobre cualquier otro condicionante. Supongo que ambas afirmaciones son ciertas: las redes sociales benefician a los discursos radicales y los medios son la única garantía para obtener noticias de verdad.
Sin embargo, no todo es blanco o negro. Si bien las redes sociales son el altavoz perfecto para los discursos radicales, también parece cierto que no son, ni mucho menos, donde germinan. Según el periodista Ryan Broderick, son los foros donde nacen en el entorno digital ideas extremistas que en el mundo físico tienen complicado eclosionar.
Broderick ha cubierto para 'BuzzFeed' casi todos los históricos eventos que durante los últimos años han cambiado la configuración sociopolíticas de importantes países, desde la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca hasta el triunfo del Brexit, el auge de la extrema derecha en Alemania, Polonia o Suecia, el triunfo de Rodrigo Duterte en Filipinas o de Jair Bolsonaro en Brasil, las protestas en Corea del Sur contra los planes de paz con su vecino del norte, el intento de secesión de Cataluña mediante un referéndum ilegal, la llegada de Matteo Salvini y compañía al gobierno italiano, los populismos de México e India, e incluso la violencia étnica y religiosa en países como Myanmar. En todos ellos hay un denominador común que actúa como pegamento: las redes sociales. Porque el trasfondo del éxito de estas ideologías se explica, posiblemente, en la combinación de crisis económica y populistas llamados a solucionarlas aplicando recetas tan radicales como sencillas, ya sea expulsión de inmigrantes para recuperar puestos de trabajo, enfrentamiento con las élites para castigarlas por la situación de la economía o reivindicación adulterada de la propia identidad para proteger a la ciudadanía de perversos poderes globales dispuestos a arrasar culturas, religiones y un statu quo amenazado, siempre, por los demás. Porque la culpa siempre es de otro, aunque el populista de turno lleve tiempo en el poder.
La teoría que explica Broderick en un artículo publicado en 'BuzzFeed', titulado 'Así es como radicalizamos al mundo', el periodista, además de entonar el mea culpa por la parte que nos toca a la hora de dar alas a discursos radicales (porque venden mucho y ofrecen clics, de ahí, por ejemplo, ese inusitado y repentino protagonismo de Vox en los medios españoles), explica el recorrido que el discurso extremista hace en Internet. Primero empezaría en foros, entre los que destaca Reddit, 4Chan, Gamergate, ForoCoches, Jeuxvideo.com o Ilbe Storehouse. La mayoría están enfocados en temáticas concretas, pero sus potentes comunidades discuten temas de diversa índole, formando familias de ideologías afines que encuentran en el foro a personas con sus mismos intereses e inquietudes. Se empieza a crear el filtro burbuja mediante la reafirmación de las propias ideas, retroalimentadas gracias a que otras personas piensan igual (y aportan nuevos puntos de vista en los que hasta entonces no se ha reparado).
El segundo paso supone investir a influencers: los mejores de cada foro, aquellas personas con mayor carisma y capacidad de comunicar, empezarán a cobrar un especial protagonismo y a difundir sus ideas también en redes sociales. Su condición de líderes virtuales permitirá que organicen campañas, ya sea de hostigamiento o viralización. Estarán naciendo, de este modo, improvisadas redes de trolls, que competirán a su vez con las supuestamente creadas por países como Rusia para influir en terceros. El objetivo de las primeras es más bien amateur. El de las segundas, no. Es probable que en ocasiones exista cierto trasvase entre ambas. También, que muchos trolls participan en el juego por dinero, donde las redes sociales juegan, de nuevo, un esencial papel: permiten forrarse publicando mentiras, sin que parezca que exista forma de frenarlo.
Un tercer paso supone, por fin, dar el salto al mundo real: algunas de estas redes de trolls decidirán crear movimientos más o menos antisistema. El periodista de 'BuzzFeed' cita como ejemplos a Proud Boys, Generation Identity o Brasil Livre. En ocasiones terminan por integrarse en instituciones tradicionales de la extrema derecha, como el Movimiento de Resistencia Nórida o PEGIDA. Hasta hace poco, la mayoría de estos movimientos sobrevivía como tal al margen del sistema, pero muchos de ellos han terminado por dar el salto a la política y reconvertirse en partidos que logran representación parlamentaria, cuando no el poder. Incluso entre la izquierda se han visto patrones similares, como sucede con Podemos en España, partido político de extrema izquierda nacido a raíz de las protestas del movimiento 15-M, que pidió durante semanas en las calles de Madrid, mediante una acampada, una regeneración política que sacase al país de la crisis y luchase contras las élites que supuestamente la habían causado; el movimiento nació en Internet, probablemente con un patrón muy similar al descrito por Broderick.
La pregunta es ¿cómo acabar con la desinformación? Los medios de comunicación, a pesar de tener ante sí la oportunidad de reivindicar su papel, también se encuentran con la dificultad de rentabilizar unos productos que durante dos décadas han regalado en Internet, pulverizando su valor mercantil, a cambio de un mercado publicitario cada vez más exiguo y en manos de los mismos gigantes digitales que dan pie involuntariamente a los discursos extremistas. Un círculo vicioso al que tratan de poner coto levantando muros de pago. Pero podría terminar agravando el problema.
Según un estudio realizado en Reino Unido por el Reuters Institute, las clases sociales más bajas obtienen información online de peor calidad. Mientras que el 57 % de los individuos de clases más altas acceden directamente a medios de comunicación, solo el 45 % de los de clases bajas lo hacen. La razón podría estar en el muro de pago: la gente con mayor poder adquisitivo se suscribe a medios de comunicación, que quedan fuera del alcance de quienes no pueden o quieren pagarlos, y que a cambio se pierden el acceso a fuentes de información fiables.
El estudio del Reuters Institute es muy interesante, porque también revela detalles como que el acceso a noticias a través de redes sociales es prácticamente el mismo entre las clases altas y las bajas (29 % frente a 28 %, por lo que es incluso menor entre las bajas) o que el 19 % de los encuestados de clases altas accede a 'The Guardian', frente al 9 % de las bajas. El diario es gratuito en Internet, aunque se sostiene con donaciones voluntarias. Así que aunque los muros de pago puedan ser, efectivamente, barreras para la expansión de la verdad en Internet y la vuelta a la prensa elitista de hace décadas, también es cierto que durante dos décadas los periódicos de mayor prestigio del planeta han estado al alcance de cualquiera y a coste cero, aunque en paralelo las mentiras y el extremismo han logrado secuestrar el debate político y triunfar en las urnas hasta hacerse realidad. Curiosidades del ser humano, tal vez.