Aunque es evidente que el futuro está en la red y que los contenidos gratuitos son muy apreciados por los usuarios, lo cierto es que hay algunos ejemplos que demuestran que si se ofrece un producto de calidad, el mantra de que nadie está dispuesto a pagar y que el papel ha muerto salta por los aires.
“Nadie quiere pagar por las noticias. Pero mucha gente quiere pagar por un buen periodismo”. Es la reflexión del cofundador de la plataforma holandesa de venta de artículos, Blendle, en una entrevista reciente. La compañía de Marten Blankestijn sin duda viene a dinamitar la creencia de que los usuarios jamás pagarían por leer artículos, como muchos vaticinaban en el momento de su lanzamiento. Dos años después, la plataforma es todo un éxito en Países Bajos y ya ha dado el salto a Alemania y EEUU.
Blankestijn asegura que la empresa crece en dos dígitos cada mes y la clave está en que las personas desean leer piezas como análisis de noticias, entrevistas largas o antecedentes de una historia porque son contenidos que les permiten ser más inteligentes. Y si el saber tiene un coste, a los usuarios no les importa pagarlo (prueba de ello es que la tasa de devolución del dinero tras leer un artículo es de tan solo el 5-10%).
En cuanto a los referentes de la prensa de calidad, “The New York Times” ya supera el millón de suscriptores digitales que, sumados a los del papel, superan en número de abonados a los que tuvieron en cualquier momento de sus 164 años de historia. “Financial Times” logra cerca de mil nuevos suscriptores a la semana gracias a ofertar suscripciones de prueba baratas. Y empresas y profesionales pagan entre 10.000 y 300.000 dólares anuales por leer informaciones de alta calidad de un digital puro como “Politico”.
Pero hay otro mito que se desmorona: el papel no ha muerto y hay varias razones para creerlo. Al periodismo de calidad le sientan bien las rotativas y es el soporte ideal para lanzar especiales a precios astronómicos para coleccionistas. El semanario alemán “Die Zeit” cumplió en febrero setenta años y lo celebró con un número exclusivo en el que afirmaba contar con dos millones y cuarto de lectores y una tirada de más de medio millón de ejemplares semanales (a 4,70 euros en quiosco). La suscripción cuesta 228 euros anuales, al igual que la de “The Economist”, y ambos asientan su éxito en la impresión. Por supuesto que la tendencia mundial no es la de mantener el papel: “The Independent” es el último grande en abandonarlo, pero no es posible desprenderse de este soporte de manera definitiva. Ya no solo por la dependencia económica, sino porque también juegan un papel importante componentes asociados con el formato impreso como el prestigio y la calidad.
La revista “Contently Quarterly” de “Contently” acaba de ganar el premio a mejor publicación en los Digiday Content Marketing Awards 2016. Aunque reconocen que la circulación es de unos 10.000 ejemplares distribuidos entre una lista VIP de ejecutivos del marketing, para ellos esta publicación es una de las cosas más importantes que hacen.
En España, un reciente estudio de la AIMC (Asociación para la Investigación de Medios de Comunicación) realizado entre el 24 de febrero y el 28 de marzo, muestra que los usuarios prefieren leer periódicos online a diario (49,6%), frente a los periódicos impresos (32,5%). Sin embargo, el porcentaje de lectores que se decanta por el papel si el periodo de referencia es un mes, asciende a 69,9% frente al 70,1% de los online. El porcentaje de lectores que lee en papel se ha reducido solo unas décimas respecto a 2015, que era del 70,4%.
Y si nos adentramos en el mundo de la literatura, los datos son aún más sorprendentes. En nuestro país, el mercado del libro digital se ha estancado, frente a la fortaleza del papel. Pero incluso entre los millennials la respuesta es apabullante: en una investigación llevada a cabo por Naomi Baron de la American University, el 92% de los estudiantes de diversos países aseguraban preferir los “libros de verdad”, antes que su homólogo electrónico.
De estos ejemplos no se puede inferir que todo el mundo vaya a pagar por leer contenidos o que las tiradas en papel se recuperen mínimamente. Pero sí muestran que para el periodismo de calidad no existen las barreras del soporte o el precio que funcionan en el periodismo convencional.