Mal pagados, haciendo una mayoría más de 40 horas semanales, el 82% de los periodistas consideran que la imagen de la profesión es mala y culpan esencialmente a los responsables de las empresas periodísticas. ¿Cómo es posible que nos encontremos con 23.000 estudiantes de periodismo en España, más cerca de 4.000 masters? Tal vez pervive una imagen romántica y glamurosa de la profesión que en nada se corresponde con la realidad dominante.
Uno de los grandes gurús de la profesión, Jeff Jarvis, nos pide a todos, pero especialmente a los profesionales de los medios, que “echemos a los que manipulan la conversación pública para fines más que codiciosos, para difundir su odio y bilis y racismo autoritario e intolerante. Apaguemos el foco sobre ellos”.
Volvamos a los principios sacrosantos de la profesión: por ejemplo, no mezclar la opinión con la información. Cada vez abundan más los bochornosos titulares en los que se opina y prejuzga algo que solo el lector debe decidir. Da vergüenza ver en los quioscos primeras páginas de relevantes diarios en los que una misma información se titula de manera diametralmente opuesta. Lo llaman periodismo de trinchera, pero debería llamarse periodismo basura.
Asistimos a un declive abrumador de la prensa escrita, que debería alzar el estandarte de la calidad. Difusión de “El País”, que llegó a vender cerca de medio millón de ejemplares: 59.000 ejemplares (-7%); “La Vanguardia”, 56.000 (-9,7%); “ABC”, 42.000 (-11%); “El Mundo”, 37.000 (-4,3%). El caso de los diarios económicos es patético: “Expansión”, 10.000 ejemplares (-5,9%); “Cinco Días”, 7.800 (-21,8%); “El Economista”, 3.700 (-20%). Están en la antesala de la desaparición.
Ya sabemos que la publicidad es lo último que se va de un barco mediático que naufraga. ¿Por cuánto tiempo? Los bloqueadores de publicidad se están disparando a nivel mundial, alcanzan ya a más de 300 millones de ordenadores y 530 millones de móviles. Hasta el FBI acaba de recomendarlos por razones de ciberseguridad. Total, la parte del león de la publicidad digital se la llevan las plataformas tecnológicas sin producir contenidos. A los editores les quedan las migajas, para alimentar a los pajaritos en los bancos del paro.