Para Jung, las sincronicidades son acontecimientos conectados los unos con los otros no a través de la ley causa-efecto, sino a través de lo que se conocía como “simpatías”. En la sincronicidad se da una coincidencia entre una realidad interior (subjetiva) y una realidad externa (objetiva), en la que los acontecimientos se vinculan a través del sentido que nosotros les damos. Tiene que ver con nuestras propias experiencias, sean reales y objetivas, o que provienen de sueños, pero que, en todo caso, unen en nuestra mente de manera no lineal acontecimientos, hechos, personas, situaciones, etc., que en el mundo de la bipolaridad, del blanco y negro, de lo binario, o sea el universo reducido de la causa-efecto, no tienen cabida.
El hombre ha construido un mundo de causa efecto, o sea la causalidad, en el que tratamos de regular todo para que nada quede sujeto al azar. Para este universo –que insistimos es pequeño- la casualidad no existe, sino sola la relación (o el condicionante) que determina un resultado a través del mecanismo causa-efecto.
El otro mundo de esa realidad (el universo cuántico) donde las leyes que nosotros aplicamos en el día a día a través del mecanismo dual (pensamiento positivo-negativo; blanco –negro; 0 -1, etc.) no tienen ninguna injerencia, porque la realidad fundamental de este cosmos (infinitamente grande) es que solo existe la casualidad. Y esto genera incertidumbre y la gente no quiere vivir en la incertidumbre.
Por eso nos han educado (y lo seguimos haciendo en una dualidad que nos lleva al pensamiento lineal). Y cada vez que éste no da respuesta a todas las infinitas preguntas que se nos presentan en nuestra existencia presente o a lo largo de toda nuestra vida, nos quedamos como huérfanos de respuestas y también de conocimientos.
Cuando queremos introducirnos en el mundo de casualidades queremos comprender determinados hechos, pensamientos y situaciones, pero que no los vamos a comprender, por nuestro hábito a ejercer las acciones, tomar decisiones y sencillamente pensar que lo hacemos con el mecanismo del pensamiento lineal. Por eso nos cuesta tanto comprender el sentido de la vida y nos perdemos siempre. Levantamos un muro que separa la causa-efecto (el mundo conocido de nuestra forma de razonar) de las infinitas posibilidades del universo global, del auténtico caos absolutamente alternativo que da cientos de miles de respuestas porque también por miles surgen las posibilidades que ese universo al que pertenecemos nos presenta.
Nos vemos confundidos con las especulaciones de nuestra mente porque tendemos a quedarnos anclados en el pensamiento dual que no es perceptivo (quita la capacidad perceptiva e intuitiva de nuestra respuesta a los hechos), lo que lo convierte en limitante y en una auténtica frontera para investigar más allá del camino que estamos siguiendo.
Pero existe un espacio mental muy nuestro que es mucho más profundo que el otro que puede percibir ese mundo de la causalidad significativa, lo que es la sincronicidad.
Cuando nos damos cuenta que tenemos un radar diferente, no una brújula que marca solo en un sentido el camino hacia el norte, nuestro pensamiento sincrónico es como un GPS, porque se convierte en un pensamiento liberador, no está atrapado ni en el tiempo ni en el espacio, y nos señala una meta y un camino en el que puede haber estaciones intermedias, caminos alternativos, de ahí lo del GPS.
Conecta el subconsciente y el consciente colectivo y esto es una maravilla, produce una sensación liberadora y de sentirse bien, cuando somos capaces de percibir y comprender esta sincronicidad.
¡Cuántas veces nos habrá ocurrido que un libro o un anuncio publicitario nos han dado la respuesta a esas dudas que continuamente nos estábamos planteando! O, por ejemplo, situaciones como que recordabas que tenías desde hace unos días la intención de llamar por teléfono a una persona y en ese mismo instante, es ella la que nos llama; o también, que hemos tenido un encuentro inesperado en un lugar que ni siquiera pensábamos o que hemos encontrado a la persona exacta cuando la necesitábamos apareciendo de la nada.
Es que todos hemos experimentado en alguna ocasión una coincidencia que nos ha llegado a parecer algo fantástico porque la teníamos en nuestra mente por improbable. Pero en realidad, es como si existieran conexiones entre sucesos, personas o informaciones a través de hilos invisibles que tan sólo podemos vislumbrar por momentos.
Según el afamado y reconocido psiquiatra suizo Carl Jung, esto no es casualidad, sino sincronicidad, uno de los aspectos más enigmáticos y sorprendentes de nuestro universo, en el que el espacio-tiempo de infinitas dimensiones ya no existe el esquema cartesiano dual, sino las infinitas posibilidades en el que la casualidad en alguna de las conexiones de una realidad cuántica subatómica se nos presenta como azar, pero surgiendo de las fuentes más profundas de nuestro inconsciente.
O sea que, se produce la simultaneidad de dos sucesos vinculados por el sentido, pero de manera no causal, sino por un proceso que une en nuestra inteligencia perceptiva acontecimientos interiores con otros exteriores de un modo que no se puede explicar (bajo el principio de causa-efecto) pero que tienen cierto sentido para la persona que los observa. Y esto suena más a nuestra posición en el universo, incluso nuestra imperceptible presencia como humanos dentro de una realidad humana de 7.600 millones de personas, pero que sin duda, en todas ellas y en nosotros hay conexión con el universo más allá del campo reducido de las normas de conducta dual a la que estamos acostumbrados. Esta apertura mental solo puede hacerse desde la casualidad y no la causalidad.
Esta observación que hace Jung que llega a la conclusión de que hay una íntima conexión entre el individuo y su entorno, es la que venimos defendiendo en estos años de nuestras aportaciones, especialmente cuando nos hemos dedicado a estudiar los comportamientos y la conducta humana, dentro del ámbito de la psicología social (las relaciones interpersonales y la gestión de las emociones).
Para Jung (también para nosotros) en determinados momentos se ejerce una atracción que acaban creando circunstancias coincidentes, teniendo un valor específico para las personas que la viven, un significado simbólico o siendo una manifestación externa del inconsciente colectivo. Son este tipo de eventos los que solemos achacar a la casualidad, el azar, la suerte o incluso a la magia, según sean nuestras creencias. Pero forman parte ineludible de ese universo gigantesco del que formamos parte y del cual debemos sentirnos parte.
La sincronicidad nos representaría en el plano físico, por ejemplo, la idea o solución que se esconde en nuestra mente, maquillada de sorpresa y coincidencia, siendo de esta manera mucho más fácil alcanzar.
Al igual que Jung, Wolfgang Pauli, Premio Nobel de Física, pensaba que la sincronicidad era una de las expresiones que caracterizaban al unus mundus, una realidad unificada de la que emerge y regresa todo lo existente. Coincidiendo esta concepción con la Teoría de la Totalidad y el Orden Implicado de la Mecánica Cuántica del físico estadounidense David Bohm.
Finalmente, si a esto le sumamos lo que la ciencia actualmente está más preocupada en demostrar como es la existencia de los “universos paralelos” que forman parte de una hipótesis de la física en la que entran en juego la existencia de varios universos o realidades relativamente independientes, entonces nos facilita la comprensión de la casualidad como la hemos explicado. Pero en realidad lo anterior obedece a ideas físicas bastante consolidadas.
Por ello, ante ese necesario ciclo de preguntas y respuestas que mencionábamos al principio, el mejor consejo no es encerrarse en una habitación con siete llaves y candados; por contario, abrir la ventanas al conocimiento y la exploración de la mente (nuestro microcosmos) en relación al universo total infinito y expandible del cual venimos, al que pertenecemos y por la misma amplísima razón de su naturaleza (infinita y sin límites) debemos pensar en consonancia, no quedándonos circunscritos a la dualidad y el pensamiento binario.
En otros términos, cuando todos utilizamos móviles de 5º generación y estamos inmersos en una realidad en la que a diario compatibilizamos la virtualidad con la realidad, de tontos sería querer permanecer atados a los teléfonos analógicos y con cable. Que esto sirva para comprender lo ilimitado de la sincronicidad y de la maravilla que puede operar en nuestra mente y sentimientos.