Una noticia ha pasado casi inadvertida: hace pocos días ha sido elegida como primera presidenta de Barbados, la nación insular del Caribe, Dame Sandra Mason. Esta nueva nación tomó en fecha reciente la decisión de convertirse en República, tras finalizar su asociación con la Corona británica. El próximo 30 de noviembre se pondrá fin oficialmente a su subordinación administrativa del Reino Unido, que ocupó la nación caribeña en 1625. La “Commonwealth”, ese invento para intentar prolongar la influencia inglesa, que llegó a agrupar a 54 países, se derrite.
Toynbee nos explicó con mucho detalle que las grandes civilizaciones surgen de un desafío natural, al que unas “minorías creativas” hacen frente con un resuelto liderazgo. Así las marismas insalubres de Sumer dieron paso a la primera civilización destacada, 45 siglos atrás, como narra con gran brillantez Samuel Noha Kramer.
Las civilizaciones insulares se cierran sobre sí mismas, como Pascua, o crean grandes imperios, como la isla británica. Los ingleses son un pueblo singular, con unas “minorías creativas” cultas y avanzadas, nítidamente separadas del pueblo llano incluso por un mismo idioma (el inglés de un hooligan y el de la clase dirigente tienen poco que ver), con la afortunada circunstancia de una masa relativamente dócil, que soportó estoicamente existencias rayanas en lo ignominioso a mayor gloria de sus explotadores. Hay magnífica literatura británica al respecto. La concepción isabelina del universo cuya clave es la armonía, que reside en la jerarquía y la subordinación del inferior al superior. La tragedia del rey Lear es un colosal exponente.
Así construyen el mayor imperio de la historia, sobredimensionado y ventajista, como la City. El imperio les ayuda contra los nazis en la II Guerra Mundial, amparados por los 500 destructores de los primos americanos. Terminada la guerra, y arruinados, empieza la debacle. El Brexit es un derivado del espejismo imperialista, parecido en eso al que mantiene Putin con “la mayor catástrofe geopolítica del siglo XX”, que no es más que la desaparición del imperio ruso.
El incierto futuro de la City
Pero volvamos a la City. Con motivo de los mencionados Papeles de Pandora, el prestigioso “New York Times” ha publicado algunas cifras reveladoras. Gracias en parte a los paraísos fiscales británicos y el entramado de la City, las corporaciones dejan de pagar una cifra estimada entre 245.000 millones a 600.000 millones de dólares al año, sin contar con las vastas cantidades de dinero que guardan los individuos extraterritorialmente. “El juego mundial del engaño –dice la crónica del Times- que han jugado durante décadas los ricos y sus funcionarios en la City, ha erosionado el estado de derecho y ha acabado con la confianza de la ciudadanía en el sistema”. Ante las cada día más evidentes consecuencias negativas del Brexit, el gobierno británico quiere revivir las artes oscuras de la City, bajos impuestos, regulación débil y cumplimiento laxo. Pero el viento de la historia sopla ahora en otra dirección y el Reino Unido no puede darse el lujo de tener una City sobredimensionada. Las autoridades comunitarias deberían estar atentas, más allá de Irlanda.
El nacionalismo que tanto cacarea el patético Boris Johnson es uno de los síntomas de decadencia que menciona Toynbee. Boris no es precisamente un exponente de la “minoría creativa”. Las civilizaciones decaen y se desintegran cuando sus líderes no saben reaccionar a los desafíos que se presentan. ¿Dónde están los líderes de elite británicos cuando Escocia amenaza con desgajarse? Toynbee concluye que las civilizaciones mueren casi siempre no por una amenaza exterior, sino por suicidio. Britania navega sobre aguas turbulentas y al capitán se le ha roto la brújula.