Algo importante se está moviendo: una ley promulgada en Australia ha desatado un efecto global. La normativa prevé un arbitraje obligatorio si no hay acuerdo entre los editores y las grandes tecnológicas. La Unión Europea está ultimando la aplicación de la nueva directiva de derechos de autor. El Gobierno español busca un acuerdo entre las organizaciones de editores y Google, Facebook y demás distribuidoras, que en realidad son editores sin control. Google se lleva entre el 60% y el 90% de la publicidad digital. A los editores les quedan migajas. Pero no estamos hablando de migajas: según un estudio encargado por Cedro, las compensaciones totales de las tecnológicas en España podrán llegar a los 263 millones de euros anuales.
Google precisamente está poniendo a punto un nuevo producto llamado Google News Showcase, agregador de noticas para móviles. Tienen la sartén por el mango y el mango también. No se trata de alcanzar pactos para pagar calderilla a los editores. Es el momento de ponernos serios y Google lo sabe.
La situación de los editores españoles es crítica. Los diarios nacionales registraron el año pasado una nueva caída en su facturación publicitaria de nada menos que el 47,1%, sobre sus ya muy mermadas cuentas, llevándose entre todos 69 míseros millones. Los diarios económicos experimentaron una merma de 36,8% y se llevaron 14,3 millones. Sus ingresos por venta de ejemplares son ridículas.
Otro aspecto del asunto es el espantoso horizonte actual de la información, plagada de falsedades por medio de boots pagados por intereses oscuros. Y una preponderancia intolerable del inglés como lengua franca, con sus sesgos partidistas y sus “burbujas de filtro”. Tiene razón Wolfgang Münchau, director de eurointeligence.com, en un artículo reproducido por “El País”, en el que propugna que la UE cree su propio espacio mediático. Con Gran Bretaña fuera de la Unión, no debemos permitir que los tabloides euroescépticos británicos llevan la voz cantante. Los debates sobre Europa en Twitter siguen estando dominados por británicos y norteamericanos, denuncia Münchau. Nuestros editores arruinados y encima perdemos el relato.