Los que me leen y conocen mi forma de pensar a lo largo de años y con más de 1.000 artículos escritos sobre liderazgo, saben que tengo la obligación moral de no quedarme al margen de los acontecimientos que estamos viviendo en los últimos días que involucra nada menos que al vicepresidente segundo del gobierno español, Pablo Iglesias y a un reputado periodista (muy mediático) que es Eduardo Inda.
A riesgo de insistir en que mi enfoque no pasa por intervenir ni a favor ni en contra de ninguna de las partes en litigio, sólo estoy poniendo de relieve el contexto en el que nos encontramos, para entonces derivar las consecuencias de circunstancias similares en otros países, por lo general en el tercer mundo.
En qué contexto nos movemos Supuestamente en el de máxima libertad de los ciudadanos. Un altísimo nivel de participación social gracias a las nuevas tecnologías, no por la propia estructura del sistema democrático que sigue -como siempre ocurre en la clase política- por detrás de los avances que las nuevas tecnologías nos brindan en cuanto a facilitarnos la vida.
Esto lo verificamos a diario, caso de las APP’s, que desde nuestros dispositivos móviles nos permiten hacer una compra en un hipermercado o reservar y pagar un viaje para el próximo fin de semana. Pero no confundamos facilidad con sometimiento a las leyes del consumo que el mercado nos va imponiendo, porque la tecnología lo cambia todo, incluso, hasta la forma de pensar.
Esto lo vemos a diario en las organizaciones que en los últimos años con la transformación digital han tenido que ir adaptándose a nuevos procedimientos, porque nada de lo que hacemos es igual a lo que hacíamos hace tan sólo cinco años. Esto ha provocado cambios sustanciales en el liderazgo, especialmente en los ámbitos del marketing y de la dirección de personas.
Libertad vs. tecnología
Pero no hay que confundir la libertad que nos brinda la tecnología con la otra libertad, la esencial, la que nos corresponde desde el minuto uno en que una persona viene a este mundo. Esta libertad, es el elemento esencial de los derechos humanos que deben regular la convivencia de los hombres y mujeres de las 198 naciones que conforman Naciones Unidas, que en principio y por definición no está cuestionada. Lo que sí está siendo cuestionado son los diferentes grados de ejercicio de esta libertad, por ejemplo, cuando trabajamos, cuando opinamos, cuando nos reunimos y tenemos puntos de vista distintos con amigos, cuando leemos un libro o vemos una película de la cual no compartimos su mensaje, pero lo aceptamos porque somos tolerantes, incluso, aunque nos incomode. Todo esto forma parte de nuestra vida cotidiana, las discrepancias y disidencias.
Cuando nos tratan de manipular desde un medio de comunicación tergiversando la información u orientándola de manera tal que la percepción que el ciudadano haga de ella sea sesgada, también es una forma de pérdida de libertad a través de lo que llamo y distingo: conculcar la libertad porque no se puede quitar la libertad.
En el caso que señalo del periodista Eduardo Inda, es absurdo siquiera imaginar que su libertad esencial como persona pueda ser arrebatada. Lo que sí puede suceder es que en esos grados de afección de la libertad de ejercicio profesional y de trabajo, pueda estar siendo afectada. O sea, que al Sr. Eduardo Inda no se le puede privar de la libertad como elemento esencial y derecho humano (porque es un planteamiento nulo de nulidad absoluta) pero que sí se le pueden conculcar aspectos parciales (sus trabajos, investigaciones, etc.) del que se vale para dar una información que sea veraz.
Cuando esto ocurre, como Inda denuncia ciertas trabas y problemas a los que se ha venido enfrentando, sigue teniendo su libertad esencial no comprometida, pero lo que ha ocurrido es que se le ha conculcado parte de esa libertad. Conculcar es algo que a veces puede ser muy sutil, pero dañar la actividad y la credibilidad profesional de un periodista, o también, de otro político opositor, a partir de hechos que no son reales, o que siéndolo, pudieron ser manipulados.
La libertad conquistada por los seres humanos no necesariamente ha sido respetada siempre por las clases políticas, especialmente en países del tercer mundo y con regímenes totalitarios o con sistemas de gobierno tildadas de democracias blandas.
Pero en España, la cuarta economía de la UE, que figura dentro de las doce primeras potencias del mundo, desde ya que a nadie se le puede pasar por la cabeza que un periodista pueda perder su libertad, porque es como pretender romper la ley de la gravedad. Sencillamente no se puede. Pero sí se le puede conculcar la libertad, o sea, una sucesión de hechos y acciones que amenazan su autonomía de trabajo y su independencia de criterio.
Conculcar significa quebrantar una ley, obligación o principio. También oprimir, vulnerar, infringir, violar, trasgredir, atropellar, escarnecer, pisotear, hollar, pisar, contravenir.
Justamente, entre sus antónimos, tenemos cumplir y respetar.
Sr. Inda: jamás en mi vida profesional he salido a defender o a atacar a nadie. Siempre he mirado desde el “atalaya” del liderazgo que me ha permitido ser un testigo – a veces muy sorprendido- de la historia de los últimos treinta años, en cuanto a la evolución de las organizaciones e instituciones, dentro del amplio campo de conocimiento que es el liderazgo efectivo y transformacional.
Por ello he aclarado más arriba que no entro en el cuerpo a cuerpo de las partes litigantes. Lo que sí destaco es que estamos asistiendo no sólo en España, sino a escala mundial, a una crisis muy fuerte en el liderazgo político. Si a esto le sumamos mi visión que hoy aporto de lo que significa la conculcación parcial (o muchas conculcaciones parciales) de la libertad de una persona, sin ni siquiera imaginar que la clase política pueda proponérselo, es el camino más directo al debilitamiento del sistema democrático y el estado de derecho.
En el estado de Pensilvania, Estados Unidos, un fiscal que defendía el homicidio accidental de una niña de la secta Amish, en su alegato final que lograra la famosa frase “guilty” de un jurado, dijo “el día que no haya justicia para cada uno de nosotros, será el día que finalmente no habrá justicia para nadie”.
Sr. Inda, independientemente de lo que los Tribunales de Justicia puedan sentenciar, al igual que en el caso de Pensilvania, el día que no podamos garantizar, que a ningún ciudadano, periodista o de cualquier profesión, que su libertad no sea conculcada, será el inicio de etapas posteriores oscuras en la que la conculcación de la libertad se convertirá en una conducta y jaqueará los cimientos del estado de derecho.
Conculcar es una forma de opresión. En cierto sentido es un robo de parte de nuestra liberad. Y aunque lo que se nos quite sea un gran intangible como es el pensamiento y la inteligencia para estructurar un artículo de opinión o dar una información, tiene en sí mismo más valor que cualquier bien material con el cual queramos compararlo, porque justamente no tiene precio porque su auténtico valor radica en lo que significa para los millones de personas que se informan a sabiendas que lo que leen es verdad. Y esta verdad…antes o después…será el único y verdadero valor al que nadie podrá conculcar.