Los medios de comunicación están cerca del abismo, pero pueden salir reforzados.
Un virus zoonótico (transmitido por animales salvajes a humanos) que ya conocíamos: el coronavirus SARS nació en China en 2002 y mató a casi 800 personas. Ahora, un pariente suyo, el Covid-19, ha parado el mundo. Un tercio de la humanidad se ha quedado en casa confinado. El Covid-19 tiene una carga vírica 1.000 veces superior al SARS y mata a más gente en un solo día en un solo país que en anterior coronavirus en toda su trayectoria. ¿No lo sabíamos? Estábamos perfectamente avisados, pero no cegó la esperanza, como ya lo ha hecho muchas veces en la historia de la humanidad. La Tierra tiene desde hace tiempo un Síndrome Respiratorio Agudo Severo (SARS) y el virus que la está matando somos nosotros. Gaia, la diosa griega de la Tierra, de la que formamos parte simbiótica, se está defendiendo, se autorregula exhausta.
Los humanos formamos parte de un sistema complejo que implica la biosfera, atmósfera, océanos y tierras, constituyendo en su totalidad un sistema cibernético y retroalimentado, que busca un entorno físico y químico óptimo para la vida en el planeta, tal y como lo enunció James Lovelock en 1969, apoyado luego por otros destacados biólogos. Lo bautizó como Gaia El premio Nobel de Literatura William Holding. La hipótesis Gaia ha tenido notable éxito y declinaciones. Se han celebrado nada menos que cuatro conferencias internacionales sobre el tema, la primera en Massachusetts en 1985 y la última en 2006 en Virginia.
La vida sobre la Tierra comienza hace 3.800 millones de años. ¿Cómo pasamos de ser una roca dando vueltas en el espacio, sin atmósfera, como por ejemplo Marte, a ser un planeta con una explosión de vida, con 7.700 millones de habitantes en la actualidad de los llamados Sapiens, con una temperatura global en la superficie que ha permanecido básicamente estable a pesar de un incremento notable de la energía proporcionada por el Sol? La composición de nuestra atmósfera (78% de nitrógeno, 21% de oxígeno y solo el 0,3% de dióxido de carbono) permanece constante, a pesar de que debería ser inestable. Somos el misterioso resultado de la vida que habita el planeta, especialmente de la vida llamada inteligente, que interactúa dentro de Gaia. Por cierto, que el Homo Sapiens ya ha exterminado al 80% de las especies supuestamente no inteligentes que habitaban la Tierra con nosotros.
Y la explosión demográfica del Sapiens no es asunto menor. Cuando yo nací en 1946 habitaban el planeta menos de 2.000 millones de Sapiens. Ahora somos 7.700 millones, en el curso de mi vida casi se ha multiplicado por cuatro. En el 2050, casi a la vuelta de la esquina, seremos en torno a 10.000 millones. En la frontera Sur del Mediterráneo puede haber hacia finales de siglo unos 2.500 millones de africanos que tendrán buenas razones para aspirar a emigrar a la frontera Norte del pequeño mar que los romanos llamaban Mare Nostrum. La explosión migratoria aún no ha comenzado. Claro que las cifras y las proyecciones varían sensiblemente según distintas fuentes, pero la tendencia de fondo es inapelable. Les recomiendo un interesante libro sobre demografía que firma el expresidente de Francia Nicolás Sarkozy.
Por cierto, que Sarkozy nombra con frecuencia a Jared Diamond como su historiador y antropólogo favorito. Su último libro “Colapso” está de rabiosa actualidad, pero el libro que le lanzó a la fama fue “Armas, gérmenes y acero”. Recientemente ha publicado junto con el prestigioso virólogo Nathan Wolfe, fundador de Metabiota, una explicación sobre el origen de Covid-19 que nos tiene encerrados en casa que no debe gustar mucho a los chinos. Afirma que ésta no va a ser la última gran epidemia, mientras los animales salvajes sigan siendo utilizados en China como alimento y en la medicina tradicional.
Ya nos lo advirtió el célebre físico británico Stephen Hawking repetidamente: “el mayor peligro para la humanidad es que, tanto por accidente como por diseño, creemos un virus que nos destruya”.
Pero volvamos a Gaia. Ha tenido y tiene numerosos seguidores de prestigio, astrónomos, antropólogos, biólogos, filósofos, etc. Hay todo un caudal de declinaciones y derivadas. Una de las más famosas es Medea, formulada inicialmente por Peter Ward. Medea es el prototipo de hechicera y mujer autónoma y poderosa. En la obra clásica de Eurípides, regala una corona de oro al rey que ha decretado su destierro. Al ponerse la corona (coronavirus?) muere horriblemente. Medea mata a sus propios hijos y huye en el carro de Helios. Ward nos previene de la venganza de Medea.
Otra declinación bastante horrible es la teoría Olduvai. Viene a decir que la actual civilización industrial desaparecerá en no mucho más de 20 años. Ya Lovelock nos advertía: “sospechamos que existe un umbral, un deterioro de la temperatura o dióxido de carbono, más allá del cual no hay solución ni retorno”. Coincide con varios científicos estudiosos de la actual emergencia climática que nos vienen avisando de que puede ser ya demasiado tarde para parar o revertir el calentamiento global. Más bien deberíamos prepararnos para huir en el carro de Helios, que es exactamente lo que preparan los supermillonarios visionarios como Jeff Bezos o Elon Musk.
Es interesante anotar que en numerosas culturas indígenas coinciden básicamente en una idea que se repite con diferentes formulaciones: la mente del hombre configura su entorno, hay una retroalimentación más allá de lo puramente físico. Los aborígenes australianos hablan de que la canción del hombre crea el mundo. El indio yaqui Don Juan enseña a Castaneda a detener su monólogo interior para separarse de la realidad que percibe, que es solo una ilusión creada comunalmente. En la Constitución de Ecuador hay una reminiscencia de la cultura indígena en la que se obliga a proteger a la Pachamama, la Madre Tierra. Una famosa carta del jefe indio Seattle, hacia 1985, contesta la oferta del presidente de los EEUU de comprar sus tierras: “no podemos vender lo que no es de nadie. Somos parte de la tierra y ella es parte de nosotros”. “Para el hombre blanco la tierra no es su hermano sino su enemigo. Trata a su madre, la tierra, y a su hermano, el cielo, como si fuesen cosas que se pueden comprar, saquear y vender, como su fuesen cuentas de vidrio. Su insaciable apetito devorará la tierra y dejará tras de sí solo un desierto”.
Análisis e interpretaciones en orden disperso
Cuando aún estamos en confinamiento, no solo en España sino en numerosos países, la Red empieza a llenarse de interpretaciones y crónicas de autor en orden llamativamente disperso. Los tenemos para todos los gustos, lo que pone de manifiesto el desconcierto general que reina, la falta de perspectiva de fondo. Uno de los primeros, ¡cómo no! Ha sido el provocador esloveno Slavoj Zizek, sociólogo, psicoanalista y critico cultural, adorado por un cierto colectivo antisistema. Acaba de lanzar en inglés “Pandemic”, un ensayo de 120 páginas en el que plantea nada menos la posibilidad de que el Covid-19 ponga de actualidad a Lenin. El dilema según Zizek es la alternativa del diablo: o comunismo reinventado o la barbarie. Pero, ¿se puede reinventar el comunismo, que ha causado en muy variados experimentos mucho más sufrimiento y muertes que casi cualquier ensayo de la sufrida humanidad? El esloveno debe sentir nostalgia de la Yugoeslavia de Tito y afirma que no cree en la solidaridad y la cooperación, que esta crisis ha puesto de relieve el instinto de supervivencia de cada uno, nada más. Estamos perdidos. Por el contrario, Ai Weiwei, el artista más importante de China, proclama “el capitalismo ha llegado a su fin”. “Pandemia: virus y miedo” de Mónica Müller es más ecléctico y, al igual de otros, incide en la necesidad de replantear la globalización. “Civilizados hasta la muerte. El precio del progreso” de Christopher Ryan, nos emplaza a cambiar las estructuras multinacionales jerárquicas por redes progresistas de pares y colectivos organizados horizontalmente. En general, hay varias coincidencias en acudir a nuevas formas de socialdemocracia. Menos individualismo y más poder comunitario, un nuevo humanismo. El capitalismo financiero desatado está en el ADN del coronavirus. Hay que liberarse de la tiranía del mercado. La renta básica universal toma un nuevo protagonismo. Piden la redistribución de los ingresos, la reducción del tiempo de trabajo, la frugalidad, la inversión en energías sociales, educación y salud. Se puede percibir un gran deseo de solidaridad social, de igualdad. Veremos a ver en qué queda todo esto cuando el mundo eche a andar otra vez. Pero no, no todo seguirá igual. Mientras tanto, se están forrando aún más los gigantes Google, Facebook, Alibaba, Amazon. Desde el punto de vista de la tecnología vamos a ver muchas cosas, algunas apasionantes. Una certeza: se va a disparar la inteligencia algorítmica, el análisis de datos con Inteligencia Artificial avanzada. Hagan cuentas.
El papel de los medios de comunicación
Lo ha dicho el millonario en ejemplares Yuval Noah Harari: “la mejor defensa contra los patógenos es la información”. Es difícil no estar de acuerdo, pero hay una restallante paradoja en marcha: cuando más se los necesita, lo medios están al borde del abismo, la publicidad ha huido en desbandada, en papel o digital, en todos los mercados avanzados y amenaza con extenderse por el mundo. La excepción son los medios globales de alta calidad, los “Financial Times”, los “New York Times”, “Washington Post”, “Wall Street Journal”, “The Economist”, etc. Todos en inglés. Todos caros de producir. Todos con ingresos sustanciales de suscripciones digitales.
Y hay más problemas: los medios locales sufren en primera línea. Los medios en papel diarios dejan de ser diarios, dos ediciones a la semana como mucho. O te digitalizas a toda marcha o mueres.
Nunca ha habido en el mundo tanta ansia de buena información, tanta audiencia insatisfecha Y no solo de hechos y números. La gente quiere explicaciones, contextos, perspectivas, futuro. ¿Cómo será el mundo cuando salgamos de nuevo a la calle?
“Suscríbete a los hechos”, dice el eslogan de un gran periódico en español. No basta con los hechos. No basta con una legión de columnistas, tertulianos y comentaristas. El mundo ahora es otro. El papel puede tener un papel de lujo, si acierta en proporcionar la perspectiva de fondo. El mundo va a pagar, incluso muy bien, por la muy buena información. Ahora es un bien precioso, estratégico, la gente quiere inteligencia clara y práctica. No solo un millar de “expertos” opinando. Hay que identificar colectivos, escucharlos y servirlos de muchas maneras. Y el comercio electrónico tiene que jugar un papel crucial. Y hay que reinventar la publicidad. No le digas a la gente lo que tiene que pensar, no les insultes, no alimentes la burbuja autocomplaciente. No tienes la verdad, porque la verdad es más que nunca poliédrica.
Y por supuesto que los medios necesitan ayudas del Estado, son solo migajas de inversión para encontrar el oro de la información de calidad que la sociedad precisa tanto como ahora respiradores. Oxigeno, por favor. Brújulas para navegar en la tormenta.