Destacan los programas de educación para el perdón para maestros en Belfast, Irlanda del Norte, Atenas, Grecia, Liberia, África e Israel.
Lo dice con contundencia: “¿qué otra virtud moral se refiere a la oferta de bondad, a través del propio dolor, hacia el que causó ese dolor? ¿Ves en esto la naturaleza heroica de perdonar cuando lo extiendes a otros?”.
A partir de Enright desarrollo en mi aportación de hoy, mi particular visión sobre el perdón y perdonar.
El perdón siempre es un camino hacia la paz, sea en las relaciones de pareja y familiares en general, como en un conflicto armado en el que las partes han tenido que sentarse a una mesa a firmar los acuerdos de paz y definitiva construcción de un futuro sin la violencia de la acción armada.
Cuando llegamos finalmente a perdonar, estamos finalizando sin darnos cuenta un proceso que ha llevado tiempo. No es inmediato, porque hemos tenido que hacer modificaciones internas en nuestro mapa mental de principios y valores, que sin cambiarlos porque son los que nos regulan, sí los hemos adaptado en parte para que nuestros pensamientos, emociones y acciones cambien respecto a esa persona u otras situaciones con las que manteníamos el conflicto.
Si el tiempo que nos ha costado decidir en perdonar lo empleamos bien en capitalizarlo y darnos (a la otra persona y a nosotros mismos) una nueva oportunidad, mejorarán las cosas respecto a la relación con esa persona. Pero además, será extensible en general a todo lo que nos rodea, porque se hace más fácil al simplificar de nuestra vida diaria el tiempo negativo que dedicamos a sentir rencor, desconfianza, remordimientos e incluso odio.
La solución a nuestro problema es sencilla: el perdón no requiere aceptar el comportamiento hiriente de una persona. Lo que sí debemos hacer es dejar de lado el odio y la ira antes de seguir adelante con nuestras vidas.
Consecuencias positivas de perdonar
- Nos permite reducir la ira como sentimiento poco saludable.
- Nos facilita reparar las relaciones rotas pero que aún tiene un resquicio de solución.
- Nos permiten reconocer el valor de la otra persona que no veíamos hasta ese mismo instante en que decidíamos perdonar.
- Ayuda a fortalecer nuestro carácter porque perdonando somos mejores personas.
- Permite que echemos una mano hacia esa persona que se equivocó con nosotros, por acción u omisión, lo que hace que esta ayuda sea una reparadora de la buena relación, llegando a recuperar en muchos casos aquella buena amistad que se había perdido.
La persona que recibe de otra el perdón como la que lo otorga, dan por hecho que es una cosa sencilla. Que requiere sólo la voluntad y la decisión de hacerlo, más allá de las circunstancias que han llevado a esa situación de ruptura, de dolor o de sufrimiento. Pero en los hechos no es así de simple.
Aunque pueda parecer una acción directa del corazón y la mente, subyace mucha fuerza descontrolada de odio en diferentes niveles, que pueden condicionar el perdón concedido de una persona a otra, sea familiar directo, amigo o relación estrictamente profesional.
Por aquello que se dice de “perdonar sí…pero olvidar nunca”, tampoco es una garantía para desarticular esos sentimientos negativos que llevan a ese odio que permanece como una fuerza oculta en el corazón. En la mente…¡ni hablemos! Porque predispone muy mal de la persona que perdona hacia la perdonada, ya que la realidad objetiva de la primera es que no ha sido capaz de catalizar ese sentimiento que le seguirá carcomiéndolo durante el resto de sus días si no hace nada al respecto.
De ahí que sea tan importante cambiar de actitud una vez que se toma la decisión de perdonar, porque esto significa no sólo el hecho de hacer borrón y cuenta nueva, sino erradicar cualquier emoción negativa o de desconfianza que se genere cuando tenemos relación (una simple conversación) con nuestro perdonado.
¿Cuáles son las fronteras del perdón?
Sin duda el orgullo es una frontera que con frecuencia es infranqueable. Que no permite que tanto los que otorguen perdón como los que lo reciben, puedan sentirse agradecidos por el gesto.
Incluso cuando se da el perdón, es el maldito orgullo el que nos juega la mala pasada de mantenernos viva la memoria de los por qué hemos decidido perdonar, lo que nos dificulta la tarea de lograr perdonar como se debe, sin trampas ni ataduras con corazones rotos y mentes indignadas sin posibilidad de reparación.
En el mejor de los casos, de correcciones a media de nuestras actitudes respecto de la persona a la que hemos dado nuestra bendición.
Compasión y perdón van de la mano. Son sentimientos concurrentes no antagónicos. Sin compasión no queda nada en las relaciones de nuestra naturaleza humana.
Cuando nos invade el rencor porque estamos resentidos con una persona, en cierto sentido sufrimos en una especie de aislamiento, porque no nos abrimos no sólo a perdonar a la otra persona, sino a nosotros mismos que nos estamos cerrando y condicionando actitudes como emociones.
Surge la ira y la amargura. El dolor en todas sus formas, porque no somos capaces o no tenemos el coraje de perdonar.
Cuando afloran estos sentimientos no es bueno mantenerse en ese compartimiento estanco de soledad y tristeza (porque lo hay). No es bueno arrastrarlos hacia delante ni cargar con ellos todo el tiempo. Es el perdón el que nos libera de la carga pesada de la amargura y el resentimiento.
Perdonar a alguien que te ha lastimado y provocado un dolor, desde ya que no es una decisión que nos resulte fácil o nos produzca alegría. Más bien nos chirría durante horas y días cuando aún estamos masticando ese “lo hago o no lo hago”, que también nos provoca sufrimiento.
El perdón requiere que hagamos los cambios necesarios en nuestra forma de pensar y ver las cosas. Porque los sentimientos y emociones también tienen que ver con nuestra particular manera de ver el mundo que nos rodea.