Pero desde esta tribuna no estamos para lamernos las heridas, sino para encontrar lugares comunes en los que podamos sentirnos que al menos en parte, cada una de nosotras/os estamos contribuyendo a la alegría de los nuestros y de nosotras/os mismos.
Definiciones como que “se llama alegría a la emoción o el sentimiento que se experimenta cuando algo provoca felicidad o júbilo.”, pertenecen a una categoría de explicaciones tradicionales de lo que entendemos por alegría. Pero lo importante al considerar este poderoso sentimiento, es que lo habitual es que la alegría se exteriorice mediante gestos, acciones o palabras.
Cuando nos ha ido bien en un examen para sacar el carnet de conducir, es un ejemplo claro de la alegría vinculada a un hecho que durante un tiempo nos mantuvo preocupados y dedicándole tiempo y esfuerzo a prepararnos para superar la prueba. Al mismo tiempo, alegría es cuando uno se reencuentra con un amigo o con un familiar lejano del cual no teníamos mucho contacto hasta días recientes.
¿Podemos considerar el estado de especial burbujeo que nos produce la alegría una manifestación de sólo un estado de ánimo o una característica más vinculada a nuestra personalidad?
Evidentemente, hay personalidades más alegres que otras, pero es del todo cierto, que son los hechos y acontecimientos externos los que motivan los estados de ánimo en los que la alegría se apodera de nosotros.
Cuando una persona tiene alegría, se siente plena ya que vive un momento agradable o placentero. Llena su espíritu de manera que puede manifestar la emoción cantando, silbando, caminando más rápido o saltando. En realidad son cientos las formas en que la alegría puede manifestarse.
Pero esta es la parte visible. La que pretendemos exportar a los demás para que vean y sientan que somos felices, que la alegría la queremos transmitir y compartir con otras personas, muy especialmente aquellas más próximas.
Por eso puede decirse que las personas tienen una tendencia a realizar aquello que les pueda conducir antes o después a estados de alegría. En cierto sentido, las personas buscamos provocar la alegría, casi siempre de manera inconsciente, pero es algo que necesitamos para vivir.
Cuando estamos trabajando durante muchas horas al día y lleno de responsabilidades, es palpable que nuestro rostro se tense, nuestra cara demuestre responsabilidad y concentración por las tareas que tenemos entre manos, pero no es excluyente con hacerlo con alegría.
¿Qué es lo que debemos hacer como método para que no desvanezca este sentimiento de alegría mientras estamos trabajando? Simplemente dedicar un espacio en nuestro pensamiento (compatible con las otras actividades mentales que estamos desarrollando en el trabajo en ese instante) para que nos estemos dando espiritualmente un respiro, que finalmente se convertirá en el premio al final del día, por ejemplo, con el encuentro de la novia o novio a tomar un café a la salida del trabajo.
Dicha pensamiento que está ahí latente, no es para nada un elemento de distracción. Por el contrario, nos permite gozar de un bienestar que nos relaja y produce placer, porque esa alegría que nos depara la llegada del final de jornada, por el contrario de lo que se piensa (o pensaba en organizaciones rígidas) es lo que alivia la tensión y facilita el trabajar con un nivel de satisfacción idóneo que aumenta nuestro compromiso con el trabajo y nuestra responsabilidad.
Desde ya, que un motivo de alegría es que contemos con un trabajo y/o actividad profesional que nos otorgue esa buena posición económica que nos brinda un poco más de libertad. Pero, en cualquier etapa de nuestro desarrollo personal y profesional, con más o menos edad, con más o menos experiencia, la alegría es un sentimiento que no debemos tapar por vergüenza ni ocultar por miedo a una reprimenda. Justamente, en la moderna concepción del trabajo en equipos, el buen rollo y la alegría entre los miembros que comparten objetivos con frecuencia de gran responsabilidad, será entonces un factor de cohesión de esos equipos y facilitará la eficacia y alto rendimiento de los mismos. No se es más eficaz por estar serio y evitar la sonrisa, sino todo lo contrario.
En los últimos años, existen una cantidad de estudios e investigaciones que han demostrado los excelentes resultados de trabajar con alegría en distintos grupos humanos, pero especialmente han quedado muy evidenciado que los efectos positivos para la salud son del todo palpables y ciertos.
Sentirse feliz provoca que el cerebro libere endorfina, una hormona que incrementa la fortaleza del organismo y minimiza los dolores.
Cuando las diarias responsabilidades nos generan estrés, digamos que si bien la posición de la doctrina, por ejemplo en el campo psicosocial, es que se opone a los niveles mínimos de satisfacción que pueden conducirnos a la alegría. Pero es también cierto que en el ámbito del liderazgo y la dirección de personas, se les entrena para convertir el estrés negativo en positivo, lo que no anula ni mucho menos, todas aquellas manifestaciones de alegría que se producen en un equipo y que facilitan las relaciones interpersonales y el trabajo eficiente del grupo.
Por tanto, seamos naturales. No persigamos la alegría como objetivo de un día en nuestras vidas o porque esa jornada la tengamos complicada con nuestras responsabilidades profesionales.
La alegría debe ser un sentimiento que aflore de la mano de nuestra actitud positiva. No es cuestión de ver el vaso medio lleno o vacío,
Es cuestión de la tendencia que marca nuestra personalidad a través de los actos de nuestra vida. Es cómo nos conducimos durante nuestra existencia, por lo que seremos nosotros mismos los responsables de quitar o agrandar la alegría de cada momento y la tendencia a ser alegres y razonablemente felices durante los años que nos toque vivir.