Ya podría considerarse la nueva joya de la corona de Facebook: supera los 1.000 millones de usuarios, ingresará más de 14.000 millones de dólares este año y ha escapado de los escándalos que rodean a su hermana mayor. Puede que la clave esté en que sigue siendo una red social tal y como se concibieron.
En 2012, Mark Zuckerberg apostaba por una humilde app destinada a colgar fotografías en Internet y mantenerlas en una especie de álbum digital con tintes de red social. Probablemente le sonaba bastante, ya que ese concepto fue el embrión de Facebook, que por entonces ya era un mastodonte prácticamente amorfo. Pagó 1.000 millones de dólares por ella porque Instagram apenas llevaba mucho tiempo en el mercado. Ahora vale 100.000 millones de dólares.
En apenas siete años, Facebook ha colocado a Instagram en el mapa. Y lo ha hecho dejando que aquella humilde app haya volado siguiendo su camino original: es una red social en la que compartimos la parte positiva de la vida, y donde cuidamos al máximo nuestros perfiles para que los contenidos sean de verdadera calidad. Es una red social tal y como se concibieron, donde no se entra a leer noticias o a escupir opiniones incendiarias, sino a ver y ser vistos. Puede resultar frívolo, pero tal vez sea menos peligroso para la sociedad (no así para la autoestima).
Las claves del éxito de Instagram
Instagram es ahora otro mastodonte como Facebook: supera los 1.000 millones de usuarios y este año espera facturar más de 14.000 millones de dólares. Su modelo de negocio es la publicidad, pero quienes utilicen habitualmente la app habrán observado que los anuncios casi siempre son relevantes y no molestan. Cierto es que detrás de ellos están las prácticas de recogidas de datos de Facebook, pero por alguna razón es relativamente poco frecuente encontrar basura entre las publicaciones, en parte porque quienes quieran utilizar Instagram para ello tendrán que trabajárselo un poco más, dada la orientación a lo visual (foto y vídeo) de la app. No es imposible, no obstante: Instagram tampoco es el país de la piruleta.
Lo curioso del caso de Instagram es que pudiendo haberse convertido en un Frankenstein de las redes sociales -por
haber copiado a todos y cada uno de sus potenciales competidores-, ha logrado crear un ecosistema agradable. Y que engancha. Puede que sea porque lo tiene todo: red social al uso, las
adictivas Stories, chat privado, hashtags, incluso la posibilidad de
comprar directamente productos que aparecen en las imágenes, por supuesto sin salir de la app. Y vídeo,
la nueva gran apuesta de una app para la que cuanto más tiempo pasemos en ella, más dinero ganará. Nos suena de algo. Pero esta vez, y por ahora, suena bien. También para Zuckerberg, que
ha multiplicado por 100 el valor de esta pequeña joya del social media que todavía ofrece potencial:
podría alcanzar los 2.000 millones de usuarios en un plazo de 5 años y representar un cuarto de los ingresos por publicidad de Facebook (esto último ya en 2019).
El patrón de Facebook lo sabe, y tal vez por eso haya puesto al frente a
Nam Nguyen, Luke Woods y Elisabeth Diana, tres nombres que lo acompañan desde 2011 y a los que ahora confía el futuro de la fuente de su presente y futura alegría si no comete con ella los mismos errores que con su herida hermana mayor.