En esos momentos recordamos con claridad quiénes somos y qué es lo que queremos ser. Revisamos nuestras acciones, las que salieron bien y las que no. Corregimos y hacemos un esfuerzo por mejorar para las próximas oportunidades. Pero siempre debemos tener en cuenta que toda motivación para el cambio proviene desde nuestro interior y no del trabajo y responsabilidades que hacemos y tenemos. Menos aún dependen de otras personas. El cambio está en uno y la motivación regula nuestra capacidad de acción para enfrentarnos a los retos que tenemos delante.
Pero tenemos una tendencia a querer controlar todo lo que nos rodea, aunque sabemos que no podemos. Y esta falta de capacidad para saber diferenciar con propiedad aquellas cosas que podemos modificar de las que no, o personas a las que podemos influir de aquellas otras que es inútil hacerlo, nos provoca angustia. En vez de querer dominar esa llave de control que a menudo nos trae problemas en las relaciones interpersonales, hay que dejar que las cosas sucedan, porque igualmente seguirán su curso, con o nuestra aprobación. La cuestión de la ansiedad que nos provoque dependerá del nivel de influencia que podamos ejercer sobre ellas (personas o cosas).
Tenemos que esforzarnos en ser nosotros mismos, porque cualquier otro rol que queramos imitar ya pertenece a otra persona. Y eso nos obliga a ser lo más positivos que podamos, en vez de inseguros o dudosos para cada paso que demos. Especialmente, tener una gran determinación (pensamiento y acciones) para evitar ser derrotados. Porque no hay peor derrota que la que nos provocamos a nosotros mismos por inacción, dudas, miedos, prejuicios que nos hacen errar la focalización del problema que debemos abordar y un largo etcétera.
A veces, las elecciones inadecuadas igualmente nos colocan ante circunstancias en las que iniciamos un camino de cambio necesario, incluso de éxito.
Por ello nunca debemos responder cuando estamos enojados. Tampoco hacer una promesa cuando estamos alegres. Menos aún, tomar una decisión cuando estamos tristes.
Si pudiésemos a veces acelerar nuestras vivencias actuales para ver cuál va a ser el resultado de nuestros esfuerzos y acciones, nos daría una señal de si vale o no la pena cómo estamos viviendo nuestra vida. Esto es imposible que ocurra tal cual lo describimos. Pero sí es cierto que unas personas más que otras, tienen ese tercer ojo (un sexto sentido) que les facilita la visión y percepción del entorno, por encima de la media del común de los mortales.
Este tipo de personas (no se equivoquen) son esos líderes que más bien son una selecta minoría, que tiene capacidad para diseñar los escenarios futuros en los que concurrirán los hechos del mañana y las consecuencias de los actos que se hacen en el presente. Pero no se equivoquen. Es preferible tener una visión clara de hoy, modesta pero con determinación, que intentar hacernos películas irrealizables que cuando de algún modo toman forma, nos decepcionan porque ese resultado buscado estaba sólo en nuestra imaginación, pero lejos aún de la realidad cotidiana.
No debemos tener la presuntuosidad de querer ser los mejores, sino de hacer las cosas lo mejor posible que podamos. La vida nos presenta siempre dos caras, la oculta de la luna, aquella que nos enfrenta a una situación de tristeza y la que la gran mayoría no nos damos cuenta que es la auténtica felicidad y verdad. Por aquello de que lo que más quieres es lo que hieres (tu núcleo duro de familia y amigos). Lo que algunos intelectuales han referido como la vida de dos descripciones: lo que podría tener de lo que debería. También válido para lo que podría ser de lo que debería.
Finalmente, no cuentes tus problemas a los demás (excepto los íntimos de verdad) porque al 80% de las personas en realidad no le importan y el otro 20% se pondrán contentos con ello. Como cuenta una historia de un hombre que le decía a sus amigos: “mi padre siempre le ha dado alegría a sus amigos”. Entonces le preguntaron: “¿Cómo?”. Y respondió: “fracasando…fracasando y fracasando”.
Y esto tiene que ver con aquello que coloquialmente se dice que el resultado de nuestras acciones en la vida depende un 10% de lo que hacemos pero un 90% de cómo reaccionamos al cambio y los imprevistos. Justamente es este 90% el que termina condicionando nuestra diaria existencia.