"No solo es una tecnología mala, sino una mala visión para el futuro", explica en un polémico artículo de opinión Kai Stinchcombe, CEO de True Link Financial.
La tecnología blockchain está llamada a revolucionar prácticamente cada área en la que se logre implantar. El sector bancario parece el más proclive, dada la propia naturaleza de las "cadenas de bloques", pero, en realidad, siempre que exista una transacción, un intercambio, podrá haber blockchain. No hay que estrujarse mucho el cerebro para darse cuenta de que nuestra sociedad está basada en el intercambio, y a todos los niveles. Ya me entienden.
El caso es que el blockchain promete hacer de esos intercambios algo absolutamente íntegro, fiable, seguro e inviolable. Una promesa que acabaría con todo atisbo de problema, disputa o trifulca, pero también con el papel de los árbitros encargados de que estos intercambios funcionen. Véase los notarios, que comparten con el dinero en efectivo el primer puesto de quienes pasarán a la historia si se cumplen las previsiones anunciadas a bombo y platillo por los entusiastas de una tecnología por descubrir.
En el bando contrario está Kai Stinchcombe, CEO y cofundador de True Link Financial, un servicio bancario y de inversión para seniors. En un polémico artículo publicado en Medium y replicado en medios de la talla de CNBC, Stinchcombe afirma rotundamente que el blockain es una "mala" tecnología. Y no se trata de una descalificación sin más, sino que argumenta una opinión que va contracorriente, pues el mundo actual se divide entre quienes defienden a ultranza las posibilidades del blockchain y entre aquellos que no tienen ni pajolera idea de qué significa todo esto. La rebelión acaba de empezar.
¿Es malo el blockchain?
En su artículo, Stinchcombe parte de una premisa: "La gente ha hecho una cantidad de afirmaciones inverosímiles sobre el futuro del blockchain". Algo que achaca a "un malentendido" acerca de lo que realmente suponen las cadenas de bloques. Viene a explicar que no son algo mágico capaz de limpiar datos erróneos o de aportar credibilidad a lo que es mentira: solo son una herramienta que sufrirá la mentira si los datos que incluyamos así lo indican. "Es cierto que manipular datos almacenados en una cadena de bloques es difícil, pero es falso que la cadena de bloques sea una buena forma de crear datos que tengan integridad", explica.
Además, Stinchcombe critica la excesiva individualidad del sistema. "El consenso" que aporta solvencia al sistema "está formado por cada persona que actúa en su propio interés", razona. Y lo que es peor: participa para dar validez a un registro que en realidad no pertenece a nadie, lo cual hasta ahora se esgrime precisamente como una de las fortalezas del blockchain a la hora de garantizar que sus datos no pueden ser manipulados por terceros con espurios intereses sobre los mismos. "Confías en el software y en tu capacidad para defenderte en un mundo impulsado por software en lugar de confiar en otras personas", explica.
Esto, a priori, tampoco sería malo, dado que suponemos que un programa informático, al no tener emociones humanas (salvo las inducidas por sus desarrolladores, hasta donde sea posible), es más justo y objetivo. Por eso blockchain presupone la justicia: si el sistema no pertenece a nadie, sino a todos, no hay una sola persona con capacidad para manipularlo, y todos los participantes, en tanto nodos, son a su vez vigilantes y usuarios.
Stinchcombe desmonta la validez de este argumento con un manido ejemplo: las elecciones. Se ha dicho por activa y por pasiva que el blockchain podría ser la clave para garantizar elecciones limpias allá donde la limpieza brilla por su ausencia, dado que permitiría conocer cualquier intento de manipulación. En este caso, debería plantearse un sistema de votación, tal vez digitalizado, que permita identificar al votante, registrar su voto y posteriormente rescatarlo para calcular el resultado final. Si pensábamos que blockchain suponía desintermediar, atentos: el sistema de votación deberá ser provisto y gestionado por alguien, tal vez una empresa, mientras que el registro blockchain que guarda los votos deberá estar alojado en algún lugar, probablemente "un consorcio sin fines de lucro o de código abierto", explica Stinchcombe... pero que tiene cierto poder sobre el mismo. "Un gobierno corrupto puede crear un sistema de cadena de bloques para contar los votos y simplemente asignar un millón de direcciones adicionales a sus compinches", escenifica.
Además, el autor expone una posible falla del sistema: todos los participantes tienen derecho a conocer el histórico de movimientos en un archivo basado en blockchain pero, ¿de verdad los votantes se van a dedicar a verificar que su voto ha sido realmente tenido en cuenta? "Se supone que los sistemas blockchain son más confiables, pero, de hecho, son los sistemas menos confiables del mundo", zanja Stinchcombe. Su argumentación ante tamaña subversión, que sin duda enfurecerá a más de uno, se basa en algunos casos en los que la seguridad de las transacciones bajo blockchain ha quedado violada, como ha sucedido en robos a casas de cambio de criptodivisas.
Más blockchain, más confianza
Uno de los objetivos del blockchain es proporcionar la debida confianza entre sujetos que no necesariamente la tienen, lo que permite ampliar hasta el infinito el rango de transacciones e intercambios: se puede firmar un contrato con alguien poco fiable porque el sistema se encargará de ejecutarlo automáticamente y aportar justicia a la operación. Hasta ahora, pocos sujetos racionales se meten en un contrato con alguien de quien no tengan un mínimo de información que permita conocer a qué juega. El propio Derecho invalida aquellos contratos en los que medie engaño, pues la confianza entre las partes es lo único que aporta validez a los mismos (más allá del notario).
Sin embargo, y como un palo más que asesta a esta tecnología, Stichcombe argumenta que en la era del blockchain, la confianza entre las partes será más necesaria que nunca. "Si nos fijamos en cualquier solución de blockchain, inevitablemente encontraremos una solución incómoda para volver a crear partes de confianza en un mundo sin confianza", explica. "Un mundo sin ley y desconfiado donde el interés personal es el único principio y la paranoia es la única fuente de seguridad no es un paraíso, sino un infierno 'cripto-medieval'", zanja. Vamos, que en la era del blockchain lo único que cambia es el sitio en el que anotamos los datos: eliminamos el papel y pasamos a utilizar la nube. ¿Seguro que eso es todo?
>> Aquí puedes leer el artículo original de Kai Stichcombe.