¿Cómo sería Europa si cada nacionalismo consiguiera edificar su propio Estado? media-tics ha elaborado un mapa explicativo a partir de datos existentes sobre nacionalismos en el continente.
Lo que hemos visto durante el último medio siglo en Europa es poco menos que un milagro: cómo un continente arrasado por una guerra nacida en su seno puede terminar creando una hermandad conformada por los mismos Estados que se desangraron en un combate fratricida de dimensiones globales. El nacimiento, desarrollo y consolidación de la Unión Europea es la historia de un éxito político, social y económico, y también el de un pueblo capaz de superar sus propias limitaciones para abrazar al diferente. Una quimera llevada a la realidad, a pesar de los desafíos, las desavenencias y la crisis que a punto estuvo de costar la vida al proyecto que crearon poco a poco Churchill, Schuman, Adenauer, Monnet, Spaak o Spinelli. Nombres poco conocidos, pero que ilustran a personas que dejaron a un lado siglos de rencillas entre vecinos para crear el mayor proyecto unionista de la Historia. Y todo ello desde la democracia y, sobre todo, desde la voluntad de ingresar en un club que prometía enterrar para siempre los fantasmas del pasado.
La historia de éxito de la Unión Europea todavía no está escrita. De hecho, se desconoce siquiera si algún día será publicada en su totalidad. Las fuerzas que agitan el proyecto común vienen de dentro y de fuera de sus fronteras, ahora convertidas únicamente en algo externo que a todos engloba en una tierra compartida. Pero los amantes de un pasado superado, donde las naciones y los Estados europeos se desdibujan, se mezclan y reman juntos para alcanzar un futuro en común, son cada vez más fuertes. La brutal crisis económica que a punto estuvo de arrasar el proyecto ha exacerbado los ánimos nacionalistas en algunos países europeos, donde oportunistas de todo color han encontrado en los rancios e históricos nacionalismos una plataforma para mantenerse en un poder que creen en propiedad y una vía de escape para esquivar su responsabilidad como contribuyentes a los problemas sociales y económicos de los últimos años. Y es que los nacionalismos, como polillas insaciables, continúan impulsando sus agendas rupturistas, ahora con el indiscutible apoyo de políticos populistas, redes sociales y magos de la comunicación que se suben a un carro que, de triunfar, acabaría con Europa tal y como la conocemos en la actualidad, creando una amalgama de pequeños Estados independientes irrelevantes en una esfera internacional donde los principales actores tienen la talla de Estados Unidos, China o India, y donde los desafíos que imponen desde la tecnología hasta el cambio climático exigen la fortaleza de 500 millones de habitantes en lugar de los anhelos de una minoría de románticos, utópicos y probadamente irreales ideales.
La Europa de los nacionalismos, sin embargo, es en sí misma dispar y hasta contradictoria. Para empezar, su apoyo es tan desigual como el 3% del nacionalismo gallego o el 56% de Veneto. Tan polémico como el 18% norirlandés o el 44% catalán. Incluso tan sorprendente como el 12% londinense o novedoso como el nacido dentro de Kosovo, cuyo norte aspira a la independencia de un país que ni siquiera es reconocido por la totalidad del continente por declarar su independencia de un país convertido a su vez en epicentro de una traumática ruptura que acuñó un término que hoy se aplica como símbolo de lo que nadie quiere: "balcanización".
El siguiente mapa muestra cómo sería la Europa de los 50 Estados, aquella que probablemente nunca podría escribir una historia de éxito como la que escribieron Schuman, Churchill o Spaak, entre otras cosas porque los nombres que la pretenden dibujar no serán recordados sino por haber sido los impulsores del desmembramiento del mayor proyecto de paz de la Historia, tengan o no razones sólidas para ello: aquel en el que los vecinos se convirtieron en hermanos.