Los que me siguen saben que soy un admirador y estudioso de toda la literatura americana del siglo XX, por ello creo de interés para mis lectoras/es trazar una pinceladas sobre el pensamiento de Whitman.
Probablemente de todo lo que he leído de ella, cuando se refiere a la alegría, como se dice coloquialmente “lo borda”, porque de manera sencilla puede hacernos profundizar en las cosas de la vida que a diario no observamos, por lo de siempre: estar abrumados por el ritmo al que vivimos.
Abunda en descripciones respecto al sentimiento de alegría tales como: “encierra algo de misterio y de temor reverencial, de humildad y gratitud. De pronto cobramos plena conciencia de toda cosa viviente: cada hoja, cada flor, cada nube; de la libélula que revolotea sobre el estanque, del graznido del cuervo en la copa de un árbol”.
Es a lo que Whitman define como “los momentos luminosos de la vida”. Porque en alguna circunstanciatodos los tenemos, a veces aunque sólo se hayan manifestado en una ocasión, pero sin duda revolucionan nuestra mente y espíritu, porque nos conmueven…nos hacen reflexionar…nos impresionan y también nos condicionangeneralmente de ese momento en adelante, en cuanto a nuestras conductas y actitudes futuras.
La autora nos dice que “seguro que alguna vez experimentaste uno de esos momentos reveladores donde sentiste que eras uno con el universo y te invadió una profunda alegría”. Esa sensación en que toda la luz del universo, está enfrente de nosotros, nos sobrecoge y casi siempre nos paraliza. Comparto su expresión “parece que en esos instantes comprendemos el mundo y a nosotros mismos y saboreamos el encanto de todas las cosas vivientes”.
Pero como se dice coloquialmente “lo bueno dura poco”, también Whitman nos advierte de que a pesar de toda esa luminosidad que nos invade y nos hacen sentir diferentes, al mismo tiempo que ser conscientes de nuestra propia existencia en el universo, esa realidad se desvanece muy pronto y “nos sentimos casi avergonzados de reconocer que hemos pasado por ellos”.
¡Vaya verdad que nos larga Whitman! Cuántas veces tenemos miedo de llorar por alegría o reconocer una emoción que nos embarga, porque la vida y la sociedad nos quiere siempre impertérritos, no siendo “políticamente” correcto (deberíamos decir socialmente) mostrar nuestras debilidades, porque les aseguro que todas y todos tenemos puntos flacos.
Abraham Maslow (1908-1970) fue un psicólogo estadounidense uno de los fundadores y principales exponentes de la psicología humanista, que realizó hace varios años un estudio de personas normales y descubrió que muchas de ellas habían conocido instantes así: “momentos de gran asombro, de felicidad muy intensa e incluso de embeleso o éxtasis”.
Lo más importante en estas exaltadas vivencias, dice Maslow, es la sensación de vislumbrar “la esencia de las cosas, el secreto de la vida, como si de pronto se descorriera el velo que la cubre”.
Cuando se descubren estos momentos de alegría, que casi siempre se producen de manera inesperada, uno/una tiene la sensación de “fundirse” con el universo.
Lamentablemente es tarde, porque ya estamos entrados en años, cuando advertimos lo transitorio y frágil de la vida. Al mismo tiempo, tenemos mejor capacidad de amar y reconocer a los que debimos haber reconocido en su momento. Esto pasa con padres, hermanos, amigos y también con marido y mujer. Después de una enfermedad o de un trágico accidente que un miembro de una pareja ha superado, se produce un cambio de actitud y como un axioma matemático nos hace sentir un reconocimiento y gratitud que jamás habíamos experimentado. Esto también es parte de nuestra unión con el universo al que hacíamos referencia.
Whitman una vez más acierta al decir que “tal vez tengamos más probabilidades de experimentar esos momentos de gozo si reconocemos que la vida encierra más de lo que creemos”. Es una visión netamente positivista de la vida, buscando el lado bueno de las cosas, no porque seamos ilusos y creamos que lo malo no ocurre, sino porque no estamos pensando todas las horas en ello.
Esos momentos de luminosidad en algún momento nos llegan. ¿Son una revelación de algo más? Por supuesto que son una luz roja que nos está advirtiendo de lo bien o mal que estamos llevando las cosas. Como diciéndonos que deberíamos hacer un cambio del que somos conscientes pero no nos animamos a dar el paso, sea en la vida personal o profesional.
Siempre he tenido por costumbre respetar de manera escrupulosa el pensamiento de los autores que a su vez me han alimentado el espíritu y sobre todo me han enseñado algo más en esta travesía que hacemos a diario. Por ello, quiero despedirme antes de nuestras bien merecidas vacaciones con unas líneas de ArdisWhitman que transcribo textualmente:
“¿Acaso la claridad de esa alegría no nos muestra cómo deberíamos ver todo el tiempo? A muchos les parece casi malvado experimentar ese gozo en el mundo actual, tan lleno de amenazas, pero casi todas las generaciones han conocido la inseguridad, el peligro y los grandes desafíos”.
“Cuanto más atroz nos parece el mundo, más necesitamos recordar la luminosa belleza de la vida. Nuestros momentos de dicha son prueba de que en la mayor oscuridad brilla una luz inextinguible”.
Felices vacaciones a todas y todos.