Las dicotomías son las dudas que nos asaltan a cada paso como directivos, como emprendedores, como consumidores y como personas.
De una parte nos hablan del idioma universal (inglés), la fábrica del mundo (China), la globalidad cultural (Netflix y Hollywood), el internet de las cosas (todo conectado), el big data que todo lo ve y todo lo sabe, el cibercrimen global (más de 100 países amenazados en menos de 100 segundos), el comercio mundial (Zara hay hasta en la Luna… ¡ya veréis!). En fin, la estandarización y el abaratamiento de bienes, de servicios y hasta de las ideas. Nunca hubo tanta información disponible versus tanto analfabetismo y pobreza de idearios al mismo tiempo. Pero hay un antagonista en esta historia.
La cajita de los tesoros
Somos generosos con el mundo y cicateros con lo íntimo. Vivimos apegados a nuestra cajita de los tesoros. De niños, en esa latita metíamos unas canicas, una piedra brillante robada al mar, los restos de un llavero que nos gustaba mucho y hasta algún amuleto que nos salvó un examen. Ya de mayores, en nuestra cajita virtual de los tesoros metemos algún sentimiento identitario local: pueblito bueno, selección nacional, independentismo, música popular, poeta patrio, la fiesta nacional o el pasodoble de toda la vida (¿Paquito el chocolatero?).
Vivimos ahora espacios abiertos como en el lejano Oeste. Un mundo desconocido por descubrir y conquistar. Con enemigos virtuales a los que complicar la vida. Oportunidades a cada paso. Deseos de colonización y de mestizaje.
Sin embargo, las rémoras del pasado nos impiden quemar las naves. Seguimos con asideros emocionales intentando crear puentes de interconexión. Inventamos el marketing glocal para seguir trabajando en local con reglas universales globales. Aprovechamos la más pequeña crisis migratoria para cerrar fronteras en el Reino Unido y en los Estados Unidos, las democracias que antaño vendían universalidad se han vuelto proteccionistas y amuralladas.
¿Qué no estamos entendiendo?
El mundo que vivimos hoy es un territorio nuevo. No es una tecnología o un sumatorio de ellas. No es una ventaja competitiva o un mercado nuevo al que acceder. No se puede navegar con reglas viejas de Marco Polo o Gengis Kan.
Mente abierta supone estar dispuesto a asumir que no sabemos todo, que ciertas tecnologías nos superan y que nuevas generaciones tienen otros hábitos de consumo, comunicación, diálogo y reglas de juego.
La tecnología no es siempre la llave que abre, pero suele ser la barrera de entrada para atrevernos a cabalgar los nuevos territorios. Sí, se trata de eso, de afrontar la transformación a la cultura digital como un continente novísimo que hay que descubrir.
Cuando los frikis quieren enseñarnos que todo va de inteligencia artificial, robótica y ordenadores que aprenden, hay que responderles que todas esas tecnologías quedarán obsoletas en 12 meses o 12 años; pero, en cambio, la nueva cultura del talento humano nos enseña que ha nacido un nuevo mundo sin reglas fijas, sin paradigmas tecnológicos, ni científicos, ni económicos. La transformación viene por la tecnología, pero los modelos se reinventan desde las personas.
Hay que humanizar la gestión del cambio. Esto no va de capacitación tecnológica, sino de entrenamiento personal. El territorio Tech es un vasto infinito de posibilidades para los seres humanos. ¡Qué no nos engañen con los espejuelos tecnológicos!
Los directivos de las empresas tienen el reto de reconvertirse en DirTech, seres capaces de entender y anticiparse al cambio; sin que necesariamente sean ingenieros informáticos.
El nuevo cowboy es el DirTech que cabalga sobre las tecnologías en nuevos territorios de pensamiento, asumiendo un diálogo de mestizaje con los nativos del territorio, que tienen su propia cultura, valores, compromisos, formas de comunicación y consumo.
Seamos cowboy del nuevo ciber territorio.
Salvador Molina, presidente del Foro ECOFIN y de ProCom