El hombre de espaldas al planeta

Los temores se confirmaron a última hora de la tarde: Donald Trump está decidido a aislar a Estados Unidos del mundo para que vuelva a ser grande. Tal vez piensa que esa grandeza la podrá conseguir en un planeta arrasado por el ser humano. O tal vez ni siquiera se haya parado a pensar en las consecuencias reales de su última bravuconada (porque la salida no podrá hacerse efectiva hasta 2020, y además justo un día después de las próximas elecciones...). Es lo que tiene dejar el poder en manos de radicales que son incapaces de ver más allá de sus narices y de sus cortoplacistas intereses.

Era una de las promesas electorales. Si algo no se le puede reprochar es que luche por cumplirlas. Cueste lo que cueste. Y a quien le cueste. Lo ha demostrado una vez más: Trump está por encima del bien y del mal. Y con él, Estados Unidos, un país de 321 millones de habitantes que, según datos de la Comisión Europea, contamina más que los 28 estados de la UE, donde viven más de 500 millones de personas.

Es probable que Trump ni ignore ni niegue estas cifras (como sí niega el cambio climático, que considera "un cuento chino"), pero considera que reducir las emisiones contaminantes de Estados Unidos supondrá perder competitividad, casi tres millones de empleos menos y dar fortaleza económica a países como China o India. Se olvida de que Estados Unidos acumula el 40% de la deuda ambiental del mundo: ya ha contaminado suficiente hasta ahora. Por cierto, no aporta datos que apoyen estas tesis. La ciencia sí lo hace.

Fiel al estilo populista de hacer política, que siempre busca al culpable en otro sitio, Trump cree que "el acuerdo climático de París es simplemente el último ejemplo de Washington entrando en un acuerdo que perjudica a EE.UU., en beneficio exclusivo de otros países y que deja a los trabajadores estadounidenses, a quienes amo, y a los contribuyentes con los costes en términos de pérdida de empleo, salarios, fábricas cerradas y menos producción económica". Ni siquiera ha dejado de hacer campaña para justificar un acto que han condenado desde una Unión Europea cada vez más cercana a China, hasta la ONU, pasando por decenas de empresas punteras estadounidenses que llevan meses presionando al presidente para que no abandone al planeta. No lo han conseguido. Tampoco su hija y su yerno o algunos de sus asesores. El radicalismo ha ganado una vez más y ha impuesto su palabra al mundo. De nada ha servido que el Acuerdo de París permita a cada nación elegir el porcentaje de emisiones contaminantes que reducirá sin amenaza de multa: solo se basa en la transparencia y en el deber moral de hacer algo por las generaciones que vienen detrás. Salir del Acuerdo de París es la demostración más clara de la falta de moral.