La genómica avanza a espaldas del gran público, que no comprende ni en qué consiste ni para qué sirve. Los expertos en la materia reclaman concienciación y formación básica en la materia.
Cuenta la periodista Gillian Tett que cuando visitó la sede de HudsonAlpha, un centro de investigación biotecnológica de Alabama (Estados Unidos), había en la pared, entre microscopios y sofisticados equipos, pares de calcetines. Cuando preguntó por el sentido de aquella rareza recibió una respuesta inesperada: es una metáfora de los genes, donde los pares también son esenciales.
Que haya que explicar con calcetines la importancia que tiene poder secuenciar el ADN es un asunto que debería sonrojar a políticos, científicos y comunidad educativa. Cierto es que no toda la población tiene por qué ser científica y conocer los entresijos de la naturaleza, pero la secuenciación genómica es un asunto que afecta de forma directa a cada persona tanto por las posibilidades que ofrecerá como por los riesgos que conllevará.
La revolución silenciosa
El avance de la genómica está sucediendo sin que nos demos cuenta. Resulta curioso que algo que se encuentra en nuestro más íntimo interior, como son los genes, esté tan alejado de nosotros mismos. En poco más de una década se ha pasado del desconocimiento a mapear el genoma humano. De un coste de 10 millones de dólares y varias semanas de trabajo a apenas 1.000 dólares y unas horas. De algo reservado a laboratorios punteros a un producto de consumo que por un puñado de euros permite realizar un test genético y conocer los resultados casi al instante. Y todavía estamos al principio de una revolución que ya está dando pasos hacia la edición de esos genes (y no la simple observación). Es la técnica conocida como CRISPR, siglas de una cadena de palabras apenas pronunciables por cualquier humano de a pie: Repeticiones Palindrómicas Cortas Agrupadas y Regularmente Interespaciadas. Le podría valer un Nobel a español Francis Mojica, pero a él tampoco lo conoce casi nadie (haz la prueba y pregunta a tres amigos si han oído hablar de él).
La mayoría de los mortales vive (vivimos) ajena incluso a los planes de algunos gobiernos para aprovechar este inimaginable avance científico: el Reino Unido quiere secuenciar los genes de medio millón de personas para crear un banco de datos que ayude a avanzar en investigación; Islandia lo hará con toda su población.
Secuenciar el genoma ayudaría a crear tratamientos personalizados para algunas enfermedades, así como a predecir qué personas están en riesgo de desarrollar determinados males en el futuro y poner en marcha acciones preventivas. También servirá para crear mapas que permitan saber por qué algunas enfermedades son más frecuentes en una zona, por qué determinados grupos de población parecen inmunes... Todo eso es positivo, pero el riesgo que subyace a predecir el futuro reside en los seguros: ¿debería poder acceder una aseguradora a esos datos y calcular el precio de sus pólizas de manera personalizada para cada cliente? Los límites éticos a una evolución de este tamaño ni siquiera están fijados todavía. Tampoco el uso que se hará de los datos recopilados por gobiernos, empresas y particulares. Creemos que porque todavía no es necesario. La realidad es que no se ha hecho porque la mayoría de las personas sigue pensando en pares de calcetines cuando los científicos hablan de estos temas.
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