DeepMind, la fábrica de cerebros de Google

En 2010, Demis Hassabis, Mustafa Suleyman y Shane Legg fundaron ‘DeepMind’ (algo así como ‘mente profunda’), una start-up enfocada a investigar la Inteligencia Artificial. No tenían en mente, valga la redundancia, ningún producto específico. Sólo buscaban tecnología, pero su campo tampoco estaba lo suficientemente maduro como para saber qué clase de tecnología debían encontrar. Era casi un sueño de un grupo de amigos e investigadores en neurociencia de la University College de Londres.

En 2014, Google se cruzó en su camino: puso 660 millones de dólares encima de la mesa y se quedó con DeepMind, pero sólo a efectos legales: la sede de la empresa seguiría en Londres y los tres amigos-visionarios seguirían al frente, sólo que ahora regados con el dinero de Alphabet y el acceso a todos los recursos que pudieran necesitar. Entre ellos datos de quien todo lo sabe en Internet. Sin prisas, sin calendarios y sin nuevos objetivos. Sin buscar rentabilidad.

Muchos vieron en esta operación un posible nuevo fracaso de Google (que no ha tenido muchos en su corta vida, todo sea dicho). O, al menos, la enorme probabilidad de haber tirado más de 600 millones a la basura. Pero Google tenía un plan a largo plazo (en DeepMind trabajan a 20 años vista): crear un centro de investigación que pudiera convertirse en la fábrica de cerebros de la compañía. Al menos de cerebros digitales, de algoritmos. El mayor centro de investigación de Inteligencia Artificial del planeta, un campo en el que compañías como Facebook, Apple, Microsoft y Amazon también están presentes porque representa nada más y nada menos que el futuro de la tecnología, y por ende de nuestras sociedades.

Ahora, DeepMind es un gigante de la Inteligencia Artificial con más de 400 empleados, muchos de ellos neurocientíficos que buscan comprender cómo funciona el cerebro humano para, sencillamente, crear un conjunto de algoritmos que imiten ese funcionamiento. No descartan llegar a los 1.000 empleados en los próximos años porque gracias al goteo de dinero que inyecta Google han conseguido dos hitos que han situado a este sueño en forma de start-up en el mapa de las empresas que traerán la disrupción: el primero fue el triunfo de una máquina en el juego de mesa asiático ‘Go’ frente a un humano imbatible hasta el momento, el surcoreano Lee Sedol. El segundo es haber aparecido en la portada de la revista ‘Nature’. Dos veces.

Aunque Alphabet no tenga prisa por hacer dinero con DeepMind, la lupa que tiene la industria tecnológica sobre esta ahora filial del grupo ya ha dado frutos económicos: un contrato de cinco años con el Royal Free London, de la NHS Foundation Trust (dependiente del sistema público de salud británico) para procesar 1,7 millones de registros de pacientes y establecer predicciones que permitan prever enfermedades para adelantarse a ellas. Y es que la sanidad forma parte de los tres ejes en los que ya se vislumbra potencial para DeepMind, junto al ahorro energético y el acceso a agua potable. Sin dejar de lado a todo lo que pueda beneficiarse en el futuro de un cerebro digital. Es ahí, en cualquier parte, donde estará la rentabilidad de DeepMind. Es el modelo de Google, de probada solvencia: no dejes nada fuera y hazte imprescindible.