Los imperios han sido básicos en la historia de los últimos 3.000 años. Algunos de los más grandes y poderosos se convirtieron de la noche a la mañana en insignificantes, produciendo con frecuencia largas depresiones nacionales. El nacionalismo británico se sustenta en una inmensa nostalgia imperial y en una gran habilidad para gestionar su decadencia. La City de Londres es una creación que intenta sustituir la caída del imperio. Con sus dos kilómetros cuadrados en el centro de Londres, en los que viven 9.000 personas y en los que cada día entran a trabajar 350.000, está al servicio del capital financiero internacional. Generalmente la política británica tiende a identificarse con los intereses de la City. Y dichos intereses se resumen en la desregulación y el liberalismo a ultranza que ha ocasionado la gran crisis de la que todavía no salimos. La City aspira a seguir siendo un paraíso fiscal sui géneris ahora que empiezan a pintar bastos para estos territorios excepcionales que ocultan una gran parte de la riqueza mundial. La City necesita la Unión Europea y juega a salirse para lograr ventajas excepcionales. Recordemos que Cameron vetó un acuerdo fiscal con el resto de Europa para protegerla. El entonces presidente francés, Nicolas Sarkozy, denunció airadamente que la City es un gran paraíso fiscal en las costas de Europa. Las prioridades del sector bancario se trasladan con frecuencia a la política británica. Éste es el trasfondo en el que hay que colocar el próximo referéndum británico sobre su salida de la UE.
Hay que decir que Gran Bretaña se ha beneficiado enormemente de su entrada en la Unión Europea. En 1973 era un país en plena decadencia que había recibido antes un veto a su entrada por parte del general De Gaulle. La producción de Gran Bretaña aumentó de promedio en estos 43 años un 1,8% anual, frente al 1,7% en Alemania, el 1,4% en Francia y el 1,3% en Italia. La economía también se ha beneficiado grandemente de la llegada de capitales foráneos y de la llegada de emigrantes propensos a trabajar duro, aunque ahora sea el espantajo de la inmigración uno de los temas más aireados en el Brexit.
También hay que poner de relieve que Gran Bretaña depende absolutamente del compromiso de EEUU para actuar como garante de la paz en el continente. Recordemos también la historia del gran préstamo que EEUU hizo a una Gran Bretaña arruinada en la postguerra: serían unos 178.000 millones de euros al cambio de hoy, lo que representaba el doble del PIB británico de la época. Durante 50 años, Gran Bretaña lo fue pagando religiosamente al tipo de interés que había negociado nada menos que el gran economista Keynes, un tipo fijo del 2% anual.
Cuando se pierde el mayor imperio de la historia, que abarcaba una cuarta parte de la población mundial y una quinta parte de las tierras emergidas, hay que gestionar con mucha finura y astucia la depresión postimperial.