Las emociones negativas son aquellas que se expresan a través de sentimientos de frustración, celos enfermizos, tristeza, vergüenza, miedo, sentido de culpa, depresión, desesperanza, envidia y duda. Esta descripción es meramente enunciativa, hay más, pero a las que hemos recurrido son suficientes para hacernos imaginar por un instante la carga tremenda de la negatividad emocional.
Romper con esta corriente negativa está en cada uno de nosotros, pero el buen líder puede ayudar mucho a que estos sentimientos desaparezcan o al menos se neutralicen no alterando el ambiente de trabajo. ¿Cómo lo hace? Utilizando la poderosa herramienta emocional que es la empatía. Es un sentimiento que aflora en personas positivas, idealistas y también soñadoras. Es frecuente que muchas personas que han padecido algún tipo de depresión por su situación en el trabajo, llegasen a convencerse a sí mismos que jamás podrían volver a ser las mismas personas que eran antes. Ese sentimiento de que eran respetados y que hoy no lo perciben igual, o más bien, creen que han perdido toda su posición que durante años habían ganado, les lleva a un bajón de rendimiento y autoestima. Son conscientes de ello y les afecta porque nunca dejaron de ser responsables.
Para esta tipología de personalidad la única ayuda concreta es la de ese líder que valora su capacidad técnica pero especialmente su condición humana. La empatía que transmite y la forma en que lo hace, preocupándose por cuál es el problema o la razón de su situación, les ayuda a reencaminar su trabajo incluso instándoles a asumir nuevas responsabilidades. Y de repente, sin que se hayan percatado porque normalmente estas situaciones se dan en “silencio”, empiezan a vislumbrar algo de luz y a volver a tener la sensación de que el mundo a su alrededor puede cambiar y que son parte inevitable de ese cambio.
Cuando nuestra aportación de hoy titulamos “el éxito es un iceberg” es porque como en estas formaciones de hielo en la naturalez, las relaciones humanas también tienen una parte visible y otra que realmente no lo es, pero que antes o después aflora. Que como el Titanic, se puede “chocar” con cada una de las cuestiones que subyacen en la realidad de los mercados y organizaciones aunque no se las perciba. En el plano de la psicología individual, también operan de la misma manera: lo visible o también lo que queremos dejar ver a los demás, y lo que realmente está pesando en nuestro ánimo y comportamiento. Cuando se ve desde fuera de una empresa de éxito los logros representados en sus productos y/ o servicios, hay mucho esfuerzo, sacrificio, riesgos, planes, errores, ajustes, etc., así como también una buena focalización de los problemas a los que se enfrenta la organización. Como en el iceberg, lo que está bajo el nivel de flotación.
El éxito jamás llega solo ni puede adquirirse en ninguna tienda especializada. Tampoco está tan lejano como muchos creen ni tan cercano como para que sea algo corriente. Digamos que se encuentra en el punto equidistante entre las metas alcanzadas y los fracasos del pasado o más recientes, que fueron los que nos condujeron hasta ese momento en que la “prueba es superada”. Ni está en la cima del Everest ni en las profundidades de los océanos. El éxito está en cada uno de nosotros en la medida que hayamos comprendido que la dedicación responsable a nuestros trabajos, así como la responsabilidad que ejercemos a nivel personal y familiar en aras de la mejora y protección de los nuestros, nos produce un bienestar especial porque cerramos el círculo entre esfuerzo, sacrifico y satisfacción por haber hecho las cosas bien.
Esta forma simple de ver la vida es la que nos augura medidas razonables de éxito y no la conquista del mundo como estando en la proa de ese transatlántico que se decía que no podía hundirse y gritar “I’m the king of the world” (soy el rey del mundo). No es necesario querer ser rey porque el mejor reinado de cada persona está en el equilibrio entre lo que hace y dedica cada día balanceando su trabajo y dedicación en relación a los pequeños momentos de disfrute con los suyos (familia, amigos y compañeros). Sin duda el balance entre vida familiar y laboral es también una dosis más grande o más pequeña (dependiendo de cada caso) de éxito.
Finalmente el éxito cuando se alcanza por personas corrientes (incluso un líder que sea un jefe de equipo) no lo “gritan a los cuatro vientos” sino que dejan que los demás, especialmente la dirección, lo valore. También en el plano personal, cuanto más estable emocionalmente sea una persona, menos importancia dará al éxito sea circunstancial (un proyecto o logro puntual) o la valoración que de esta persona hagan los demás por el desarrollo de toda su carrera. Lo dejará en la parte invisible del iceberg y poco a poco la gente, colegas, amigos, etc. verán como asoma por encima de la línea de flotación pero no porque haya querido exhibirlo, sino porque los demás lo han podido ver.