¿Ha sido la CIA? ¿Una amante despechada? ¿Un grupo de hackers con ganas de hacer justicia? Sea quien sea el “sastre” panameño (o no) que originó la masiva filtración de Mossack Fonseca, lo único cierto es que ha removido conciencias, ha destruido Panamá como paraíso fiscal… y está trasladando de urgencia el dinero de los ricos hacia lugares más seguros. Como Estados Unidos.
Cuando un pequeño despacho de abogados panameño que lleva 40 años operando sin hacer ruido ve cómo más de 11 millones de documentos de sus clientes son escupidos por capítulos en la prensa internacional, lo más normal sería hacerse una pregunta: “¿por qué a mí?”. Por qué a Mossack Fonseca, que no es ni el despacho más grande ni el más importante (aunque tuviera buenos e ilustres clientes). Por qué a Panamá, que pese a ser considerado un paraíso fiscal (o haberlo sido, o serlo de nuevo) no es, ni de lejos, el preferido de las verdaderas grandes fortunas. Por qué ahora, que pese a ser un buen momento para filtrar datos (suponemos que siempre es buen momento para dar carne fresca a los decadentes periódicos) tampoco parece que sea necesario que esto llegue ahora, cuando todos los países tienen cosas más importantes en las que pensar. O tal vez sea por eso.
Tras los lamentos (ya sea “¿por qué filtran mis documentos, con la de despachos que hacen eso?” o “¿por qué filtran mis documentos, con la de clientes que ocultan su dinero en paraísos fiscales?”), llega una pregunta mayor, de importancia, de calado, sin respuesta: ¿quién ha sido? Y su complementaria, que es la primera pero con más enjundia: ¿por qué lo ha hecho?
Teorías hay, y de lo más variopintas: una amante despechada (nunca falla, aunque a veces haya llegado a novia), la CIA (positivo para Hollywood, que así tendría ya media película) o los hackers (muy de esta época y con un punto de oscuro atractivo). Por lo novelesco del evento (una persona que aparece de repente en la sede de un periódico alemán cargada de discos duros con los documentos) podría ser cualquiera, aparentemente alguien de dentro que, preocupado por lo que encontró, decidió compartirlo con el mundo. Por el contrario, Mossack Fonseca asegura que sus servidores fueron hackeados, algo que, a juzgar por algunas informaciones, no sólo era posible, sino que resultaría lo normal por los graves fallos de ciberseguridad que presentaba el despacho. Cualquiera de los tres podría haberlo hecho (también hay amantes con buenas dotes de informática).
Es muy fácil criticar, pero algunos medios y analistas se preguntan por el papel de Estados Unidos en todo esto, habida cuenta de que en los papeles panameños no aparece ningún estadounidense relevante (salvo la propia CIA, por ahora). Para sostener esas sospechas se apunta a la financiación de los organismos que han ayudado a que la filtración llegue a la prensa: la OCCRP (The Organized Crime and Corruption Reporting Project, “el proyecto para reportar la corrupción y el crimen organizado) y el ICIJ. El primero está apoyado económicamente por el USAID, entre otras entidades (entre las que llama la atención un programa de cooperación suizo-rumano y la Open Society Foundation, impulsada por el multimillonario George Soros, cuyo poder sobre las finanzas mundiales y su influencia en los gobiernos que él quiera darían para otro artículo).
Resumiendo: cuando la gente ve que una de las entidades que ha participado en la limpieza y publicación de la filtración está financiada por el Gobierno de los Estados Unidos, George Soros y un extraño programa de cooperación que involucra a Suiza… lo normal es que la amante caiga por su propio peso y se quede como una mera anécdota digna de TMZ.
Lo que la gente no ve es que aquí parece que se abren dos bandos y que en ellos Rusia y Estados Unidos están muy presentes: por un lado, Wikileaks ha criticado abiertamente que el ICIJ no publique la integridad de los datos a los que han accedido, como hicieron ellos en su momento. Por otro, algunos estadounidenses no tienen ningún aprecio a Wikileaks, ya que Julian Assange se encargó de sacarles los colores (de ahí que lleve varios años recluido en la embajada de Ecuador en Londres, aunque en realidad sea Suecia quien le reclame) y Snowden puso la guinda al pastel (acogido en Rusia para evitar a la Justicia estadounidense). Aquí unos y otros ven bien la filtración del otro. Una extraña guerra que de fría tiene poco, pero en la que al menos no hay muertos (salvo políticos que caen y regímenes que se resquebrajan) y de la que la prensa saca tajada mientras algún Estado busca arañar algunos euros que tal vez por descuido no fueron declarados en su momento.
La importancia económica y política de los papeles de Panamá
Suponiendo que nos da igual de dónde hayan salido los documentos filtrados e incluso quién los haya filtrado, la cuestión de Panamá es de relevancia política y económica. Por un lado, se confirma que los paraísos fiscales siguen vivos, pese a los pomposos anuncios de medidas para acabar con una “lacra” que, según dicen, se lleva el 25% del PIB mundial. Las medidas tomadas a raíz de la crisis económica para acabar con estos canales de evasión de impuestos (supuestas causas de la propia crisis) no parecen haber servido más que para maquillar el asunto: basta con intercambiar algo de información para salir de la lista negra, como bien sabe Andorra. De hecho, Panamá dejó de ser un paraíso fiscal para España allá por 2003, cuando todos éramos ricos, gracias a un acuerdo que establece que las Autoridades españolas pueden solicitar información a las panameñas sobre empresas o clientes que tengan empresas o cuentas bancarias en aquel país. Pero deberá ser uno por uno y con una solicitud concreta, para lo cual la Hacienda española deberá conocer de antemano a esos clientes y saber que tienen allí esas empresas y ese dinero. No sabemos qué nivel tendrá Hacienda en dotes adivinatorias, pero todo es ponerse. Solución: intercambio automático de información, como apunta Xavier Gil Pecharromán en elEconomista. Si los llamados paraísos fiscales notificaran a cada país cuándo un nacional abre una empresa o una cuenta bancaria… se acabarían los paraísos fiscales. Este sistema, impulsado por la OCDE, está en marcha y prevé comenzar a operar en 2018. Hay 132 jurisdicciones comprometidas con el programa, de las que 96 lo implantarán en dos años. Parece ser que España está a la cabeza de este procedimiento, lo cual no deja de ser hasta gracioso (no menospreciemos el poder de nuestra nación: se calcula que tenemos en paraísos fiscales unos 175.000 millones de euros. Aquí depende de las cifras de cada uno: Gabriel Zucman estimaba en 2013 que en total había 5,8 billones de euros en paraísos fiscales - una cuarta parte de la calculada por una ONG-, pero la Comisión Europea estima que son 864.000 millones, aunque se centran más en lo que dejan de ingresar los países del club europeo por ingeniería fiscal que por la evasión delictiva, explica Xavier Vidal-Folch. En cualquier caso, nosotros, los españoles, estamos bien dotados en este capítulo). Llamativo: que las Islas Vírgenes, Luxemburgo, Gibraltar o las Islas Caimán hayan solicitado unirse al programa de intercambio automático de información. ¿Estamos locos o qué?
¿El fin de los paraísos fiscales?
Si todos nos unimos a un gran movimiento mundial que abogue por el chivatazo transnacional cuando alguien abra una empresa offshore, ¿qué harán las grandes fortunas? ¿Dónde guardarán, ocultarán o evadirán su dinero? Esto parece que será más fácil: en casa. No en la propia, pero muy cerca.
Según cuenta El Confidencial Digital, cada año entran en Estados Unidos 1.400 millones de euros de dinero negro para conseguir privacidad (e incluso la evasión de impuestos). De hecho, a raíz de la filtración panameña parece que está habiendo un traslado masivo de cuentas bancarias de españoles desde Panamá hacia Estados Unidos, adonde también está llegando dinero desde Suiza o Luxemburgo (por si alguna otra amante despechada decidiera enfrentarse a la prisión y escribir el segundo tomo de la Lista Falciani, por ejemplo. Por cierto, en esta entrevista dice algo así como que Estados Unidos le asesoró para huir a España porque le buscaba la Justicia suiza por haber filtrado algunos datos bancarios del país).
Al parecer, no sólo Delaware lo pone fácil dentro de Estados Unidos, sino que Nevada, Wyoming o Dakota del Sur son la última moda entre los despachos de abogados internacionales para abrir empresas offshore. Como explica Gabriel Zucman, “desafortunadamente, es bien fácil crear sociedades pantalla anónimas en ciertos Estados americanos como Delaware o Nevada, por lo que no hace falta irse a Panamá”. Y es que si las cosas se ponen feas fuera de casa, tal vez dentro se esté más seguro, donde tu empresa opaca dejará de ser offshore (parece que eso es lo que molesta).
En paralelo, países como el Reino Unido están bajando tanto sus impuestos (para las grandes empresas ya pide sólo un 17%) que corren el riesgo de convertirse en sí mismos en un paraíso fiscal. Hay que reconocer que no es una mala estrategia: si las grandes empresas tributan a través de Irlanda (12% de impuestos) o Luxemburgo (donde una filtración demostró impuestos a la carta para cada empresa, con cifras del 1% o incluso el 0,25% en algunos casos) es porque allí pagan menos, así que ¿por qué no copiar el modelo y al menos pillar algo? ¡Seamos todos un paraíso fiscal!
No hay que tener miedo a convertirse en uno: por muchas políticas, reuniones y leyes que se suscriban (como las que ahora propone la Unión Europea, pese a que desde 2009 se anuncian medidas para acabar con esta lacra fiscal - hasta 300 en estos años, sin aparente resultado según demuestra Panamá-) todavía hay un escaso control de los paraísos fiscales, lo que, como explica Thomas Piketty, tarde o temprano se volverá contra nosotros si nadie hace nada, ya que por ellos circula la riqueza que no aparece en Forbes. ¿Para cuándo una lista alternativa? Bueno, ya hay una parecida. Pero seguro que, como en la de los más ricos del mundo de la revista estadounidense, aquí también hay muchos nombres que se han quedado fuera.
Por ahora.