Que las emociones impactan las acciones que a diario acometemos, aún son muchas las personas que las ponen en duda. Pero en realidad, nuestra actitud emocional hace mucho más que eso: conduce toda nuestra vida.
Cuando queremos caerle bien a la gente tengamos claro los siguientes “contratiempos”: es imposible gustarle a todo el mundo y menos que sintamos ese cariño y aceptación que nos dan un número muy reducido de personas; pocos serán también los que nos comprendan ni tampoco muchos serán los que nos valoren; difícil será encontrar adeptos que nos acepten y entremos a formar parte de sus vidas (amigos, compañeros de trabajo, familiares con los que no nos llevamos bien, etc.); nada se puede controlar porque se trata de emociones que al igual que conducen nuestra vida, están dirigiendo la de los demás.
Aunque la buena noticia es, que no debe importarnos demasiado. No debemos obsesionarnos si algunas de las personas que entran en esta clasificación que hemos dado, nos dan la espalda o no expresan una cierta emoción que nos haga sentir cómodos. No podemos controlarlo todo porque de las decenas de personas que pueden formar parte de nuestro mundo relacional, todas y cada una de ellas tienen emociones que son únicas y exclusivas de esa persona. Así de simple. Por tanto, tratemos de convivir con la media de aceptación que tengamos, aunque no está de más tratar de hacer “gestos” que nos permitan que algunos de los que hasta hoy no nos transmitían sentimiento alguno, empiecen a hacerlo. Esta actitud prudente es indudablemente un camino razonable para sentir felicidad.
Esto nos lleva a otra cuestión no menor: si queremos cumplir los objetivos personales y profesionales en la vida, alcanzar las metas que nos hayamos impuesto, es imperativo reducir la medida de nuestros “peros”, o sea, esa permanente manera de cuestionar cosas, hechos, personas, actitudes, etc. Cada vez que anteponemos un “pero” a determinado pensamiento, por ejemplo, “es una buena persona…pero”, estamos sembrando la duda sobre cómo va a ser esa relación con nosotros en el futuro, por lo que sin darnos cuenta, estamos coartando nuestra libertad de acción bajo la terrible forma de la sospecha. Ésta es dañina con nuestra felicidad.
Cuando las dudas y resquemores nos invaden, nos quitan espacio para la libertad de decisión. Por tanto, una primera medida que debemos tomar para controlar estas emociones que están dirigiendo nuestra vida, es intentar gestionarlas y dirigirlas, sin entrar en las trampas de poner condiciones a los demás que no nos gustaría que nos la impongan a nosotros. Cuando aprendamos a conducirlas adecuadamente, nos invadirá un sentimiento de satisfacción que nos hará sentir con una felicidad más duradera, no sólo en momentos esporádicos.
Buddha afirmaba que “no hay nada más terrible que el hábito de la duda. La duda separa a la gente. Es un veneno que desintegra la amistad y rompe relaciones satisfactorias. Es una espina que hiere e irrita; es una espada que mata”. Cuántas relaciones interpersonales en el trabajo, sea entre compañeros o entre jefes y personal, o a nivel familiar o en el mismo grupo de amigos que frecuentamos semanalmente, una aparente inocente duda puede minar las raíces de una relación que puede tener ya algún tiempo. No hay peor infelicidad que la que se haya originado en la duda sobre una persona allegada. Es evidente, nos duele y no puede hacernos felices.
Los estados emocionales nos pueden llevar a aciertos indudables, especialmente en esa relación interpersonal, porque la percepción que tengamos sobre las cosas que se dicen o las acciones que se acometan por parte de otras personas, se correspondan con la realidad de dichos hechos y palabras. Ante esta coincidencia entre percepciones y realidades, la felicidad se agranda, porque no sufre los desvíos de la comprensión (proceso crítico) sino la confirmación de una empatía (proceso emocional).
Del mismo modo, un estado emocional inadecuado, puede llevarnos a prometer lo que no se puede cumplir, o también, a una respuesta que no debió de haber sido dicha porque estábamos enojados y mejor hubiese sido repensar la situación y responder en otro momento. Si las circunstancias que atravesamos son de tristeza, cuidado con las decisiones que tomamos, porque pueden influir muy negativamente algo que a lo mejor es mucho más simple de resolver de lo que parece. Por ello, mantener la felicidad también implica elegir la oportunidad del momento para decidir, prometer o responder. Nunca ha sido bueno precipitar los procesos, menos cuando son importantes las emociones que están en juego.
Las emociones no tienen que interferir en la apreciación y disfrute de los momentos fugaces de la vida.
Doe Zantamata, que es un autor reconocido que ha profundizado en diferentes aspectos de la felicidad, nos da una sentencia que me parece adecuada para lo que tratamos hoy: “es fácil juzgar. Es más difícil comprender. La comprensión requiere compasión, paciencia y el deseo de creer que los buenos corazones a veces también se equivocan. Mediante los juicios que hacemos separamos; mediante la comprensión crecemos”.
El gran escritor ruso Leon Tolstoi (1828-1910) llegó a afirmar que “mi
felicidad consiste en que sé apreciar lo que tengo y no deseo con exceso lo que no tengo”. Tolstoi coincide con Henry Van Dyke, que es el interior, nuestro espíritu y nuestra alma, junto a los valores en los que creemos, que nos señalan claramente el disfrute de algo material en el instante mismo en que se tiene la fuerza de voluntad de no desear lo que no se puede o no se tiene.