Hay personalidades del mundo de los negocios y de la política, que siempre han vivido soñando en cómo “construir” el discurso de toda una vida. En nuestra memoria, por ejemplo, los discursos imborrables de Martin Luther King o de John Fitzgerald Kennedy, que debemos analizarlos más como fenómenos sociológicos que como piezas de oratoria. Aquí subyace la clave, que hace que una intervención pública de una personalidad política o empresarial, no pase como un discurso más y quede formando parte de la historia. Y la llave para convertirse en un discurso que valga la pena recordar, no es otra cosa que las emociones que ha provocado el mensaje, además del tono de voz, los espacios en blanco bien gestionados, la fuerza en resaltar determinados aspectos y la humildad con la que se expresan determinadas palabras que reflejan la idea sustancial de su discurso.
Cada vez que el presidente Obama en sus campañas para su primer mandato, tenía que señalar algo que entendía debía llevar a cabo el partido demócrata, como por ejemplo, mejorar el nivel de ingresos así como de educación de la clase media norteamericana, bajaba el tono de voz y de manera pausada, incorporaba la frase que se convirtió en el eslogan de todas las elecciones: “Yes…we can” (Si…nosotros podemos). Qué es lo que realmente transmitía: un sentimiento claro de que era la gente común la que podía hacer el cambio que la sociedad estaba necesitando.
En el día a día, ni los políticos ni los líderes empresariales están preocupados por tener la repercusión ni siquiera de cerca, de discursos del calibre de Luther King o Kennedy, pero sí quieren destacar por sobre sus colegas, más aún en una época que se caracteriza por una mediocridad en la facilidad de palabra alarmante. Basta ver el debate del “estado de la Nación” o las sesiones de control en el Congreso de los Diputados, para –nunca mejor dicho- “rasgarse las vestiduras” en cuanto al nivel de discurso de los políticos. En otros términos: la oratoria de los diputados es del todo mejorable.
Pero cuidado en no confundir capacidad de oratoria con el nivel de los contenidos. La auténtica carga emocional del mensaje, no es sólo cómo se diga, sino lo que en realidad se dice. Se puede tener buena oratoria pero estar vacío de contenidos. De ahí, que hoy quiero ayudar también a que se preocupen en cómo mejorar la calidad de ese mensaje que quieren dar.
Según David Nihill, comediante y conferenciante, el uso del humor en un discurso es un buen recurso porque reduce las defensas. Nos parece acertada esta interpretación, ya que es verdad que cuando se produce esta empatía entre público y orador derivado del buen uso del humor, incluso la ironía fina y ajustada a lo que se quiere resaltar, provoca cierta complicidad en el auditorio y ayuda a comprender mejor el mensaje.
Churchill en sus debates parlamentarios utilizaba la ironía mejor que nadie, que también se refleja en su correspondencia. O sea, que formaba parte de su personalidad. De ahí que lo primero que tiene que ser consciente si quiere hacer un buen papel y no un papelón, en el discurso que debe dar o la presentación que tiene que hacer en horas no más, es si el humor forma parte de su carácter. En caso que sí es un don natural de su persona, entonces será sólo cuestión de saber administrarlo. Si es que no, tendrá que hacer un esfuerzo y preparar un poco el escenario con el que se va a encontrar. Esto implica tomar notas, tener una chuleta con la referencia concreta a esa “historia” o “anécdota personal” que quiere compartir con la audiencia.
Por tanto, si Ud. no tiene sentido del humor, pero sabe que debe utilizarlo para que su mensaje cale en el auditorio, tendrá entonces que preparar muy bien su “speech” y los momentos en los que recurra a utilizar la herramienta humorística.
Parta también de la base que la gente no quiere “aguantar” discursos de 40 minutos, sino unos cuantos mensajes claros y divertidos que no pasen, según muchos expertos, de 18 minutos. Es más, uno de los discursos más famosos de la historia, el del presidente Abraham Lincoln en Gettysburg, no duró más de 3 minutos, pero aún resuenan los ecos de su llamada al reconocimiento de los muertos de la Guerra Civil y la construcción de una nueva nación en libertad y democracia.
Tenemos entonces dos factores claves: humor y duración. Porque saber utilizar el humor de manera directa, aludiendo a una experiencia personal que el público también la puede asimilar como propia, es decisiva para el buen entendimiento del mensaje.
En cuanto a la duración del discurso, el famoso coach, autor y comunicador Carmine Gallo, sotiene que la creatividad prospera bajo restricciones, y una presentación más corta provocará la reacción más fuerte de su público. Porque Ud. no es el único que puede experimentar ansiedad acerca de su discurso o presentación: su público sentirá ansiedad también. Por ello, la limitación de la duración de su presentación será mantener a su público comprometido, e incluso con ganas de más porque lo está haciendo bien.
En cuanto a la capacidad de recepción del auditorio, no olvide que la gente puede entender con claridad no más de tres o cuatro mensajes. Que sean claros y no de lugar a dudas ni interpretaciones. Si además “adorna” cada mensaje con ejemplos y experiencias, alguna de ellas apelando al sentido del humor, seguro que mantendrá vivo el interés de los asistentes, siempre y cuando esté aún dentro de los diez o quince minutos que se haya fijado. Más allá de este tiempo, incluso el buen humor que despliegue no tendrá efectos porque ya se habrá entrado en la fase de pérdida de atención.