Es muy difícil salir a la calle y no encontrarse con alguien pidiendo una limosna o, en términos seglares, una ayuda económica. Una acción que lejos de tomarla con ligereza o frivolidad, también tiene una lectura técnica que, desde el punto de vista de la Comunicación, pretendo mostrar.
Los diferentes individuos que forman el colectivo (de toda condición, edad y género) que día a día sale a las calles en busca del favor de sus congéneres se diferencian en las estrategias elegidas para intentar subsistir mendigando. Poniendo como ejemplo la ciudad de Madrid, podemos hablar de acciones pasivas y activas, desarrolladas en el exterior y bajo tierra (en la red de Metro y Cercanías), respectivamente.
En el exterior y dentro de las pasivas, algunos optan por apostarse a las puertas de los grandes almacenes y de los negocios de las calles más transitadas y emblemáticas. Posicionamiento comercial. Una clara apuesta por una buena ubicación en zonas de afluencia de personas con intención/necesidad de gastar.
Otros, más seculares, prefieren las puertas de las iglesias transfiriendo el éxito de su elección a las obligaciones cristianas de sus visitantes. Estaríamos hablando devoluntarismo (todo depende de la voluntad divina) y de clientes cautivos.
En ambos casos apenas hay diálogo (mensaje), en muchas ocasiones una breve y reiterada letanía o unas líneas sobre un cartón sirven para dar y transmitir testimonio de la difícil situación que se vive. Apelan a la caridad, a la generosidad, sin siquiera intentar influir directamente en la voluntad de sus congéneres más agraciados. Buscan lo que podríamos denominar el ingreso por impulso.
Siguiendo con las acciones pasivas realizadas en el exterior, pero algo más proactivas, un tercer bloque lo conforman las personas que piden en los semáforos. Un grupo más interactivo con su entorno que bien ofrece un servicio (limpieza de cristales del coche), un producto (habitualmente clínex) o exhibe una habilidad de entretenimiento (acróbatas) en una zona muy específica: los aledaños de un semáforo ubicado en una calle de mucho tráfico.
La comunicación verbal con sus "clientes" es mínima y el éxito depende más de la estadística (el elevado paso y parada de vehículos) que de la calidad del servicio o producto que se ofrece. Aquí puede existir fidelización, debido a que el semáforo en cuestión se convierte en punto de encuentro habitual entre oferta y demanda todos los días e, incluso y en el extremo opuesto, coacción (en la mayor parte de los casos nos dan un servicio como lavar nuestro parabrisas sin pedirlo o a pesar de nuestros intentos por impedirlo, y piden una recompensa a cambio).
Luego están las acciones activas. Tienen lugar en el Metro, tanto en sus pasillos como, sobre todo, en el interior de los vagones. En este caso podrían categorizarse en artísticas y rogativas. El escenario cambia con respecto a las pasivas anteriormente analizadas. Ahora el menesteroso se convierte en el centro de atención, cobra un protagonismo inusitado (en relación con el pasivo del exterior antes visto) y dispone de un mensaje especializado de mayor impacto.
En el caso de los que realizan sus acciones mediante un discurso artístico más o menos profesional (cantando, tocando un instrumento, recitando, etcétera), lo hacen a través de un mensaje positivo que no requiere siquiera la explicación de la causa que les lleva a actuar en ese escenario. "Mi arte te acompaña durante un par de minutos y espero tu recompensa", parecen decir. No es un acto de caridad, es un pago por un servicio.
Dentro de esta categoría están los que se emplazan en algún pasillo muy transitado con la funda del instrumento abierta como reclamo para las monedas (en algunos casos obligados por el volumen y/o peso de su herramienta de trabajo, o por preferir una zona de paso concreta) y, además, están los que transitan de vagón en vagón amenizando el viaje y pasando la gorra con una sonrisa y un "gracias que tengan un buen día".
En el primer caso (los que actúan en los pasillos) es obligado captar la atención y la voluntad del viandante para que se acerque y premie el esfuerzo del artista; mientras que en el segundo (los que van de vagón en vagón), se añade unelemento de cercanía (y también de presión) sobre el viajero. En ambos nos encontramos con la estrategia del mensaje positivo (de intercambio casi, yo te ofrezco mis dotes artísticas a cambio de tu dinero) como sustituto al mensaje de la pura y desnuda necesidad.
La categoría que nos queda por analizar, la que hemos denominado de "rogativas", que forma parte de este colectivo que desarrolla su actividad bajo la superficie, en el Metro, es muy similar a los individuos que piden ayuda a las puertas de los grandes almacenes e iglesias con la particularidad de hacerlo de forma individual, trasladando su mensaje (mucho más amplio, con información detallada de su situación) a cada individuo. Personalización del mensaje.
Por último, quedan los que además de explicar su situación personal y lanzar sus diatribas, acompañan su discurso con la venta de algún producto (desde clínex, linternas o barras de chocolate) como forma de profesionalizar la poco grata labor de pedir y justificar (casi de una forma laboral) el dinero que pudieran obtener. Unescenario ficticio de compra venta.
La tasa de pobreza en España se sitúa en el 27,3%, una de las más elevadas de Europa, según el cuarto informe sobre "El Estado de la Pobreza en España" que acaba de presentar la Red Europea de Lucha contra la Pobreza y la Exclusión Social en el Estado Español (EAPN) y que analiza la evolución del indicador europeo AROPE (combina la renta con las posibilidades de consumo y el empleo) entre los años 2009 y 2013.
Más de 12,8 millones de españoles se encuentran en riesgo de pobreza o exclusión. Entre 2009 y 2013, hay casi 3 millones de personas (800.000 más que antes de la crisis), con dificultades para alimentarse adecuadamente, que tienen que retrasar pagos de su vivienda, que no pueden caldearla en invierno y sin capacidad para afrontar ni un gasto imprevisto.