Tras el bárbaro atentado contra Charlie Hebdo, el debate sobre la libertad de expresión sigue abierto y quizá con nuevos temas y matices. Además de los terroristas por motivos religiosos, se cercena el derecho a informar cuando existen conflictos armados y en zonas de inestabilidad, con alta corrupción o crimen organizado por el temor de los medios a represalias; pero lo que es peor aún, muchos supuestos estados de derechos lo hacen en nombre de la “protección de la seguridad nacional” o de la “seguridad ciudadana” y estamos viendo que esta actitud puede resurgir en estos trágicos momentos.
Según la edición 2014 de la Clasificación Mundial de la Libertad de Prensa de Reporteros Sin Fronteras, ésta se ha degradado desde 2013 y se trata de una tendencia a escala global. Encontramos una lista de 180 países encabezada por Finlandia, Países Bajos y Noruega y con Turkmenistán, Corea del Norte y Eritrea a la cola y a lo largo del informe se repasan muchos de los supuestos anteriores, se habla de asesinatos, agresiones y amenazas a periodistas, leyes restrictivas, etc.
Pero existen otro tipo de ataques a la libertad de expresión e información de los medios de comunicación. Quizá estos son más silenciosos y no violentos, pero también difíciles de combatir. Se trata de la autocensura o el tratamiento favorable según los intereses económicos del medio o grupo editorial del medio.
Estamos presenciando un aumento de situaciones extrañas, desde hace tiempo vemos como algunos medios pretendían cobrar por publicar noticias. Ahora ya no se limita solo a eso, es cada vez más frecuente encontrar medios que rechazan publicar un tema que les parecía interesante a priori a periodistas de la redacción si detrás no hay un anunciante. De la misma manera, se prima al anunciante o se evita hablar de sus temas delicados.
Si estamos de acuerdo en que el interés informativo para la audiencia debería primar por encima de otras consideraciones, me preocupa enormemente ver como se mercantiliza la relación. Y este caso es aún más llamativo si hablamos de bastantes bloggers y autodenominados influencers que se acercan a las agencias para ofrecer promocionar marcas. De esta forma, se confunde a la audiencia sobre si algo es publicidad o no.
El trabajo de las agencias de comunicación es el de encontrar ángulos informativos interesantes y crear contenidos que sean atractivos para un target. Por supuesto que lo hacemos para apoyar a nuestras marcas clientes, pero con una gran honestidad y asumiendo que si el contenido no interesa, no hemos hecho bien nuestro trabajo. Y también nos encontramos periodistas frustrados por no poder publicar algo porque les han dicho que de ese tema nada o de aquella empresa tampoco.
No estoy en absoluto comparando a los periodistas que se juegan la vida por informar o dar su opinión con estos casos que se refieren a dulcificar la imagen o vetar a empresas, pero, precisamente en países donde existe una aceptable libertad de prensa como el nuestro (España se sitúa en el puesto 35, por delante de Francia o Estados Unidos), me inquieta que se auto-creen cortapisas.
En definitiva, como profesional que ama la comunicación y como ciudadana que ama las libertades ganadas con mucho esfuerzo, solo espero que nada ni nadie limite nuestro derecho a la información ni el derecho de los periodistas a informar sobre lo que creen relevante.
Si (
No(
