Wells era uno de los detractores de Joyce, precisamente no le gustaba su obra, a pesar de que como él mismo declaraba, le profesaba cariño a nivel personal.
Wells le dice que “no creo que pueda hacer nada respecto a la promoción de tu obra. Tengo un enorme respeto por tu genio desde tus primeras obras, y ahora siento una gran simpatía por ti, pero tú y yo seguimos caminos muy diferentes”. Marca una distancia con Joyce, como si pesaran en su aceptación de la obra su formación católica, irlandesa, y como decía Wells “subversiva”. En cambio admite en la carta que el está formado de manera científica, constructiva y “supongo que inglesa”.
La mente de Wells concebía un mundo en el cual prevaleciera el proceso de unificación y concentración (que era posible), lo que determinaría un incremento del poder como consecuencia de los avances en la teoría económica y la concentración del esfuerzo. Wells con la agudeza que le caracterizaba, se refiere en la carta a un “progreso no inevitable, pero interesante y posible”.
Wells le dice que ha sido ese juego (en relación al progreso imparable) lo que le ha atraído y que le tiene “sujeto” (preso de esa idea). De ahí que Wells creía que necesitaba un lenguaje y una expresión “lo más sencilla y clara posible”. (En clara oposición a la complejidad de la redacción que le parecía la obra de Joyce).
Impresiona cuando le transmite un mensaje ya mucho más personal en cuanto a lo que trasciende de su escritura, al decirle: “Tú comenzaste siendo católico, es decir, que empezaste con un sistema de valores en claro contraste con la realidad. Tu existencia mental está obsesionada con un sistema monstruoso de contradicciones”. Y le recrimina que pudiera ser que su creencia en la castidad, la pureza y el Dios personal, es la que le hace “soltar” determinadas palabras y gritos.
Wells no puede evitar mezclar los valores de la escritura con los que él cree operan en la mente de Joyce: porque le recrimina que le criaron con la ilusión de la represión política, en cambio a él lo criaron con la ilusión de la responsabilidad política. Por ello culmina esta parte de la carta afirmando que “Esto puede parecer una cosa genial ante la que rebelarte y con la que cortar. Para mí no lo es, en absoluto”.
No cabe duda que la “honestidad intelectual” es quizás (si pudieran ser medidas) la que mejor puntúa en el “ranking de las honestidades”. Wells se refiere a “este experimento literario tuyo”, como algo digno de consideración. Admite su valor aunque no lo comparta. Qué hermoso sería una actitud así en la política, por ejemplo. Y agrega: “porque tú eres un hombre muy digno de consideración y tienes en tu composición abarrotada un genio grandioso para la expresión, un genio libre de restricciones”.
Pero a continuación le expresa su reprobación diciendo “pero no creo que nos lleve a ninguna parte. Le has dado la espalda al hombre común, a sus necesidades básicas y a su limitado tiempo e inteligencia, y lo has hecho todo más complicado”.
La obra de Joyce es en sí misma complicada, pero no cabe duda que los críticos siempre se han debatido si es o no finalmente, la más grande novela del siglo XX. Por ello, Wells cree que para la gente común pudiera representar su lectura una pérdida de tiempo. Pero a pesar de esta durísima crítica, nuevamente su honradez como intelectual le exige dar una especie de grito de advertencia a la sociedad: “A lo mejor tú tienes razón, y yo estoy equivocado por completo. Tu trabajo es un experimento extraordinario y yo me tomaría muchas molestias por salvarlo de cualquier interrupción destructiva o restrictiva”.
Vaya intelecto libre…absolutamente libre de presiones políticas. Consciente de la palabra, el poder de la palabra que pueda molestar, porque siempre termina molestando a alguien, especialmente si tiene poder, molesta. Esto ha sido así a lo largo de la historias de la literatura y Joyce no es una excepción.
Finalmente, con la altura de miras que se le supone a una mente brillante como la de Wells se despide de esta manera: “Mis mejores deseos para ti, Joyce. No puedo seguir tu bandera de la misma forma que tú no puedes seguir la mía. Pero el mundo es ancho y hay espacio para que ambos estemos equivocados”. Admitir un posible error de las dos partes que interactúan en cualquier acción, es pretender un imposible. En el mundo en el que vivimos, las acciones que día a día vamos realizando y con las personas que interactuamos, no he escuchado jamás ni creo que pueda ser testigo de ello, de que un colega me diga lo que Wells le dijo a Joyce de que hay espacio para los dos porque ambos podemos no estar en lo cierto. Por el contrario, tenemos cierta tendencia natural a tirarnos a la yugular de la otra persona en cuanto somos conscientes de algún signo de debilidad. Somos mamíferos, pero debemos recordar que racionales, por lo que una dosis de sentimientos y honestidad al estilo de Wells no vendría mal en una sociedad que actualmente está cargada de tensiones e incertidumbres respecto al futuro. Pero es más: la incertidumbre básicamente nos la hemos creado nosotros porque tampoco hay esa honestidad intelectual que nos haga rebajar la tensión y facilitar la comprensión y entendimiento entre personas y entre pueblos.