Sabía Solzhenitsyn que antes o después, cuando la verdad estuviera en posesión de sus compatriotas, las fisuras se tornarían irreparables cuando se comprendiera, que era el único camino hacia la libertad.
Y a pesar del riesgo que corrían sus vidas, se aferraban desesperadamente a cualquier indicio que les abriera una puerta para recuperar la dignidad humana. Por ello, circulaban copias de los capítulos de su obra con los testimonios de tantos presos políticos, para que el resto de ciudadanos comprendiera la realidad de lo que era el régimen soviético.
¿En dónde están los puntos en común entre las fisuras de la disidencia soviética y las fisuras que provoca la corrupción?
En que en aquella búsqueda de libertad del pueblo ruso, prevalecía la esperanza de no vivir en un país azotado por el terror, la injusticia y la barbarie. En la sociedad actual, las fisuras de la corrupción política agrietan la convivencia pacífica de cualquier estado, porque afloran rencillas, venganzas, acciones injustas e inapropiadas que comprometen seriamente su futuro. Pero una circunstancia siempre es común denominador en el escenario político: los que detentan el poder no quieren perderlo, mientras que los que aspiran a un cambio en el gobierno, quieren que como en la disidencia soviética, la ciudadanía comprenda lo que significa la mentira y la corrupción que ha hecho del estado, un sitio de privilegio para una oligarquía económica que controla los destinos del país.
¿Cuándo le estalla en las manos a los dirigentes de un país esta “disidencia” en las bases de su poder?
El peor enemigo de cualquier gobierno es la crisis, porque es evidente que mientras se disfrutó un periodo de “vacas gordas”, las denuncias contra el establishment estaban circunscriptas a aspectos muy puntuales o si bien también podían ser generalizados en algunos casos, el control que el poder ejerce en todos los estamentos del estado, especialmente el poder judicial, hacía que las querellas no prosperasen y muchos expedientes judiciales durmiesen el sueño de los justos.
Pero cuando el giro de los acontecimientos fue de 360º derivado de una crisis que desahucia a la gente de sus casas, deja sin trabajo a 6 millones de ciudadanos y también son millones las familias que sufren auténticas penurias para llegar a fin de mes y pagar la factura de la luz, el caldo de cultivo hace que aquellas fisuras que antes eran controlables, se conviertan en un punto de no retorno y en un particular ajuste de cuentas de la ciudadanía con el gobierno de turno y la clase política en general.
Cuando la corrupción se convierte en un fenómeno sistémico, enquistado en la propia naturaleza y función de las instituciones, como todos los movimientos pendulares que en cualquier sociedad se dan, oscila desde momentos en los que aflora y aparentemente se combate; sigue un periodo de supuesta expansión económica en la que nadie habla de corrupción; se entra en una fase recesiva de la economía en la que se cuestiona la distribución de la riqueza y surgen demandas tan elementales como la desnutrición infantil, la marginación y la exclusión social. Cuando el péndulo llega a este punto, no hay poder que aguante el envite.
¿Cuál es el grado de tolerancia de la ciudadanía?
Cuando semana tras semana se suceden escándalos de corrupción que salpican al gobierno de turno, el nivel de paciencia de la ciudadanía se ve profundamente sobrepasado. Surge la indignación que es la que pone en marcha movimientos de gran contestación social. Finalmente, se ve por vez primera en base a las encuestas recientes, cómo la estructura hasta ahora incólume del bipartidismo se fisura, las grietas se hacen más y más grandes, siendo el miedo de los que están en el poder hacia cualquier manifestación en su contra, la que se convierta para el status quo vigente en un ataque al sistema y la convivencia. Menuda mentira que ya no se la traga nadie.
Rusia se resquebrajó desde dentro, aunque fue Lech Valesa, Juan Pablo II, Margaret Thatcher y Ronald Reagan, los que figuran como los impulsores de la caída definitiva del muro de Berlín, máximo exponente de lo que fue el régimen soviético.
La política en el siglo XXI en los países más avanzados, ocupando España el doceavo puesto mundial, está fundamentada en la libertad y la tolerancia dentro de estados de derecho en el que la división de poderes sea una realidad.
La corrupción ha puesto de manifiesto hoy, que uno de estos poderes, el judicial, cuando ha acelerado el ritmo de sus actuaciones gracias a las denuncias de asociaciones más que de la fiscalía general, está haciendo tambalear la estabilidad del Ejecutivo y cuestionando seriamente las actuaciones del Legislativo. Ciertos abusos pudieran incluso ser tolerables de cara a la valoración que hace la gente, pero cuando se ha despertado todo el mundo del sueño y ve que hay un proceso sistemático de organización para beneficiar mediante prebendas y privilegios, independientemente de que algunos políticos (no todos) han usado su poder para enriquecerse y fundar auténticas organizaciones criminales para delinquir, entonces ya no hay vuelta atrás. Lo único que se espera entonces, son las condenas y la devolución del dinero apropiado indebidamente.
Los partidos políticos tienen que hacer una depuración inmediata de responsabilidades políticas, lo que implica una renovación de sus cúpulas para poder seguir teniendo opciones a gobernar a partir de un nuevo proceso electoral que sea valorado por la ciudadanía como un revulsivo a lo sucedido hasta la fecha.
En caso de que así no se haga, se abre una opción que es muy seria de que nuevos partidos –en solitario o en coalición- lleguen al poder barriendo de manera total, ya que si bien no pueden mostrar logros porque no han gobernado, sí pueden ser escrutados en cuanto a honestidad porque no están incursos en casos de corrupción alguna. Esta es la cuestión que más valora la ciudadanía actualmente y será muy difícil moverla de esta valoración.