Sobre los avances científicos en materia de salud planea una sombra peligrosa. Muchos expertos advierten de las consecuencias sociales que puede acarrear que tan solo un exclusivo grupo de personas se pueda permitir hacer frente a los costes de los tratamientos que den acceso a la vida eterna.
La revista digital “Aeon” pone sobre la mesa este dilema moral. Aunque en un país del primer mundo como EE UU los ricos viven ya 12,2 años más que la clase trabajadora, mientras que los blancos con estudios universitarios viven hasta 80 años frente a los 67 de los que no los tienen, con la aparición de las terapias antienvejecimiento la brecha se ampliará mucho más.
Las estimaciones apuntan a que los menos afortunados apenas alcanzarán los 60 años, frente a los adinerados, que vivirán 120 o más. Al acceso a mejores alimentos, medicamentos y menor estrés al que someten a sus cuerpos, se sumarán las mejoras genéticas que están por llegar. Hugh Herr, director del grupo de biomecatrónica en el MIT Media Lab, considera que la sociedad no se conformará con el uso de prótesis e implantes cerebrales con fines médicos, sino que las personas sanas reclamarán el acceso a esta tecnología para mejorar sus facultades y solo la clase más privilegiada podrá permitírselas. Las mejoras cognitivas crearán una élite de cyborgs que irán a los mejores colegios, tendrán los mejores puestos de trabajo y dirigirán el mundo.
Los más pesimistas hablan de una nueva lucha de clases que derivará en una revolución que enfrente a los que morirán a una edad más temprana que sus propios padres y los que vivirán el doble que ellos. En el artículo de “Aeon”, Linda Marsa asegura que si queremos evitar este complicado panorama social. debemos encontrar la manera de aprovechar el talento repartiendo la longevidad equitativamente. La sociedad puede elegir entre dos posibles realidades: una en la que la población envejezca rápido y sea débil y otra en la que todo el mundo viva mucho más tiempo y sea más productivo.