Entre las diferentes acepciones de la palabra honor, tenemos las siguientes:
1º Cualidad que lleva a una persona a comportarse de acuerdo con las normas sociales y morales que se consideran apropiadas. De ahí la expresión “es un hombre de honor”.
2º Buena reputación. Lo que se dice con frecuencia que finalmente sus acciones le reportaron más honor que dinero.
3º Aquello por lo que alguien se siente enaltecido o satisfecho. Por ejemplo, un premio que le ha sido otorgado a un científico y dice: “es un honor para mí recibir este galardón”.
4º Dignidad, cargo o empleo. Es frecuente escuchar comentarios como que ha llegado a “altos honores” en su profesión, porque trabaja mucho y sin descanso.
5º En el caso de una personalidad, viva o muerta, a la cual “le rinden honores”.
6º Hacer honor a algo, como por ejemplo, la organización que representa, o incluso porque es una consecuencia directa del nombre que lleva. Hace honor a su apellido.
Es evidente que la palabra honor, por dónde se la mire, tiene una altísima connotación positiva. Es un atributo que entra a formar parte del carácter de una persona que destaca por determinadas virtudes y por las cuales se le reconoce no sólo en su ámbito de trabajo, sino más allá de éste.
¿Qué es lo que está pasando hoy con la palabra HONOR?
En rigor de verdad, con la palabra no ocurre nada. Lo que sí ocurre es con los hombres y mujeres que han olvidado lo que significa cuando han hecho o están haciendo uso de sus cargos y responsabilidades, tanto en la esfera pública como en la privada con fines “non santos”.
No es inherente a lo público exclusivamente actuar sin honor, por ejemplo por los usos poco apropiados que hace de sus acciones gracias al poder que ostenta, actuando en beneficio propio o de personas de su círculo de amigos y cómplices. En el ámbito privado también se pierde el honor cuando se actúa sin escrúpulos en la búsqueda de beneficios para sí y su grupo, gracias a la amistad o grado de influencia que se tenga en determinados estamentos del estado.
Por tanto, el término en solitario o bajo alguna forma de expresión como las descritas, tiene plena vigencia. La cuestión es por qué cada vez que se observa el estado de la política de un país y el comportamiento de sus políticos, la palabra honor queda automáticamente reemplazada por la legislación positiva vigente en esa sociedad. Esto determina que determinadas acciones puedan ser categorizadas como delitos o simplemente faltas, lo que lleva a que muchas de los actos punibles queden subsumidas en los vericuetos de la ley, la lentitud de la justicia y la falta de memoria cuando han transcurrido seis o más años.
Y cuando se dan estas demoras, el término honor ya a nadie le importa, especialmente a los corruptos que dan por descontado que no les ocurrirá nada o que de tener que cumplir pena, no será demasiado larga y que cuando salgan podrán disfrutar de sus millones que están en tierras lejanas.
En la construcción de la personalidad y carácter de los individuos, en la sociedad en la que vivimos se privilegia (se premia) todos aquellos actos que nos hagan triunfar, que podamos disfrutar de una posición social mejor o incluso hacernos ricos. Hasta aquí todo muy bien, pero la cuestión es que la mayoría de ciudadanos de un país, la gran clase media y trabajadora, trabaja con responsabilidad para poder afrontar sus obligaciones familiares, fundamentalmente la educación de sus hijos y que a esa familia no le falte nada. Con poco se conforman, aunque es obvio que luchan siempre por mejoras.
La palabra honor les queda lejos no porque no la ejerciten, sino porque no son conscientes de ello. En otros términos: los millones de ciudadanos de un país que son el auténtico motor de la sociedad y la economía, actúan sin ellos saberlo, con honor. Hacen honor a sus antepasados, a sus progenitores como antecedente más próximo, tratando de mejorar la situación social y llevados por la ambición normal de tener una mejor calidad de vida y el futuro asegurado de sus hijos.
¿Cuál es el fenómeno que se da del “honor en los tiempos del ébola”?
Hasta hace pocos años, mientras nadábamos en una abundancia que no era del todo real, a nadie le preocupaba, si ante determinados hechos, las personas implicadas habían actuado con o sin honor. Pero la crisis lo cambió todo, porque ya las familias estaban sufriendo el flagelo del paro, la falta de ingresos y millones que estaban cruzando la línea roja del umbral de la pobreza, paso previo a la definitiva exclusión social.
Entonces surgió de nuevo -como el ave fénix- en la mente de los ciudadanos aquellas enseñanzas recibidas de abuelos y padres respecto del comportamiento, las normas y valores, todo lo que determina hacer honor a la trayectoria de una familia, de un apellido. ¿Y cuál fue el detonante? Los despropósitos de un afán de lucro desmedido de un número considerable de miembros pertenecientes a la clase política. Dirigentes políticos absolutamente cuestionados por la ciudadanía, no solamente en la capacidad para gobernar, sino en lo que conforma su autoridad moral para hacerlo.
Cuando todos los trabajadores de la sanidad durante los días críticos del ébola, atendieron tanto a los dos misioneros españoles lamentablemente fallecidos, como a Teresa Romero que gracias a Dios ha vencido al virus, además de todos los que estaban aislados y que finalmente dieron negativo en los test del ébola, su trabajo fue realizado con entrega, sabiendo que arriesgaban sus vidas ante el mínimo error, con el desinterés propio de un servidor público que sabe que la vida de otras personas están en sus manos. Estos profesionales de la sanidad actuaron con HONOR y demostraron una vez más, la honorabilidad de una profesión que vela por la salud de los ciudadanos.
El contraste del uso de la palabra HONOR en estos profesionales sanitarios comparado con la clase política que se llena la boca con la palabra transparencia, no tiene parangón.
Hacen falta políticos que tengan HONOR en sus actuaciones, HONOR para decir la verdad y por sobre todas las cosas, HONOR y DIGNIDAD para renunciar cuando saben en el fondo de sus almas, que de aferrarse a lo que ya no pueden sostener, le hacen más daño al país porque generan inestabilidad que la terminan castigando mercados, agencias de calificación e inversores.
Como en las contiendas militares antiguas, también en la política puede haber HONOR en la victoria y HONOR en la derrota. Se puede luchar y ser vencido con HONOR. Pero lo que es del todo reprobable es cuando algunos que ostentan el poder y no quieren renunciar a él, creen que sólo su actuación y la de su grupo político es la que sacará al país adelante. Además de ser una presuntuosidad estúpida de parte de los que ya están derrotados moralmente, es una actuación poco honorable de la cual la ciudadanía seguramente pasará factura.
Y desde esta tribuna pedimos a todos aquellos políticos (una mayoría honrada que está harta de sus compañeros de filas corruptos) que actúen con HONOR y procedan a hacer la limpieza que las circunstancias y la ciudadanía exigen.
Como mi abuela solía decir: “al que le quepa el sayo…que se lo ponga”.