Maarten Asscher, escritor y director de Athenaeum, una de las librerías más emblemáticas de Holanda; Patrick Neale, librero británico independiente y expresidente de la Booksellers Association y Antonio Ramírez, director de La Central, se reunieron en Segovia para analizar el estado actual de la industria y se mostraron bastante optimistas de cara al futuro.
Para Maarten, hay tres aspectos que invitan a serlo. El primero tiene que ver con la labor del librero como “gatekeeper”. Tradicionalmente, los editores eran los encargados de decidir qué obras se publicaban y cuáles se devolvían al autor. La llegada de Internet ha supuesto que millones de historias encuentren salida y resulte imposible descubrir cuáles merecen la pena. Ése será el papel del librero: decirle al lector qué es lo importante y aconsejarle que lo lea.
En segundo lugar, los libros descansan en un almacén y no son visibles. De alguna manera no existen hasta que alguien les da vida. Ahí es cuando vuelve a aparecer la figura del librero como persona que anima y casi fuerza al lector a que lea. Su misión es presentar los libros de forma teatral (Patrick habla de showroom, “palabra horrible, pero que puede servir”) y organizar eventos que atraigan al público hacia ellos. En esta batalla por el tiempo del lector, lo importante es hacerse notar y asociar la visita a la librería con algo placentero.
Por último, el futuro de las librerías está garantizado si conciben Internet no como una amenaza, sino como una oportunidad para llevar su negocio a lugares a los que nunca había llegado. En el caso de la librería Athenaeum, los 800.000 visitantes anuales que recibe su webshop tienen a su disposición alrededor de 11 millones de títulos, mientras que en el establecimiento cuentan tan solo con 35.000.
A pesar de que se puede hablar de un panorama esperanzador, son conscientes de que las librerías han tenido que enfrentarse a una dura competencia. Patrick asegura que su negocio iba bien hasta que a mediados de los 90 se vieron envueltos en la tormenta perfecta. Primero fueron los supermercados los que empezaron a hacer grandes descuentos en libros, después llegó una apisonadora llamada Amazon y, finalmente, los libros electrónicos.
Sin embargo, cree que las librerías sí han sabido adaptarse a esta nueva situación. Prueba de ello es que muchos libreros aseguran que 2013 ha sido uno de sus mejores años. Antonio vino a confirmar esta tendencia señalando que La Central lleva 12 meses registrando datos de ventas positivos, por lo que considera que las malas cifras del sector vienen provocadas por un descenso de adquisiciones de las bibliotecas y las grandes superficies y no tanto por la caída de las ventas en librerías. Marteen añade que, si bien en Países Bajos la industria ha visto reducir su volumen un 20% en 5 años, otros sectores han caído hasta un 40%.
¿Qué es lo que encuentran los lectores en las tiendas físicas que no se lo da Internet? Por un lado, el hecho de que no todo puede ser una experiencia virtual. Las personas necesitan espacios físicos, tangibles, que les permitan sentirse parte de una comunidad. Por eso, librerías como La Central cuentan con un diseño muy cuidado y una cafetería-restaurante en la que conversar sobre libros e incluso celebrar conciertos de rock. Por otro lado, hay personas que son selectivas por principios y acuden a las librerías porque son conscientes de que Amazon no paga impuestos y recibe dinero público, mientras que el pequeño librero sobrevive a duras penas.
Antonio también considera que el lector desconfía del crítico, porque cree que le mueven otro tipo de intereses, pero en cambio sí confía en otro lector. En Internet hay muchas personas opinando, pero cada una tiene un gusto diferente. El librero, en cambio, conoce a su cliente y es capaz de anticiparle cuál será su próxima lectura.
Pero fundamentalmente, lo que puede salvar al libro impreso, curiosamente, es el libro electrónico. “El ebook será tan omnipresente que aumentarán las ganas de poseer un libro”, asegura Marteen. El valor de la edición en papel será mayor porque el lector concebirá esta compra como una inversión en su futuro intelectual. Frente a un formato digital efímero, se revaloriza un bien duradero que podrán heredar sus hijos y sus nietos.
Los editores se esfuerzan cada vez más en mejorar la parte estética del libro, pero no solo tiene importancia el soporte. En opinión de Antonio, la gente elige un libro por las herramientas de marketing con las que cuenta, por ejemplo, que lo haya publicado cierto editor del que nos gustó un título anteriormente garantiza que nos interesen los próximos que lance.
Por último, los ponentes fueron cuestionados por el tema del alto precio de los libros. Antonio reconoce que los de bolsillo en España son muy caros. Mientras que en Francia cuestan unos 4 o 5 euros, en nuestro país estamos pagando hasta 14 euros por ellos. También se muestra contrario a entrar en una guerra de precios que derivaría en monopolios globales. Pero, por otra parte, culpa al lector de querer consumir sin gastar y comprar lo más barato posible. Patrick advierte de que no debemos confiar en ofertas del tipo 3x2, porque de poco sirve comprar barato si la obra no vale nada. No comprende que la gente pague 2’50 libras por un café, pero no quiera desembolsar 8 libras por un bien, que, como asegura Patrick, “te puede cambiar la vida”.