Mucho se está hablando en los últimos meses del cambio de tendencia en las organizaciones de noticias. La llegada de nuevos jugadores a la industria periodística ha desbancado a los periódicos tradicionales como dueños de la información. En estos momentos, los usuarios eligen Facebook o Twitter para informarse a diario, servicios gratuitos que les permiten acceder un resumen de todo lo que acontece en un mismo lugar. Por su parte, los nativos digitales prefieren ser conocidos como startups tecnológicas con el fin de diferenciarse de los medios de comunicación tradicionales. Su obsesión por llegar a todo tipo de audiencias hace que inviertan en personal con amplios conocimientos en nuevas tecnologías y redes sociales antes que en periodistas que dediquen su tiempo a realizar un análisis en profundidad de los acontecimientos.
Sellado este intercambio de papeles, nacen nuevas incertidumbres. El especialista en medios digitales, Dan Gillmor, asegura en “The Atlantic” cuestiona que medios como Google, Facebook o Twitter trabajen por defender el derecho a la libertad de expresión. El poder que aglutinan no lo han adquirido de motu propio, sino que son los usuarios los que se lo han cedido. Pero los internautas no son conscientes de que el hecho de que estos servicios no sean de pago hace que no tengan derechos más allá de los que se reflejan en los términos del servicio. Cuando Facebook decide lo que se ve en su “timeline”, el usuario tiene que conformarse porque aceptó las condiciones de uso. Y los medios ahora se lamentan de haber surtido de gran cantidad de contenidos a terceros y, lo que es aún más grave, que lo hayan hecho a empresas como Facebook y Twitter, sus mayores competidores a largo plazo.
La web “Gigaom” señala otro temor extendido entre algunos expertos: que los gigantes de la tecnología convertidos en baluartes de la información no asuman su papel como defensores del interés público. Ken Paulson, ex director de “USA Today”, asegura que los periódicos reservaban un dinero de su presupuesto para litigar estos asuntos, algo que en el mundo digital no tiene lugar, ya que estas empresas no tratan a su público como ciudadanos sino como clientes y su máximo interés es el de aumentar su audiencia y vender anuncios. Incluso algunas de ellas han actuado como competidoras directas en casos de acceso a la información. Otras voces se muestran más optimistas y creen que los nuevos actores de la información acabarán resolviendo de manera positiva el dilema moral: “somos algo más que simples proveedores de tecnología sin ninguna obligación social” y asumirán completamente el rol de los medios tradicionales para que el interés público esté garantizado.
Gillmor no cree en la bondad de estos nuevos editores digitales. Considera que los gigantes de la red tienen demasiado poder para elegir lo que la gente debe y no debe conocer en Internet sin tener que rendir cuentas a nadie ni asumir ninguna responsabilidad. Por lo tanto, lo mejor que le podría suceder a la industria periodística es que se produjera la descentralización de Internet y que el usuario tomara el control de la situación a través de pequeñas acciones como la creación de blogs donde reine la libertad de expresión.
Quizás aún es demasiado pronto para saber si las empresas digitales se convertirán en auténticas compañías periodísticas que velen por defender el derecho a la información y el interés social o utilicen su rol como suministradores de noticias como una tapadera para esconder sus verdaderas intenciones: aumentar sus ingresos a costa de recopilar informaciones de los usuarios (que llegan atraídos por los contenidos de terceros) y vender estos datos al mejor postor.