¿Qué nos ha pasado en la crisis internacional financiera y económica que se iniciara en septiembre de 2008?
Justamente la crisis evidenció que cuando se saltan los principios y valores que conforman las acciones de personas y organizaciones, sujetas a determinadas normas, reglamentaciones, leyes, etc., el resultado siempre ha sido la aparición de situaciones que son nuevas para los analistas o que jamás habían ocurrido en el pasado. En este último caso, cuando se dice “es que la forma en que se manifestó la crisis no estábamos preparados para atajarla” o también “cuando nos dimos cuenta era demasiado tarde”, no son más que argumentos exculpatorios (justificación y excusas) que como diría Churchill, “no hay peor cosa en una persona que cuando se justifica”.
Distinto hubiese sido si los propios líderes políticos de los países más desarrollados que fueron los más afectados por esta crisis, hubieran dicho que “nos hemos equivocado porque nos apartamos de la doctrina” o que “debimos de haber estudiado un cuerpo de doctrina nuevo para abordar hechos extraordinarios”.
Probablemente, el líder político que entonara el “mea culpa” último, hubiera sido el que cosechara más adeptos en la ciudadanía. Ésta en general no entiende de doctrina, pero sí cuando las medidas que se aplican surgen de la solvencia técnica, seriedad, prestigio de un gobierno, o directamente, de la improvisación, las marchas y contramarchas, el cambio de criterios injustificados y especialmente, la falta de una moralidad política que evite el daño a las clases más desprotegidas. Si esta crisis puso algo en valor, ha sido justamente la larga fila de despropósitos de medidas políticas, fundamentalmente debida a la falta de preparación adecuada de una clase política que le queda muy pero muy lejos, el término doctrina.
Que mientras se sigan paseando por sus mandatos en base a propaganda y eslóganes vacíos de contenido, la ciudadanía de cualquier país pagará con el sufrimiento y el sacrificio. Cada vez que un buen líder triunfaba en el pasado enfrentándose a situaciones muy adversas en su mandato, era porque se había aferrado a la doctrina o se había preocupado porque sus equipos estuvieran adaptando y/o modernizando los criterios de actuación que el cuerpo de doctrina establecía.
El líder no significa que tenga que coger la doctrina y convertirla en un dogma. Justamente si algo puede refutarse como opuesto al valor dogmático, es el principio doctrinario. Porque el cuerpo de doctrina se pregunta los por qué y los para qué. El dogma impone lo que interesa sin siquiera cuestionarse cosas básicas. De ahí la auténtica “pobreza franciscana” de liderazgo político que hemos venido teniendo en Occidente, porque creyeron la generación actual de políticos que había que ser pragmáticos y que una vez presentado cada problema se estudiaría la solución.
Este tipología de políticos “de la improvisación” lo mejor que puede hacerse es darles una jubilación anticipada y que queden en el recuerdo. También la doctrina se opone tajantemente al pragmatismo surgido “entre gallos y media noche”, porque no tiene la visión de medio y largo plazo que sí tiene la doctrina.
El qué, el por qué y el cómo
En una ocasión al profesor de la Universidad de California, Los Ángeles, de Teoría de las Organizaciones Harold Koontz, mundialmente famoso por su obra “Principles of Management” junto a Cyril J. O’Donnell, le preguntaron cómo definiría a un buen líder. La respuesta no dejó indiferente a nadie: “El liderazgo requiere tener en cuenta tres cosas: qué, por qué y cómo. Lo que Ud. necesita hacer, por qué debe ser hecho y lo más importante, cómo debe ser realizado”.
Si bien esto lo dijo hace cincuenta años, tiene plena vigencia.
En otra ocasión le preguntaron al gran economista John Kenneth Galbraith qué entendía por buen liderazgo y dijo: “Un líder ve lo que los demás no ven o no han visto aún”.
Evidentemente la explicación dada por Koontz se circunscribía a la mecánica del liderazgo, determinar con precisión qué hay que hacer, por qué hay que hacer eso y cuándo. En cambio la respuesta de Galbraith está en otro plano, el de la visión del líder, la capacidad de entender y comprender el entorno, sus variables y anticiparse en cuanto a los cambios que hay que introducir en los planes.
Los planes siempre se modifican, actualizan y corrigen. Pero lo que sí es cierto, que si la organización cuenta con un buen líder, explicará qué vamos a tener en cuenta para cumplir estos objetivos; por qué es importante que sean éstos y no otros, o sea se están priorizando las acciones a implementar; finalmente que los expertos digan cómo se lleva a cabo, pero teniendo en cuenta la variación constante de las circunstancias del mercado. Pero cada paso se fundamenta en la aplicación de la doctrina, o sea la aplicación sistemática de conocimientos necesarios para la implementación de cuáles son las acciones a tomar en cada circunstancia. Un buen líder, no solamente cuenta con experiencia, sino que se somete a su “particular” cuerpo de doctrina.
La doctrina hay que comunicarla y explicarla
Desde otro ángulo, líderes como Churchill, Kennedy, De Gaulle, entendieron que la comunicación es una de las piezas esenciales del buen liderazgo. Podemos tener muy explicitados y con suma precisión los que, por qué y cómo, pero si no se comunican adecuadamente al equipo (o a los ciudadanos para la visión de los líderes políticos mencionados) la mecánica no sirve o puede quedarse insuficiente.
Los políticos, por ejemplo, al igual que los líderes organizacionales, requieren de una comunicación constante y coherente, que se retroalimenta de unas buenas relaciones interpersonales que existan en las organizaciones que dirigen (empresa o país) y que deben velar para que no existan “ruidos de información” (entropía) entre los miembros de sus equipos de trabajo, ministerios, secretarías, etc.
Porque los grandes líderes han cuidado siempre que la comunicación que se establece dentro de la organización y hacia fuera, no adolezca de fallos y menos que pueda ser tildada de poco transparente.
Estos líderes siempre se han preocupado en establecer pautas de comunicación claras, muy por el contario de los actuales líderes políticos, que si bien pueden cubrir con cierta prestancia la comunicación interna, la que deben cuidar más y que llegue a los ciudadanos sin ser cuestionada o menoscabada, es la que no practican de manera clara ni directa y menos, de forma transparente.
O sea que, la comunicación política se basa, si no en el engaño (en muchas ocasiones es directamente así), en aseverar medias verdades y pretender que se conviertan en “credos” que parte de la ciudadanía compra, especialmente sus electores. Como ha definido oportunamente el Premio Nobel de Economía Paul Krugman, que existen dos tipos de economistas: los que investigan, crean doctrina y realmente sirven a la Teoría Económica; los que llama “vendedores de recetas” que les dicen a los gobiernos de turno lo que estos necesitan decir a los ciudadanos, apartándose conscientemente de la doctrina y acercándose peligrosamente al dogma y/o la ideología. Aquellos primeros son los que trascienden a la historia; los segundos son los que desde un populismo barato tuercen la historia siempre en perjuicio de la ciudadanía.
En el ámbito interno los procesos de comunicación claros de qué hay que hacer, seguido del por qué y el cómo, se convierten en elementos claves y tan importante como la misión que se tenga entre manos.
En base a su buena explicación, incluyendo la formación que se tenga que hacer en los equipos a cargo de sus jefes y por supuesto del líder, surgirá el grado de compromiso de la gente, una especie de “compra” de lo que el líder les está ofreciendo en beneficio de los resultados de la organización y de la mejora evidente que resultará en la carrera profesional y desarrollo personal de la gente en la organización.
Es evidente que aquella pregunta que se hacía en la facultad de ciencias políticas respecto de la mayor capacidad de influenciar a un electorado de parte de un líder político, si apelaba a la ideología o a la doctrina, por lo explicado hoy, se responde por sí sola. Es evidente, que en el corto plazo, el político que se aferre a la ideología y la sepa “vender” bien, cosechará votos. Pero a medio y largo plazo, aunque con menos votos en el “bolsillo” el líder político que se haya mantenido fiel a los principios y valores, además de haber recurrido a lo que el cuerpo de doctrina le aconsejaba en cada situación, es el que no solamente ganará más adeptos en el futuro, sino que será respetado por su seriedad y rigor.
José Luis Zunni es Director Edición Online ECOFIN. Miembro de la Junta Directiva de Governance2014. Coordinador académico de la Red e Latam. Conferenciante. Ponente de Seminarios de Liderazgo y Management de la EEN y coordinador del FORO DE MANAGEMENT Y NUEVA ECONOMÍA DE LA EEN. Analista de la realidad actual y especialmente en los aspectos económicos, políticos y sociales, Experto en Management y formador de directivos y profesionales en las técnicas de liderazgo.
Eduardo Rebollada Casado es miembro de la Junta Directiva de Governance2014. Autor y conferenciante. Consultor y analista de la realidad social, política y económica. Co-autor con José Luis Zunni de más de 100 artículos de Management y liderazgo.