Digresiones más o menos interesantes, chascarrillos más o menos jugosos y borracheras que alimentan la imagen romántica de la profesión, poco más.
Sí me interesaron, aunque solo puedan resultar sorprendentes para el lector profano, las líneas dedicadas a describir las relaciones entre el llamado “cuarto poder”, hoy declinante, y el poder a secas.
"Llevo algún tiempo trabajando en periódicos y sé cómo se fabrican. No es un espectáculo bonito, ni en El País ni en ninguna otra parte. Por cada periodista que se juega la vida en una guerra o consigue una noticia valiosa hay una reunión discreta, en alguno de los despachos, en que se decide que la evasión de impuestos del principal banquero (…) no es noticia de portada ni debe investigarse, o que el uso ilegal de información privilegiada por parte del presidente de (…), solo merece unas líneas en una página interior. Esto es así, y ha sido siempre así".
La última frase puede resultar descriptiva o exculpatoria, cínica o resignada, dependiendo del gusto del lector. Distintas aproximaciones al texto que también pueden servir para interpretar la naturalidad con la que el autor habla, en pasado, de periodistas cebados con frecuentes y valiosas prebendas que eran consideradas normales, incluso por el propio Enric.
Y eso a pesar de que tanto compadreo y agasajo –alguno hablaría de soborno- comprometían la imparcialidad de los titulares que llenaban los pujantes periódicos de la época. Líneas en negrita y caja alta que conformaron la realidad percibida por los lectores e impulsaron modelos de poder político, social, económico, cultural, etc., que llegan hasta nuestros días. ¿Cómo influyeron esos regalos en la burbuja que, con su estallido, se está llevando por delante las expectativas vitales de muchos de los que creyeron las informaciones que generaron?. No lo sabemos, tampoco Enric González.
"El periodista contratado nunca ha sido independiente: depende de su sueldo y de sus jefes,que a su vez dependen de otros jefes, de los mayores anunciantes, de los intereses corporativos de la propiedad o de la vanidad caprichosa del dueño”
Por otro lado, también me han gustado las anécdotas de nombres conocidos de la historia del periodismo español, en especial de El País. Entre el chismorreo y la descripción de personajes salta alguna sorpresa y, de entre ellas, destaco la que me provocó el positivo perfil que el autor dibuja de Hermann Tertsch.
Las breves líneas que Enric González le dedica en su libro me hicieron reflexionar sobre la superficialidad con la que, a menudo, etiquetamos a las personas. Aunque sigo sin sentir ninguna afinidad intelectual o personal con Tertsch, ahora pongo algo de carne al armazón de gruesos trazos que da forma a su caricatura y así se lo comenté en Twitter, recibiendo su respuesta.
En fin, 160 páginas que se leen rápido y en las que Enric González desliza algunas verdades sobre el periodismo que, si bien pueden resultar de lectura incómoda, están en la raíz de las miserias y grandezas de esta profesión. Porque, a pesar de los pesares, se ha hecho, se hace y se seguirá haciendo gran periodismo. El propio autor es ejemplo de ello.
David Martínez Pradales
Comunicador Corporativo
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