Para conseguir su objetivo, nada mejor que presionar a los fabricantes de automóviles para que adapten tecnologías de auto-conducción y aceleren sus procesos productivos.
Algunos ejecutivos como Daimler AG, propietaria de Mercedes Benz, ya están planeando implementar procesos de automatización para permitir que en situaciones como los atascos, el coche pueda responder de forma autónoma. El próximo año, de hecho, los modelos de la marca alemana en su gama Clase C podrán acelerar o aminorar la marcha de forma autónoma en función de la velocidad del vehículo.
Actualmente, la fabricación de estos vehículos para particulares está muy lejos de ser una realidad por su alto coste. Google cuenta ya con una pequeña flota de coches autónomos de la marca Toyota, provistos de cámaras, radares, sensores, y sistemas láser giratorios para identificar el entorno físico del vehículo. El coste de estas novedades es de aproximadamente 150.000 dólares la unidad.
El coche de conducción autónoma es uno de los proyectos de alto riesgo de Larry Page dentro del laboratorio de I+D. El reto de Google es doble: reducir drásticamente el coste de fabricación y solventar las trabas regulatorias.
Uno de los primeros usos que planea la compañía es poner a disposición de la población una flota de taxis que se pongan en circulación bajo demanda. Por ello el pasado jueves 22 de agosto la compañía adquirió el servicio de taxis Uber por 361 millones de dólares, para llevar a cabo su desarrollo internacional. Este servicio se basa en una aplicación para iOS y Android capaz de localizar el taxi más cercano. Está disponible en más de 40 ciudades de seis países, entre ellas Shanghai, Singapur, Seúl y Taipei.
La inversión en Uber es la más grande que ha realizado Google Ventures hasta la fecha. Aún así el gigante estadounidense afirma que ha sido una gran apuesta ya que poder ofrecer, en un futuro indeterminado, un servicio de taxis sin conductor, rebajará la posibilidad de tener accidentes de tráfico.