La trascendencia del juego entre la economía y la política en la era de la globalización, prueba que ésta, es más un fenómeno político que económico. Es un proceso mundial que no tiene sentido si no se considera su estructura política.A escala global, dicha estructura emana de la política transnacional de intereses de las grandes corporaciones industriales y financieras occidentales cuyo poder hegemónico, es la única garantía para mantener su liderazgo económico, que a su vez alimenta y sostiene aquel control político.
A veces da la sensación que a las democracias más modernas y avanzadas del mundo, adoptarían sin remordimientos, algunos aspectos del modelo chino, para garantizar el éxito de su gestión.
También podemos seguir insistiendo en el grado razonable de LIBERTAD que aparentan lucir las democracias más avanzadas y modernas, pero sabemos que ello implica en los hechos, mentirnos a nosotros mismos, dando por sentado que en sus estructuras políticas, tanto las decisiones que se toman, como los objetivos y políticas diseñadas, gozan de un grado de transparencia sin tachas.
Cada vez que hacemos prevalecer la economía sobre la política, en busca de un bienestar construido, incluso sobre bases democráticas frágiles y alimentándose en parte de la corrupción del sistema, antes o después ese estado está llamado al fracaso y a retroceder en sus logros económicos y sociales adquiridos.
La corrupción es un mal endémico cuyo fin es la obtención rápida de réditos políticos y beneficios privados para unos pocos que están cerca del poder. Los que controlan todos los hilos del estado y el entramado empresarial que genera la riqueza del país.
Cuando la población advierte el mal uso de los recursos y el destino de los mismos, se producen fenómenos de rebeldía popular, revueltas y movilizaciones sociales, que por las características de la globalización, todos vemos en directo desde nuestros televisores, teléfonos, tablets, etc.
En esa línea de pensamiento, auguramos que China no podrá sostener su sistema de gobierno y estilo de vida impuesto a sus habitantes, por mucho tiempo más. Del mismo modo, países con un elevado nivel de corrupción institucionalizada, como es el caso de España, tienen un solo camino: erradicarla de raíz y fundar las bases de un sistema político más abierto y de participación ciudadana, al mismo tiempo que sentar los fundamentos de una economía sustentada en lo que actualmente mueve el mundo: las NT’s.
No necesitamos esperar que el tiempo nos dé su diagnóstico al respecto; ya estuvimos en la misma encrucijada anteriormente y los resultados están a la vista.
Los ex responsables de la República Democrática de Alemania (Alemania del Este) fracasaron porque no supieron o no quisieron cambiar de discurso y poner freno, a los yerros de gestión, durante sus mandatos ineficientes y terminaron separando Economía de Política.
Advirtieron tarde el necesario giro que había que darle a la relación entre la Administración y los ciudadanos, a pesar de que por ejemplo Marcus Wolf responsable de la Stasi era uno de los que insistía en la necesidad de abordarlo cuanto antes. La política estuvo por encima de cualquier otra consideración, menospreciando la real situación de la economía, que venía dando auténticos síntomas de debilidad, estando sus estructuras industriales casi en lo que podría denominarse “productividad cero” como resultado de la obsolescencia y la falta de renovación e innovación tecnológica que también era causa del deterioro industrial y tecnológico de toda la URSS.
Helmut Kohl Canciller de Alemania (1-oct-82 al 27-oct-98), un verdadero estadística de su época, viendo la gran oportunidad, de ser parte de la historia de Occidente, no dudó en amalgamar la política con la economía, y el 3 de octubre de 1990 anunció al mundo la unión de las dos Alemanias, introduciendo las reglas del mercado libre.
Fue una jugada muy riesgosa, porque suponía una fuerte aportación de capital y una gran cantidad de inversiones (esa decisión tenía muchas probabilidades de fracasar; incluso podría haber sido muy resistida por la ciudadanía, ya que requirió de la creación de nuevos impuestos), pero quedó demostrado que Economía y Política deben ir de la mano, en todos los casos. En 1998, Kohl fue nombrado ciudadano de honor de Europa por el Consejo Europeo, un galardón que hasta entonces sólo había sido concedido a Jean Monnet.
El actual ritmo de expansión de China (tasa anual del 7,5 %) quizás no sea sostenible, advirtió el FMI recientemente, a menos que China haga cambios económicos significativos y sistémicos.
Su pujanza actual, provino de medidas económicas muy acertadas en materia de facilidad de inversiones, disposición de créditos y estímulos fiscales, pero ahora se requiere de un Helmut Kohl, que desde la política dé comienzo a una tarea necesaria, que atienda las vulnerabilidades del sistema.
Es bien sabido que cuando los ciclos económicos empiezan a dar síntomas de fatiga, los capitalistas alimentan una meta nueva, un destino para los ahorros del público, que habitualmente constituyen una quimera y desembocan en burbujas; no escapará al criterio del lector que cuando las burbujas estallan, generan daños colaterales sistémicos de gran envergadura.
En China se está volcando mucho dinero hacia los bienes raíces, y a inversiones en infraestructura, que aceleran el crecimiento a corto plazo (7,5 %) pero que no generan rentabilidad a futuro y por ende, no podrán sostener el ritmo de crecimiento, en estos porcentuales por mucho tiempo más.
La población China, consume moderadamente y ese consumo no llegó a suplir el bajón de demanda de bienes, de los consumidores de Estados Unidos, Alemania y otros países, por lo que la política debe actuar ahora y atenuar el descenso del crecimiento, que tuvo su cenit en 2007, con un crecimiento de 14 %.
Es muy común en China, que los gobiernos municipales se endeuden a futuro, para afrontar “gastos” y cubrir su déficit presupuestario actual, sin que exista una razón política, que haga presuponer un cambio de expectativas, y por ende, esos créditos están condenados a renegociarse, o quedar en mora, si los políticos no concretan cambios en las reglas de juego, de forma relativamente urgente.
¿Y si los precios en los mercados inmobiliarios se llegaran a derrumbar como ocurriera en Estados Unidos en 2008? ¿Cuál sería el amortiguador de esta situación? ¿Están pensando los políticos, que la población no podrá seguir convalidando precios de inmuebles, cuyos valores ya superan en algunos casos, toda los salarios posibles, provenientes de una vida laboral completa, de un trabajador activo?
La historia de Alemania da cuenta de grandes políticos y en la actualidad, no podemos eludir referirnos a Angela Merkel (sin distinguir esfuerzos europeístas de los no solidarios), quien al igual que Kohl está adoptando medidas económicas, con los ojos puestos en el horizonte (año 2050), que le permitirán amortiguar los defectos de crecimiento que se sucederán, y que deben atenderse hoy mismo, porque de lo contrario podrían comprometer su hegemonía industrial.
En un reciente informe de la OCDE, se señala que el crecimiento europeo se ha reducido a 1,5 % por año, lo que significa que ha caído 2,5 % desde 2008; y tiende a declinar cada vez más, hasta alcanzar a 1 % anual a partir de 2015/2020 y orientarse luego hacia los niveles de Japón (0,5 % por año), debido a la reducción de la fuerza del trabajo y envejecimiento de la población.
¿En qué situación se encuentra actualmente Alemania y como enfrenta este suceso inexorable? Alemania tiene hoy el mayor superavit de cuenta corriente del mundo (234.000 millones de dólares en 2012 – esto es el 7% del PIB); esto se lo debe a su arrolladora fuerza exportadora; hoy es la principal potencia exportadora del mundo avanzado, superando a Estados Unidos.
¿Qué planes tendrán los mandatarios europeos (no alemanes) para que sus políticas de mediano plazo ayuden a sus economías locales a contener a su población, a dotarlas de más y mejores empleos, y asegurarles un nivel de vida, acorde con sus expectativas y posibilidades materiales?
Angela Merkel viene dando esta batalla desde hace bastante tiempo (mientras convive con la crisis europea); desde 1999 Alemania es el mayor inversor europeo en China; ya existen 2500 empresas alemanas en ese país asiático. El producido de sus exportaciones que hoy explica el 50 % del PIB alemán en 2025 alcanzará el 68 % del PIB.
¿Qué políticas regionales encarará Alemania, asumiendo que debe cuidar el euro junto a sus socios? Alemania no espera que desde Bruselas se defina alguna estrategia; ya trazaron un plan; desde hace 10 años, la mitad del crecimiento alemán es obra del sector exportador; el 72 % de los equipos pesados de alta tecnología se venden a China.
La Unión Europea y la Eurozona tenían por objetivo compartir un negocio común, esto es aprovechar de sus 400 millones de consumidores y asegurarse la renta de esos consumos, pero Alemania tomó nota de la flaqueza de ese mercado a futuro hace ya mucho tiempo, y expandió su predominio industrial en Asia. El 46 % del destino de las exportaciones de Alemania fue al resto de Europa en 2000 y en 2025 será de un 30 %; es por ello que Angela Merkel no dudó en impulsar esa estrategia del crecimiento alemán, cuando tuvo los datos en la mano.
Es notorio que política y economía van de la mano. Todos los líderes políticos mundiales cuentan con iguales estadísticas y pronósticos, pero solo los estadistas aprovechan la información disponible y ejecutan políticas de cambio de ciclo, para resguardar a su población de los efectos nocivos del pronóstico econométrico atenuado o incluso deficiente a futuro.
El superávit de cuenta corriente de Alemania no es una muestra de su alta tasa de ahorro doméstico y de su bajo nivel de consumo, sino consecuencia directa de la extraordinaria productividad/competitividad de su industria manufacturera. A modo de ejemplo en 2010 China ha destinado 47 % de su PIB a adquirir equipos pesados de alta tecnología, en su gran mayoría provenientes de Alemania. Ello explica el predominio alemán en territorio asiático.
Italia, España y Francia deberán acelerar sus reformas estructurales; “el núcleo de la respuesta es política, no económica ni financiera”; sus políticos deben anticiparse a los tiempos que vienen, en donde la población envejece (el 35 % de la población europea en 2030 tendrá más de 65 años) y ello implica que esos países deberán encontrar la forma de incrementar la productividad para compensar el impacto ineludible de la demografía.
Estos tres países deben hoy mismo concluir o en algunos casos, empezar con sus reformas, ya que mucha deuda privada, con destinos inciertos, en algunos casos aplicados a infraestructuras innecesarias, están condicionando los activos y solvencia bancaria y por ende sus posibilidades de dar nuevos créditos, para promover la actividad y el empleo; los tiempos se acortan y los gobiernos se demoran en ejecutar políticas de cambio de ciclo.
A partir del 1 de agosto de 2013 los bancos europeos que no respeten las nuevas reglas establecidas por la Unión Europea, ya no podrán recurrir al dinero público, aún cuando sus urgencias impliquen su quiebra. En 2012 los europeos ya habían definido las grandes líneas de un supervisor bancario único en la zona euro, bajo la supervisión del BCE; ese plan establece el orden en el cual los acreedores de los bancos, serán solicitados en caso de rescate o de quiebra.
También se decidió la creación de un Fondo alimentado por los mismos bancos, que reemplazaría al dinero público, destinado al salvataje de instituciones con problemas de solvencia transitorios, pero Alemania ya ha dado señales de oponerse a que el dinero de sus contribuyentes sea utilizado en el salvataje de instituciones “extranjeras” (¿y la Unión Europea?)
Hay que encontrar una salida política que no dependa de Alemania o bien hay que encontrar una salida política, que obligue a Alemania a asumir su responsabilidad europea, pero lo que no se puede hacer es permanecer inmóvil, haciendo lo mismo de siempre, refinanciando los pasivos y aprobando presupuestos deficitarios como antes, sabiendo que los recursos no alcanzarán a futuro para honrar esas obligaciones contraídas.
Los gobiernos que siguen creyendo aún hoy que la política puede gestionarse independientemente de la economía, estarán condicionando a sus respectivas poblaciones a un proceso de inestabilidad que podría prolongarse en el tiempo. Preservar la estabilidad política requiere comprender que no puede ni debe separarse la economía de la política.
José Luis Zunni, Coordinador académico red e-Latam, Director Edición Online ECOFIN, Miembro de la Junta Directiva de Economistas Críticos y profesor de la Escuela Europea de Negocios.
Rubén E. Bianco, miembro de la Junta Directiva de Economistas Críticos. Analista económico financiero internacional. Experto en bolsas y mercados de valores.
Eduardo Rebollada Casado es miembro de la Junta Directiva de Economistas Críticos y consultor y analista de la realidad social, política y económica
Francisco Fernández Reguero es analista especialista en distribución y sector consumo. Es miembro de la Junta Directiva de Economistas Críticos
Salvador Molina presidente Foro ECOFIN, presidente de la Asociación de Profesionales de la Comunicación (ProCom), miembro de la Junta Directiva de Economistas Críticos.