Las televisiones iluminan el centro de la pista donde involuntarios payasos realizan chuscas gracietas que causan tristeza entre un público cada vez más indignado ante tan lamentable espectáculo.
Pero no nos pongamos melancólicos que hoy este blog se adorna con rutilantes colores para compartir reflexiones y alguna sonrisa con sus lectores.
Hace años, mi familia y yo hicimos nuestros pinitos en el circo, una disciplina artística, educativa y deportiva que defiendo desde entonces a capa y espada o, mejor dicho, a bocinazo y zapatón. De las gentes que conocí entonces guardo un inmejorable recuerdo cimentado en experiencias que no compartiré en este texto, en el que sí hablaré de su impacto sobre mi personalidad como comunicador.
Y es que, bajo la carpa, pude confirmar e interiorizar, a través de una actividad ajena a la comunicación corporativa, pequeñas certezas que configuran mi manera de entender esta profesión
En fin, lanzo las mazas al aire y espero que ninguna caiga al suelo:
1.- Ante todo mucha calma. La mayor parte de las “grandes crisis” de comunicación de hoy son el papel que envolverá el bocadillo de un niño mañana. Aprendamos a relativizar el alcance de nuestra labor, importante sí; pero que no se la juega con cada titular que corona un breve en el periódico del día siguiente. En funambulismo y comunicación, mejor fijar la vista en un punto lejano y avanzar con serenidad en esa dirección. Si centramos toda nuestra atención en cada pequeño paso que damos como si fuera el último, lo será. Además, ningún jefe enmarca un breve para decorar el despacho, reservan las alcayatas para las entrevistas a toda página.
2.- La sonrisa no está reñida con la profesionalidad. Las sonrisas transmiten seguridad al entorno y generan confianza entre los miembros del equipo, lo que sirve para reducir las posibilidades de error.
Ya sé que nuestra disciplina siempre parece que debe justificarse por aquello de los intangibles y nos tenemos que poner muy solemnes para que nos tomen en serio y tal. Pero pensemos en lo que hicieron con la economía mundial personas de voz engolada que enarbolaban tangibles certezas escritas en hojas de cálculo. Pensemos en sus rostros solemnes y lancemos una carcajada, si es que nos sale. No viene mal ser algo payasos, aunque sea manteniendo esa compostura de los clowns de cara blanca, autoritarios unas veces y maliciosos otras.
3.- Sólo no puedo; con amigos, sí. El diálogo abierto entre los miembros de una torre humana permite distribuir fuerzas y equilibrios para elevarla hasta el cielo, reduciendo los riesgos de que se venga abajo. Y si esta circunstancia se produce, no hay reproches porque todos aportaron lo que podían ofrecer a una estructura diseñada y aceptada por el grupo. En su versión postmoderna y más fría, esta frase de La Bola de Cristal encuentra su traducción en la fea palabra “transversalidad”.
4.- Mejor improvisar como Gila: nunca. No hay nada más triste que un gag improvisado que sólo genere toses y murmullos en el patio de butacas. Sobre el escenario, nada se improvisa: si quieres tragar sables, repite el ejercicio hasta la extenuación; si quieres contar chistes, hazlo durante días delante del espejo y luego frente a tus familiares y amigos.
Por muy bueno que seas, tienes que mecanizar los movimientos, los gestos, las palabras. Una respuesta incorrecta en una conversación telefónica con un periodista, por ejemplo, puede echar por tierra meses de trabajo de tus compañeros o variar el curso de la acción en Bolsa.
Y da lo mismo que ese día hayas discutido con tu pareja o que arrastres un terrible dolor de cabeza por los excesos de la noche anterior.
Pensemos en ese gran payaso triste que fue Gila: siempre contaba los mismos chistes y de manera casi idéntica y, sin embargo, nunca fallaba. En su caso, la genialidad de sus ideas daba paso a una mecanización para asegurar la eficacia en la ejecución. ¿El resultado?: JUA, JUA, JUA.
Y si aún así hay que improvisar, mejor que ese momento nos pille entrenados y con los deberes hechos.
5.- El público no es sagrado. Ya casi nada lo es, así que no creo los stakeholders –internos o externos- lo sean, aunque alguno se lo pueda creer. Si nosotros somos algo más que “los chicos de la prensa”, ellos son bastante menos que dioses. Así que no hay que tener complejos a la hora de expresar propuestas atrevidas, que no siempre se amoldan al gusto general de los públicos, pero que surgen de la formación, creatividad y experiencia de un profesional de la comunicación.
Para el número del tartazo en la cara siempre hay tiempo, pero recordemos que Chaplin revolucionó el cine cuando dejó de tropezarse y lanzar pasteles en las comedias de Marck Sennett.
6.- Ojo con la colchoneta. Como hemos visto en el punto anterior, el riesgo puede convertir un espectáculo interesante en inolvidable, así que hay momentos en los que la mejor opción es jugarse el físico. Hay que atreverse, pero eso no significa estar dispuesto a suicidarse. Si tienes un plan “A” arriesgado, guarda otros planes, tantos como letras hay en el abecedario, con distintos grados de peligro. Y nunca, nunca olvidemos poner la colchoneta debajo del trapecio.
Aunque lo habitual no sea bañarse en sangre cada mañana, creo que la comunicación es siempre de crisis, pues es obligación del profesional anticiparse al peor escenario posible. El ejemplo más extremo de crisis es la guerra y, por eso, en circunstancias críticas, siempre recuerdo un diálogo entre unos soldados que descendían en helicóptero tras las líneas enemigas, en la película Apocalypse Now,:
-“¿Para qué os ponéis los cascos en el culo?”
- “Para evitar que nos vuelen las pelotas”.
Pues eso: asumamos riesgos, ya que en muchas ocasiones no existe otra opción, pero evitemos poner en peligro nuestras partes más sensibles o las de la organización para la que trabajamos.
7.- La cuarta pared está para echarla abajo. El diálogo con los espectadores hace que surjan elementos imprevistos que enriquecen el show. En su butaca, el público puede estar retorciéndose de ganas por demostrar su ingenio. Alentemos esa situación, permitamos que aflore ese talento generando un entorno de confianza. A veces debemos limitarnos a ser el hilo conductor del espectáculo de otros. Si todo va bien, es mucho trabajo el que nos podemos ahorrar mediante estrategias de desintermediación . Sí, me refiero al Social Media (zzZZZZ).
8.- Los buenos magos se guardan los trucos. Y los públicos agradecen que eso sea así para mantener la fascinación del momento en el que la paloma surge del sombrero o la cuchilla corta el pescuezo de la bella asistente. Sobre la translucidez frente a la transparencia ya hablé en relación a eso que llaman marca personal y yo prefiero denominar marco y me parece aplicable también a las compañías. Mi apuesta aquí es sencilla: translucidez inteligente, honesta y constructiva. Que no se rompa la magia y que no se ponga en peligro nuestro negocio o nómina.
9.- Emocionante, que no emocional. A ver, que no hemos inventado nada, que lo del storytelling es tan viejo como el fuego con el que se encendían las hogueras en las cuevas prehistóricas.Y como entonces, la clave está en captar la atención, con la diferencia de que ahora todo está lleno de personas portando antorchas para encender un fuego alrededor del cual contar sus propias historias.
El reto es hacerse un hueco en un entorno en el que la abundancia de información genera pobreza en la atención.
Esta circunstancia obliga a plantear nuevas estrategias de comunicación y, en ellas, la emoción juega un papel esencial. Y cuando digo emoción me refiero a emocionante, no a emocional.
Será la platea la que ría o llore al escuchar nuestra historia y la eficacia de ésta será mayor si se teje con hilos de racionalidad, utilizando redobles de tambor o presentaciones grandilocuentes, pero siempre respetando la inteligencia del público. Pocas cosas tan ridículas como la emoción impostada que provoca carcajadas involuntarias en el público.
...Y allá va el último punto, que viene al pelo para no fastidiar la redondez de la decena, que me han dicho que así el post tiene más posibilidad de viralizarse en las redes .-).
10.- La pistas múltiples no deben comprometer la unidad del espectáculo. Hay que decidir bien dónde situar a los malabaristas, en qué momento aparecerán los payasos o cuándo escupirá fuego el faquir. Utilicemos todos los recursos a nuestro alcance para satisfacer las expectativas de los públicos y las necesidades de nuestra organización, pero de forma ordenada para no aturdir. Somos nosotros los que tenemos que marcar los puntos de atención en cada momento.
Movamos con sentido los focos porque lo transmediático no es una opción en estos tiempos confusos. Web, papel, móvil, tablet, palomas mensajeras, cartas, mails, televisión, radio, señales de humo, avionetas. No descartemos nada y aprovechemos todo, sin perder de vista nuestros objetivos.
Incluso podemos sentarnos en una cafetería y conversar con una persona de carne y hueso, aunque ésta ya sería una opción a la desesperada. Que para eso somos avatares.
David Martínez Pradales
Comunicador Corporativo
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