Mucho se habló de la imaginación de Julio Verne y Leonardo Da Vinci, quienes desarrollaron en la literatura e incluso en el papel, aparatos que mucho tiempo más tarde terminarían siendo inventados por el hombre. Pero, al menos hasta hoy, al ex presidente chileno Salvador Allende no se le incluía en tan selecto club. Sólo se le conocía por su actuación política, y fue precisamente los efectos de sus políticas de izquierdas que le llevó a pensar en un sistema de comunicación en red, algo inaudito en los comienzos de la década de los setenta.
Fiel a su ideología, Allende pretendía controlar la minería, nacionalizar la banca privada, las grandes empresas, monopolios tanto de distribución como industriales estratégicos. En última instancia, lo que buscaba Allende era el control de toda la actividad económica de Chile. Hasta ahí, cumplir con el manual del perfecto izquierdista latinoamericano no le resultó demasiado complicado. Pero lo que dicho manual no explicaba en detalle era cómo se tomaba el control de la gestión de unas 400 empresas nacionalizadas de la noche a la mañana. Y, llegado a ese punto, lo escrito y conocido hasta ese momento de nada le servía.
Quizás recordó aquel eslogan de París del 68 que rezaba “la imaginación al poder”; quizás pensó que lo segundo ya lo tenía y que sólo debía echar mano a lo primero. Puesto manos a la obra, contactó, en noviembre de 1971, con el brillante teórico en cibernética organizacional, el inglés Stafford Beer.
La Nación cuenta que el inglés traía las bases de un proyecto visionario que describía como unsistema nervioso por el cual correrían las importantes decisiones políticas, económicas, judiciales y administrativas del país. Allende quedó muy impactado con esa metáfora neurológica y con la idea que Chile pudiera tener un cerebro de la industria, como llamó el propio Beer al centro donde se tomarían todas las decisiones. La sociedad entre el científico y el presidente quedó plasmada en el proyecto Cybersyn (Sinergia Cibernética), también conocido con el nombre de Synco, que significaba Sistema de Información y Control.
Con todo, La Nación asegura que el proyecto no logró controlar la economía. Simplemente se redujo a una red de telex obsoletos hackeados y distribuidos en fábricas, centros industriales y minas, desde Arica hasta Punta Arenas, que servía para alimentar con unos pocos datos un software rudimentario llamado Cyberstride que corría en un mainframe (una IBM 360) localizado en Santiago.
Pero mientras las balas disparadas por los subalternos de uno de los generales más sanguinarios de la historia latinoamericana terminaban con la vida del valiente presidente; muchos años más tarde, los científicos Jeremiah Axelrod y Greg Borenstein demolieron el proyecto Cyberstride. Incluso lo compararon con una serie de televisión de ciencia ficción. A Pinochet el proyecto le aterrorizó y ordenó su inmediata destrucción.
El general sí que superó a la propia ciencia ficción.