La primera noticia en tierra sobre el Titanic la recibió un joven operador de radio, David Sarnoff, en la última planta de los almacenes Wanamaker’s de Nueva York. Era una señal tenue: a las 22:25 (hora local) el Titanic lanzó una señal de alarma en la que informaba que había chocado con un iceberg y pedía ayuda inmediata. Carr Van Anda, el mítico redactor jefe de The New York Times, tuvo el despacho de la agencia AP en sus manos alrededor de la 1:20 de la madrugada (3:20 horas en la posición del Titanic). Estaba a tiempo para dar la noticia en la primera edición de la mañana, pero el telegrama era sospechosamente escueto. Todo el mundo sabía que el Titanic era insumergible. En la oficina de la White Star en Nueva York confirmaron que el barco había enviado el mensaje, pero no sabían nada más. Era una decisión verdaderamente difícil. Seguían llegando noticias confusas y contradictorias. Se anunciaba que los buques Carpathia y Parisian estaban atendiendo al buque siniestrado, que los pasajeros habían sido transbordados a otra nave y que estaban completamente a salvo, que el Virginian remolcaba al Titanic hacia Nueva York, que el Titanic estaba varado cerca de la costa norteamericana. Y luego, un silencio total.
El tiempo transcurría sin que llegara una confirmación definitiva de lo que había sucedido. El redactor jefe del Times analizó los datos que tenía sobre la mesa: mensajes repetidos de socorro, contestación de barcos a muchas millas de distancia y, de pronto, silencio absoluto del Titanic. Decidió arriesgarse. The New York Times del lunes 15 de abril de 1912 informaba que el Titanic se hundía y que se había embarcado en botes a las mujeres y a los niños. Exactamente lo que había ocurrido. En la última edición de la noche, el Times aseguró de forma tajante que el Titanic se había hundido. Van Anda calculó las horas que tardarían los barcos que iban al rescate por las posiciones facilitadas y llegó a la conclusión de que ya habían llegado. La falta de noticias era la confirmación que necesitaba. En Nueva York, sólo el Herald se atrevió a insinuar que el barco podía estar en peligro: “El nuevo Titanic choca con un iceberg y pide auxilio. Barcos vuelan en su ayuda”.
A las ocho de la mañana, los reporteros invadieron la sede de la White Star Lines, en el número 9 de Broadway. El vicepresidente, Phillip A. S. Franklin, declaró: “Aunque el Titanic hubiera chocado con hielo, podría flotar indefinidamente. Tenemos toda nuestra confianza depositada en ese barco, al que consideramos insumergible”. Añadió que las informaciones del Times carecían de fundamento. A mediodía, la compañía admitía que algunos pasajeros habían sido trasladados a otro barco por motivos de seguridad, pero no había constancia de que el Titanic hubiera sufrido daño alguno. El diario de la tarde Evening Sun, tituló: “Todo el mundo del Titanic, a salvó después de la colisión”. Aseguraba que los pasajeros habían sido trasladados al Parisian y al Carpathia, mientras que el Titanic era remolcado a Halifax por el Virginian.
Horas después, el vicepresidente se armó de valor y compareció ante los periodistas: “Caballeros, el Titanic se hundió a las 2:20 de esta madrugada”. Poco a poco, fue dando más información: “Probablemente se han registrado algunas bajas” ... “Se han perdido muchas vidas”. A las 21 horas afirmó que la pérdida de vidas humanas había sido “horrible”. El único buque que había recogido supervivientes era el Carpathia, 866 [en realidad fueron algo más de 700]. Se desconocía el destino del resto de los pasajeros y de la tripulación. Los periodistas intentaron obtener más información directamente del Carpathia, que tenía prevista su llegada a Nueva York el jueves 18, cuatro días después del hundimiento, pero el buque se obstinaba en no facilitar dato alguno. Las sucesivas ediciones del martes reconstruían la catástrofe a su manera. Evening World habló de niebla, de la sirena del Titanic y de un choque “como un terremoto”; The New York Herald describió cómo el barco se partía en dos, sumido en la oscuridad; Evening Mail, clamaba: “El público, indignado por el silencio del Carpathia”; The New York World, insistía: “El Carpathia no revela el secreto de las pérdidas del Titanic”.Las ediciones de la noche publicaron una lista parcial de pasajeros, todos ellos de primera clase.
En su despacho, Carr Van Anda releía las ediciones de los periódicos del día. Sólo el Times había dado en la diana. No fue una apuesta ciega sino un cálculo de probabilidades tras analizar los sistemas de comunicación en alta mar. Ahora había que preparar la llegada del Carpathia, prevista para el jueves por la tarde. Desplegó sus efectivos como un estratega militar. Destacó redactores en todos los puntos del puerto para describir con detalle la llegada de los supervivientes, fletó barcos para que los dibujantes y fotógrafos pudiesen captar desde diferentes lugares la escena, dispuso un sistema telefónico capaz de mantener las líneas permanentemente abiertas y alquiló una planta de un hotel cercano al puerto donde instaló su cuartel general con lo necesario para apurar al máximo la hora del cierre de la edición.
Pero todo eso no era suficiente. El Times debía ser el primero en subir a bordo del Carpathia y obtener el relato más completo. Su intención era entrevistar al operador del Titanic que mandó los mensajes de socorro, si es que todavía permanecía vivo. Sólo había una persona en el mundo capaz de traspasar la barrera policial y subir al Carpathia a su llegada: Guglielmo Marconi, el inventor de la radio y del que dependían entonces todos los sistemas instalados en los barcos. A Marconi le permitirían subir a bordo para hablar con el operador. Van Anda le llamó y le convenció para que fuera al puerto, se abriera paso entre los cerca de 30.000 curiosos que se congregaron allí y traspasase la barrera policial con la fama de su nombre. La policía, en efecto, le dejó pasar, pero sólo podía ir acompañado de su secretario. El secretario era Jim Speers, uno de los mejores reporteros del Times. Aunque Marconi lo desmintió, parece que el telegrafista había sido conminado a que no contara a nadie la historia hasta su llegada.
A la mañana siguiente, el Times publicó la narración más completa del hundimiento del Titanic, con el testimonio de Harold Bride, el único operador de radio que había sobrevivido, y la descripción minuciosa del hundimiento por parte de un buen número de testigos. En el titular del viernes l9 de abril de 1912 se destacaban las últimas palabras del capitán Smith: “Permaneceré en el barco”. Durante muchos años, el trabajo del Times se consideró como el más completo y fiable informe de la catástrofe, a pesar de haber sido escrito en unas horas. Fue uno de los grandes triunfos periodísticos de la historia.
Circularon a partir de entonces por todo el mundo relatos extraordinarios. Los periódicos trataron de averiguar el destino de las perlas de la señora Widener. Archie Butt tuvo doce muertes distintas. Lo mismo ocurrió con el multimillonario John Jacob Astor, cuyos gestos de valor fueron recordados, entre otros, por el barbero Augustus H. Wiekman. El Sun de Nueva York dio la noticia de que Ismay, el presidente de la compañía, se había salvado: “Ismay se comportó con un valor excepcional. Nadie sabe siquiera cómo se encontró en un bote. Se supone que deseaba presentar él mismo el caso a la compañía”. Una superviviente rompió su matrimonio a los pocos meses: la prensa había acusado a su marido de colarse entre las mujeres. El periódico Daily Mail, de Londres, publicó que el escritor norteamericano Morgan Robertson había escrito muchos años antes un libro premonitorio en el que describía un transatlántico insumergible llamado Titan, que se hundió un mes de abril como consecuencia de una colisión con un iceberg que produjo un enorme boquete muy cerca de la proa. Todos los datos coincidían con el Titanic. El barco descrito por Robertson en su obra de ficción tardaba también cinco horas en hundirse y perecían 700 de las 2.000 personas que viajaban a bordo.
Comenzaron las investigaciones para esclarecer las causas del suceso. El Titanic viajaba a una velocidad excesiva –entre entre 18 y 23 nudos– para navegar en un mar de icebergs. Al parecer, el capitán Smith recibió la orden de tomar la ruta más corta y a la mayor velocidad posible y sólo corrigió levemente el rumbo. El Titanic había sido repetidamente advertido del peligro de los icebergs… El accidente demostró que los grandes buques carecían de medios y dispositivos de desalojo en número suficiente para sus necesidades. Se convocó la primera conferencia internacional para la seguridad de la vida humana en el mar, que se reunió en Londres y aprobó, el 20 de enero de 1914, una normativa y la creación de la Ice Patrol, encargada de la vigilancia de icebergs a la deriva en el Atlántico Norte. Se tardó mucho tiempo en establecer el número exacto de víctimas y la clase en la que viajaban. Al plantear los reportajes, los periodistas apenas se habían ocupado de los pasajeros de tercera. La famosa edición de The New York Times sobre la llegada del Carpathia contenía sólo dos entrevistas con pasajeros de tercera. The New York Herald recogió 43 versiones de supervivientes y sólo dos de ellas eran de viajeros de tercera clase. En una investigación del Congreso de Estados Unidos se incluyó el testimonio de tres supervivientes de tercera que declararon que se les impidió llegar a la cubierta de primera, donde estaban los botes. Se concluyó que el 63% de los supervivientes eran de primera clase, el 42% de segunda y el 25% de tercera. En total, según las cifras más aceptadas, murieron 1.523 personas de un total de 2.228 a bordo del Titanic (1.353 pasajeros y 885 tripulantes). No se puede negar la caballerosidad del rescate: se salvaron cerca del 75% de las mujeres y poco más del 20% de los hombres.
Durante años, los relatos sobre la catástrofe del Titanic que con regularidad aparecían en la prensa hacían referencia a los más de 500 pasajeros de tercera clase que perecieron en la panza del transatlántico intentando encontrar una salida, y a las fortunas de los de primera, calculadas en 250 millones de dólares. Tres multimillonarios estadounidenses perdieron la vida: John Joseph Astor, hijo del hotelero considerado como el hombre más rico del planeta; Benjamin Guggenheim, dueño de uno de los mayores imperios comerciales de Estados Unidos, y Georges Widener, hijo del magnate de los tranvías. Los diarios españoles informaron que habían perecido Víctor Peñasco y su mujer, María Josefa Pérez Soto, pasajeros de primera, aunque esta última se salvó junto a su criada, Fermina Oliva, como también otros cinco españoles a bordo (todos en segunda): Emilio Pallás, Julián Padró, Encarnación Reynaldo y las hermanas Asunción y Florentina Durán. Fallecieron dos españoles más: el empresario y pasajero de primera Servando Oviés y el camarero Juan Monros.