Cuando la crisis financiera estalló en 2008 y tocó analizar las causas, en Bruselas se dieron cuenta de que no había expertos independientes del mundo de las finanzas. Se hizo evidente que el poder financiero, representado por más de 700 lobbistas que campan a sus anchas por los despachos y pasillos de la Comisión Europea, se habían infiltrado en la Dirección General de Mercado Interior. El proceso legislativo estaba en manos de las empresas implicadas, cautivo. Para contrarrestarlo nació Finance Watch, un lobby que vigila y disciplina los mercados financieros para que los servicios financieros vuelvan a estar al servicio de la producción.
Los eurodiputados Pascal Canfin y Sven Giegold hicieron en junio de 2010 un “llamamiento a la vigilancia financiera”, como relata Harald Schumann en ‘Der Tagesspiegel’. En unos días consiguieron el apoyo de 22 miembros de la Comisión de Asuntos Económicos y contrataron a Thierry Philipponnat, un banquero con 20 años de experiencia que había dejado ese mundo para difundir microcréditos y trabajar con Amnistía Internacional. Canfin y Giegold pagaron sus primeros seis meses de trabajo de su propio bolsillo. Philipponnat hizo el resto: se recorrió Europa y consiguió el apoyo de 38 organizaciones, como Oxfam o la Confederación Europea de Sindicatos. Hoy representa a 100 millones de miembros.
Finance Watch ya es un lobby reconocido por el Parlamento Europeo y Michel Barnier, comisario de Mercado Interior, ha avanzado que recibirá buena parte de los 1,25 millones de euros que la Comisión destina este año a la vigilancia financiera.
La tarea de Philipponnat no es fácil. Tiene ante sí a cientos de tiburones dispuestos a comerse a quien se ponga por delante. Pero él mismo fue un escualo, así que conoce al enemigo, como se vio el año pasado cuando se discutían los contratos de permutas de riesgo crediticio desnudos (naked Credit Default Swaps), que permiten a los hedge funds especular sobre la solvencia de los Estados, sin grandes inversiones. Las cotizaciones de estos contratos permiten evaluar la solvencia de los Estados y agravar seriamente las crisis de deuda soberana. Por eso el Parlamento europeo decidió prohibirlos en marzo de 2011.
La maquinaria del lobby financiero se puso en marcha ante el veto de la Eurocámara. Aseguraban que los eurodiputados no habían entendido los mecanismos de estas transacciones y elaboraron intrincadas explicaciones difícilmente entendibles por los profanos. Pero como Philipponnat no es ningún novato, deshizo sus argumentos y la Comisión Europea mantuvo la prohibición. Cuando el Ecofin de octubre tuvo que votar el texto, algunos ministros de Economía incluyeron sin embargo ciertas excepciones. La banca consiguió parte de sus objetivos, pero ahí queda Finance Watch para vigilarlos.