He creído conveniente que la foto de portada de mi aportación de hoy corresponda a una reunión del Consejo Europeo. Quizás debería ser el paradigma del debate político que necesitamos.
Pero dejemos por un momento las instituciones europeas y respondamos a unas preguntas respecto a cómo se están conduciendo últimamente los políticos. ¿Es que no tienen algo mejor que aportar a la sociedad? ¿Es que vale más descalificar e insultar que esforzarse en aplicar la moderación y el sentido común?
Estamos asistiendo a un momento lamentable en el nivel de discusión política, que obviamente no lo estoy diciendo en el sentido lato y genérico del término. Porque basta recordar un título como el “Discurso del Método” de René Descartes (1596-1650), que en una carta que dirige a Marin Mersenne (que fue un sacerdote, matemático y filósofo francés del siglo XVII que estudió diversos campos de la teología, matemáticas y la teoría musical), le dice que esta obra es un discurso y no un tratado, justamente para dejar bien claro que no tiene intención de enseñar, sino simplemente de hablar.
Hablar es bueno y es la forma que a través de la comunicación los hombres y mujeres de todas las épocas nos hemos entendido, y lógicamente, progresado. Porque las sociedades progresan gracias al debate de las ideas y por supuesto, a la aplicación práctica de las mismas.
Nadie es tan iluso de pensar que en el auténtico debate político no hay enfrentamientos, y a veces muy fuertes. Pero la diferencia entre el tono y el contenido es lo que marca esa línea roja en la cual la política no debe entrar: la categorización de una ciencia que está al alcance de cualquiera, tenga la formación que tenga, porque lo que parece ser determinante, es no lo que conoces, sino a quiénes conoces para que puedas ocupar determinado cargo.
Cuando un político insulta no solo degrada su categoría, sino que hace que la política, que es una ciencia que debe de servir para el logro de los fines sociales y del bienestar de los ciudadanos, se degenere, baje al escalón más próximo a los infiernos, en dónde no existe más razón que la soberbia, altanería, falta de respeto y continua afrenta en contra de la dignidad de los seres humanos.
La degradación de nuestra especie no solo viene por las guerras injustas de las cuales tenemos sobrados ejemplos y muy actuales. También se produce como consecuencia de una absoluta falta de prioridades que parecen olvidar los políticos, especialmente los que están en su función de gobierno.
Los que me conocen y me leen hace años saben perfectamente que no hago distinciones partidistas, porque creo en la GRAN POLÍTICA y en los políticos de raza. No me voy a referir a ninguno en particular, mis lectores/as podrán sacar sus conclusiones, que van, les aseguro, en una línea doctrinaria en la que los ámbitos de la política son esenciales para el progreso de los pueblos.
Decía Abraham Lincoln, que “los pueblos deben ser sagrados para los pueblos y los hombres para los hombres”, por lo que unía de manera indisoluble a las naciones de su tiempo y de todos los tiempos (como cien años después diría el presidente Kennedy), con los destinos de cada uno de los ciudadanos. Y es la ciudadanía que elige a sus representantes para que las personas formen parte de manera indirecta de las decisiones de política que van a configurar su nivel de vida, su bienestar y el futuro de sus hijos.
Cada vez que un político quita tiempo a su discurso ortodoxo y deja sitio a la reacción encendida típica de una reyerta callejera, la ciudadanía pierde porque el estado de derecho y el ejercicio democrático empieza en un bucle de mediocridad sin puerta de salida.
¿Hay solución para esta situación de la que somos testigos involuntarios?
Por supuesto que la hay. En primer lugar, el nivel de exigencia para llegar a ocupar cargos políticos de responsabilidad, desde un ayuntamiento hasta el gobierno de una nación pasando por sus gobiernos regionales y/o autonómicos según sea la estructura política de ese estado, tiene que basarse en méritos acreditados por una trayectoria personal y profesional intachable. Esto implica un nivel de formación universitaria mínimo para ejercer funciones de responsabilidad.
Que es incompatible con el proceso de maduración personal y profesional que requiere, por ejemplo, para que un abogado y/o economista, llegue a CEO de una importante organización privada, que un cargo público de responsabilidad le sea otorgado a una persona por el hecho de haber transitado durante años en las filas de un partido, sin más experiencia que la que ha tenido en dicha organización.
Desde ya que no tiene la visión del sector privado, desconoce lo que significa el riesgo en la gestión empresarial y la importancia de una buena planificación, así como del cumplimiento de objetivos sin demasiados desvíos respecto de lo planificado. Y en el momento que hay que afrontar una crisis que ha sobrevenido, ese directivo tiene la capacidad para elegir alternativas de acción, buscando la menos negativa y que está al alcance de esa empresa, para hacer mínimo el impacto de los efectos negativos tanto en los resultados de la cuenta de explotación como en el personal, evitando despidos innecesarios.
A tal punto se valora la experiencia y haber tenido fracasos y haberlos sabido gestionar adecuadamente, que los seleccionadores de cargos de alta dirección para corporaciones de primera línea, valoran no solo los éxitos del candidato, sino también cómo han gestionado esos fracasos que han experimentado.
Es hora de que hay que opositar para formar parte del personal de dirección de un partido, porque en definitiva no deja de ser una organización, y como tal, debe velar por el talento de sus cuadros. No al amiguismo que tanto daño ha hecho a la salud democrática, especialmente, porque de este tipo de conductas derivan en gran parte de situaciones, circunstancias proclives a la corrupción.
Cuánto más nivel profesional y de ceñirse una persona a principios y valores que no altera por nada, más que por la necesaria adecuación al cambio, habrá menos casos de corrupción, que no confundamos que ni la política es corrupta ni los partidos políticos lo son. Los delitos, en todo caso, los cometen una o más personas, que se han escudado en una sigla, en la marca de una empresa, pero que son atribuibles a su negligencia y en su caso dolo, por la manera en que han llevado las cosas.
Es tiempo de escuchar ideas y propuestas. Europa y España necesitan más que nunca de talento y buen liderazgo.