Está en boga en término turbocapitalismo, caracterizado por un “capitalismo agresivo en el que la avaricia de los grandes capitales por ganar mucho dinero con muy poco esfuerzo ha perjudicado a gran parte de la sociedad”, según concepto popularizado por Nagel y Luttwak. Esta deriva perniciosa va a más y está alimentada en parte por una infodemia de turboinformación muy perniciosa, en la que la información de alta calidad es cara y se reduce a grupos minoritarios, mientras que las masas son pasto de la desinformación, produciendo tendencias políticas muy peligrosas. Los periodistas y editores deberíamos hacer examen de conciencia.
Un estudio muy reciente a cargo de las universidades de Nueva York y Grenoble Alpes en Francia aporta datos muy relevantes. Ha revisado más de 2.500 medios entre agosto de 2020 y enero de 2021 y han detectado que aquellos que publicaban más desinformación obtuvieron mucha más audiencia e interacciones, hasta un 700% a su favor respecto a marcas informativas de calidad. Coincide con una investigación interna realizada por Facebook en 2018, que indicaba que los medios de derechas tienden a compartir más información engañosa e incorrecta que los de otros sesgos políticos.
Es cada vez más evidente que la era digital, al menos por ahora, es un desastre total para la información que mueve masas y condiciona la toma de decisiones colectivas. La inundación hace crítica la escasez de agua potable. La información se mezcla con el entretenimiento y el espectáculo y en unos medios angustiados por la huida de lectores y publicidad, que luchan desesperadamente por los “clics” y unas audiencias caprichosas y volubles. Los medios se copian unos a otros en un juego de espejos tóxico y las noticias se replican hasta el infinito por toda clase de canales creando una burbuja ponzoñosa.
En este contexto, la sobreexposición mediática es un veneno del que deberían guardarse los famosos de todo orden. Algún director de cine español valioso es un ejemplo de ello: su reiteración en los medios hasta las náuseas ha ido corroyendo su inspiración y mermado la calidad de sus productos, con reflejo en su público. Otros hiperfamosos que se prodigan sin tasa deberían tomar nota.
La otra cara de esta moneda es el refugio de la información de calidad en medios que han invertido en talento e innovación a contracorriente y hoy cosechan los réditos. Un ejemplo reciente es la compra de “Político”, un digital nacido en Washington que el grupo alemán Axel Springer acaba de comprar por 1.000 millones de dólares, cuando en 2015 ofreció 250 millones y fue rechazado. Una buena revalorización.
No es la noticia pura y dura, ni aún la exclusiva, lo que está en alza y marca la pauta, sino el periodismo analítico, el que selecciona y explica lo que realmente pasa de manera significativa. El semanario británico “The Economist” acaba de cumplir 178 años. Se vendió en 2015 por 547 millones de euros y ahora los listos de las familias Agnelli y Rothschild ya controlan el 70% del capital de medio más influyente del mundo, con 1,6 millones de suscriptores, 17 millones de visitantes únicos, 27 millones de seguidores en Twitter, frente a siete millones del “Financial Times”, propiedad de los japoneses. ¿Tuobocapitalismo?