La cuestión que dirimimos en este capítulo es el auténtico meollo del fenómeno globalizante. En términos económicos es una especie de telaraña en la cual quedan atrapadas todas las teorías que, durante doscientos años desde la Revolución Industrial, se venían aplicando.
Hasta entrada la Segunda Guerra Mundial, la teoría predominante era la Keynesiana, o sea cierto nivel de intervencionismo que se justificaba siempre que fuere necesario, caso de las actuaciones del gobierno norteamericano para paliar la depresión en la que había caído su economía y principalmente todo el mundo desarrollado con la crisis mundial del 29.
Qué duda cabe que Estados Unidos cuando establece el New Deal pone en marcha todos los recursos disponibles públicos y privados, pero especialmente los primeros, para impulsar un crecimiento económico que tenía que venir, sólo por el incremento del consumo, que era el único factor que determinaría a la postre el nivel de vida de la población.
Si la crisis del 29 había hecho caer sustancialmente la inversión privada (uno de los términos de la ecuación de la Renta Nacional) a nivel macro, no quedaba más alternativa que incrementar otro de los términos para que no se desajustara dicho parámetro de nivel de vida mínimo aceptable.
Por tanto, cuando uno de los términos de la ecuación se ve afectada, para que siga describiendo económicamente el supuesto equilibrio que pretende lograr,
no queda más salida que apelar a la inversión pública, o sea al otro término que equilibre la igualdad, al menos matemáticamente, que no desde el punto de vista de justicia social, quedando de esta manera razonablemente equilibrada.
Y esto es lo que ha venido ocurriendo después de la Segunda Guerra Mundial, cuando la reconstrucción de Europa con el Plan Marshall y la puesta en marcha de todos los planes de desarrollo del Banco de Reconstrucción y Fomento (lo que conocemos como Banco Mundial) y el Fondo Monetario Internacional, junto a las Naciones Unidas, todas ellas instituciones supranacionales que se suponían estaban al servicio de la búsqueda de la estabilidad y el crecimiento. Pero la realidad que ocurrió es que empezaron a debilitarse, persistiendo en sus recetas ortodoxas sin advertir que la internacionalización de los mercados y negocios se aceleraban, también como consecuencia de un meteórico proceso de innovación tecnológica, que privilegia la búsqueda de beneficios y reducción de costes, por sobre la estabilidad y la justicia social.
En términos macro: economías de escala planetarias creciendo a un ritmo vertiginoso en detrimento de la supervivencia de economías nacionales de terceros países, incluyendo a las subdesarrolladas, a las que este fenómeno globalizante les mostró las garras más duras, etiquetándose a este proceso como neoliberalismo.
Las instituciones supranacionales que surgieron a la sombra del establecimiento de un nuevo orden mundial que se estableciera en 1944 en Bretton Woods (más allá de sus nobles propósitos fundacionales), fueron concebidas a imagen y semejanza de los intereses y las instituciones estadounidenses, de manera que quedara perfectamente claro el rol protagónico que éstas últimas iban a tener una vez finalizada la Segunda Guerra Mundial.
Ellas pretendían promover y regular los créditos que se destinarían a la reconstrucción. Reconocemos, no obstante esta apreciación, que sin Washington no se hubiera ganado la guerra, así de claro, y por lógica consecuencia esa circunstancia, se convirtió en la matriz existencial de dichas instituciones; a lo sumo podríamos inferir o teorizar que si el resultado de la victoria aliada, con preeminencia del poder bélico de los Estados Unidos, no se hubiera dado tal como ocurrió, muy probablemente existirían otras “instituciones” que influirían en la gobernanza mundial, pero no es el objeto de este libro hacer predicciones especulativas, y/o asignarles una escala de valor, respecto de cuáles hubieran sido más apropiadas, y menos aún enfocarnos en enunciar un “orden mundial” más perfectible, menos desequilibrante, habida cuenta de lo que había tras el “telón de acero” (cortina de hierro para muchas naciones de habla hispana). En suma: el mundo asistía a una dramática falta de opciones. O elegía el sistema occidental de convivencia, lo que implicaba someterse a las normas nacidas en Bretton Woods, o se entregaba a la aventura comunista.
Consecuentemente todo el mecanismo económico y político de la postguerra fue utilizado exprimiendo al máximo las recetas para el desarrollo y el crecimiento de los países.
Situación que no dejaba al margen a la mejor o peor utilización de las herramientas económicas que aplicaban las naciones, fundamentalmente las políticas monetarias y fiscales como niveladores de los procesos inversores esencialmente públicos, que buscaban tener una ecuación digna de equilibrio que permitiera que la paz y la seguridad, especialmente en Europa, fuera soportada por estas variables económicas siempre crecientes. La filosofía de las décadas de los 50 y 60 del siglo XX era impulsar el desarrollo.
Claro está que a medida que avanza la década del 70 y 80 ya se ven grandes brechas en los niveles de desarrollo y justicia social de las naciones del mundo. Los países más desarrollados habían logrado cotas no conocidas hasta entonces en el desarrollo económico. Caso clarísimo de Alemania, Francia e Italia, justamente las economías que más habían sufrido el impacto de la Segunda Guerra Mundial.
Esta devastación a la que Europa había sido sometida fue la que impulsó dos elementos esenciales: el desarrollo como política básica y el establecimiento del llamado estado del bienestar, que era un modelo garante en el que aquella ecuación de medición de la inversión y el gasto así como el consumo, hacía todo lo posible porque creciera el factor público de inversión para contentar a la gran clase social trabajadora y clase media que se había establecido en Europa después de la guerra y que era también el instrumento necesario para mantener la paz y el crecimiento.
La cuestión es que cuando se está saliendo de la década de los 80 del siglo XX y se ve qué ocurre en los primeros años de la década de los 90, se empiezan a manifestar las grandes diferencias, primero entre bloques, caso de que en 1989 el desgaste de la economía soviética lleva finalmente a la caída de la ex URSS y también del gran símbolo de la represión soviética como era el “Muro de Berlín”.
Las diferencias entre los países del viejo bloque soviético que estaban arruinados económica y socialmente, pero no menos políticamente, porque habían perdido esta gimnasia democrática que hoy día nos parece tan normal que se ejercite en todos los países, si la comparamos con el mundo libre, había llegado a niveles impensables. Las diferencias marcadas entre el llamado bloque capitalista y el llamado bloque de los países ex satélites de la URSS eran siderales, lo que inició un proceso de revisionismo histórico político y filosófico en cuanto a la libertad y la pérdida de ésta así como sus consecuencias.
Entonces se empezó un proceso de liberación de mercados, que en el caso de la nueva Rusia (la Federación Rusa) llevó a una serie de abusos y fraudes económicos y financieros, con las mafias campeando a sus anchas, que el sistema capitalista desbocado al que arribaron, le llevó a unos problemas de desigualdades tan serias, que finalmente países de su órbita como Polonia, República Checa, Rumania, Bulgaria, Eslovaquia, entre otros, buscasen formar parte del bloque de la economía libre de mercado como es la Unión Europea.
O sea, que se cerró el siglo XX y se inició el XXI con un desajuste tremendo en los niveles de desarrollo de las naciones del orbe, porque de los dos modelos económicos que regularon el mundo desde la Segunda Guerra Mundial hasta la caída del “Muro de Berlín” en 1989, uno se había agotado y el otro, pronto estaría en la misma situación de agotamiento. No es que el capitalismo iba a salvar al mundo, como exageradamente se dijo. ¡No! Este sistema también tenía una bomba de tiempo que nos explotaría en la Crisis Financiera Internacional de 2008-2009.
No en vano, los bancos del mundo tras esta crisis de 2008 tuvieron que demostrar su solvencia, a partir de cumplimentar determinados requisitos que le impusieron las autoridades regulatorias; el objetivo consistía en determinar la estabilidad de una entidad o del sistema bancario en situaciones adversas. El desgaste del sistema capitalista neoliberal estaba sobre la mesa. La desigualdad económica y la injusticia social no había parado de crecer a pesar de los esfuerzos que durante décadas se suponía que aquellas instituciones supranacionales fomentarían.
Para ello los Bancos y todo el sistema, se sometieron tanto las carteras de activos como de pasivos de las entidades financieras a distintas situaciones, para conocer sus posibles reacciones ante acciones inducidas y simuladas, cuyo fin último, permitiría acceder a lo que se denomina ratio de solvencia y con esa información los ahorristas, clientes, acreedores del sistema en general, podían conocer las vulnerabilidades de cada institución y decidir qué hacer con su dinero, antes que una entidad poco solvente o poco responsable y/o profesional en el manejo de carteras, les hiciera perder esos activos.
Es verdad que los Bancos prestan dinero que proviene de los ahorristas y del capital de inversores particulares e institucionales, pero a la hora de prestar ese dinero, el Banco puede incurrir en errores de procedimiento o errores en la medición del riesgo implícito de cada crédito que otorga, o relajar las condiciones mínimas que debe exigir, por una cuestión de competencia con otras entidades para captar clientes y depósitos, sin medir en ese afán, el cuidado de los fondos entregados a su custodia por sus clientes.
La globalización que experimentamos como fenómeno COMERCIAL, en el cual la ALDEA GLOBAL produce y vende mercaderías y servicios, de forma transfronteriza, ha ido requiriendo ajustes y cambios de procedimiento de tipo prueba y error. Nunca el planeta comerció tantos bienes como en la última parte del siglo XX y los primeros dos decenios del siglo XXI. Los países han recurrido a muchos métodos de defensa de sus intereses constituyéndose en BLOQUES ADUANEROS y/o BLOQUES MERCANTILES, y todas sus variantes, incluyendo Asociaciones Económicas y Políticas como sería la Unión Europea, con moneda única, misma bandera, himno propio, etc.
No existe una prueba de estrés de la GLOBALIZACIÓN, que imponga un protocolo de procedimiento que atenúe o deje a salvo a los millones de intercambios comerciales, que inicialmente se vislumbran como legítimos, pero que a la postre pueden ser perniciosos para el medio ambiente o para el sistema de equilibrios sistémicos de mediano y largo plazo, que se requieren para asegurar “siempre” recursos renovables disponibles y en cantidades necesarias, para abastecer a futuras generaciones.
El capitalismo requiere de pruebas de estress como las bancarias. Inicialmente se pensaba que las propias reglas del mercado libre inducirían a las compañías y entidades comerciales y sin fines de lucro a protegerse de distintos modos y las sumas de esas protecciones oficiarían como un cortafuego planetario, pues no es así: la pandemia del COVID 19 mostró que el capitalismo no tuvo en cuenta un proceso de pausa de todas las actividades humanas, en un tiempo tan prolongado que ya lleva muchos meses, con algunos éxitos parciales en algunos sitios del globo en donde la paralización de las actividades no fue total y entonces la economía no se contrajo y no expulsó gran parte de su fuerza laboral. Si tuviéramos una especie de protocolo de estress del SISTEMA CAPITALISTA deberíamos simular crisis planetarias como pandemias prolongadas, emergencias nucleares (como fue Chernóbil y Fukushima), cambios climáticos severos, guerras prolongadas, etc. y ver las respuestas del sistema a cada inducción de emergencias.
Es evidente que esta pandemia traerá aparejado un antes y un después, pero si volvemos al sistema de vida anterior en donde el “consumismo” era descontrolado o controlado solo por poder de compra de determinadas comunidades sin importar a qué coste, estaríamos otra vez entrampándonos en una encrucijada de difícil solución.
Es hora de medir el riesgo del sistema capitalista. Los Bancos Centrales han tenido que generar riqueza artificial para que el engranaje no se detenga, pero esta herramienta es un remedio de eficacia temporal. Debemos prepararnos para generar riqueza y no consumirla inmediatamente, una especie de stock “global” de minerales, petróleo, madera, carbón, etc., etc., pensando en futuras generaciones y en posibles situaciones de estress del sistema, que ante un evento singular nos imponga un aislamiento o una pérdida de posibilidades de acceder a las fuentes de riqueza convencionales; una especie de Banco Central de materia primas, que puedan estar siempre disponibles y sean de tipo global, sujetas a balancear el mercado de las regiones afectadas por el evento.
Descifrar el fenómeno de las características visibles e invisibles de la globalización
No podría hacerse un análisis completo del fenómeno si no esbozamos una teoría acerca de cuáles han sido las variables que han entrado en juego en estas desgraciadas circunstancias de pandemia.
Milton Friedman en 1969 introdujo la teoría del helicóptero monetario que funciona así: el banco central imprime billetes y el gobierno los gasta; aunque eso podría parecer similar a las ayudas financieras que los gobiernos le están dando a las personas para que puedan subsistir en medio de la pandemia, no es lo mismo.
Deberíamos poder determinar adonde radica la diferencia y para el caso de que la suma de subsidios, créditos a tasa cero, etc., no hayan generado inflación, ¿cómo se explica el fenómeno y como cierra la ecuación si uno de los términos creció y sin embargo no se alteró el equilibrio de la fórmula?
En física apelamos a los números complejos para explicar esta situación. Una explosión, por ejemplo, libera determinada cantidad de energía, pero una gran parte no se irradia, es absorbida por el terreno (se disipa) y por ende parece haberse esfumado, por tanto, la expresión cuantitativa de la energía liberada se expresa apelando a los números complejos, donde hay una parte real y otra imaginaria (esta última explica adonde fue a parar la energía supuestamente “perdida”, léase absorbida por el medio).
En nuestro caso (una gran cantidad de países desarrollados) existe un sumando que ha crecido, pero no ha modificado la ecuación de equilibrio (no generó inflación ni creó desequilibrios de otro tipo), por tanto habría que apelar a los números complejos para explicar este fenómeno. En esa ecuación habría un sumando donde la parte real sería cero y la parte imaginaria (i) sería la que representaría el exceso de emisión monetaria (sumatoria de todos los países con igual respuesta a la inducción financiera) que es absorbida por el sistema, como una disipación de la explosión monetaria.
Tratado el fenómeno como una variable física, se podría inferir resultados a futuro, en caso que se produzcan ulteriores explosiones monetarias y quizá hasta podríamos anticipar las mismas.
Características visibles convencionales
Existen una serie de manifestaciones que la economía traspasa a la sociedad como el agua los poros de una tela que va humedeciendo la superficie en la que se apoya cuando se ha derramado, por ejemplo, un vaso de agua sobre una tela que está apoyada en una mesa.
Esta lenta pero segura humedad que afectará la mesa (la sociedad de nuestro análisis) estará más o menos proclive a secarse rápidamente o a mantener las condiciones de humedad (en nuestra sociedad, la situación de desarrollo económico y social ganada durante décadas) en función directa a cuál es la salud de esta estructura socio económica, si se ha ido adaptando a la evolución tecnológica, si ha derramado hacia la ciudadanía los beneficios que la evolución del país ha logrado, si ha permitido mejoras en las condiciones de vida de los habitantes o son inaceptables con altísimos niveles de desempleo, etc.
Por tanto, podrían ocurrir una serie de hechos que en sí mismo cada uno de ellos pueden ser factores desestabilizantes o por contrario, elementos neutralizadores de los efectos negativos (la humedad referida) provocados por el agua y la falta de soluciones para reconducir el problema.
Pero lo que hay que comprender es que las características visibles que van asumiendo, desde ya que no son iguales (en todo caso pueden asemejarse), por ejemplo, lo que puede ocurrir en Polonia no es igual a lo que pueda darse en Singapur. Aún más preocupante es que para los dos países señalados, hay otra serie de características invisibles de la globalización, que cuesta ver y comprender, pero que están presentes y determinan para bien o para mal el nivel de vida de una nación. Desde ya su crecimiento, tasa de endeudamiento, etc.
Liderazgo mundial en entredicho
¿Están los líderes políticos mundiales seguros frente a las medidas que han estado tomando los diferentes países durante esta primera ola de pandemia? Pareciera ser que no. ¿Tiene esto relación directa con el análisis de la globalización como lo venimos haciendo? ¡Pues claro que sí!
Veamos qué está ocurriendo, que se está diciendo por personalidades muy autorizadas, en relación directa con el Covid-19 y su impacto en la economía global, pero además pasemos revista a algunos autores que en los últimos años (ex ante Covid-19) decían cosas muy significativas sobre el proceso globalizador.
Justamente ha sido durante el confinamiento que gran parte de los países estaban guardando entre los meses de marzo y mayo de 2020, que Thomas Friedman, el intelectual y columnista más leído de The New York Times, llegó a afirmar: "En una pandemia la naturaleza compensa al que se adapta mejor". Pero además agregaba: “los próximos tres años serán los de una fenomenal “destrucción creativa”: trabajos y empleos desaparecerán mientras nacerán otros nuevos. Una era del corazón, de la pasión por aprender”.
Friedman decía algo que es fundamental que la mayoría de la gente entienda: “No solo se trata de conseguir una vacuna: se trata de reiniciar todo”.
Vamos a profundizar un poco más por qué hace estas aseveraciones y qué debemos sacar en limpio de ellas, a fin de que la clase política y los líderes en general, tengan una visión más objetiva sobre el nuevo horizonte al que nos enfrentamos y al que seguirá siendo escenario común de nuestras vidas los próximos meses. No exageramos si decimos años.
Es evidente que la posición de Friedman, sobre que uno de los problemas que tuvimos desde el principio es que para entender cómo resistir una pandemia hay que tener en cuenta cómo funcionan los sistemas del mundo natural, acierta de lleno porque justamente la armonía hombre-naturaleza no es que sea una asignatura pendiente: sencillamente no está en nuestra pensamiento…ni en nuestra forma de vida, tan acostumbrada a la dilapidación de los recursos cuando no a la devastación de regiones enteras y la extinción de cientos de especies que existían hace diez o quince años y hoy ya son parte de la paleontología y la historia biológica del planeta.
Friedman recuerda, especialmente a los que no quieren ver la gravedad del momento, que estamos frente a un momento inusual. Pero esta dinámica no recompensa al más fuerte, ni al más inteligente. Lo hace con quienes mejor se adaptan.
Si lo que la clase política y dirigente que se supone que tiene que llevar las riendas del todo (la buena gobernanza mundial) ha basado sus estrategias (medidas políticas) en base a resultados estrictamente económicos y no sociales, entonces cabe la primera de las preguntas de Friedman, que la hace como si el coronavirus tuviera el micrófono y fuera el cronista, e inquiriese al gobernante de turno con la siguiente pregunta: “¿Construisteis tu estrategia de adaptación en la química, la biología y la física? Porque eso es lo que soy. Si construisteis tu estrategia de adaptación en base a la política, la ideología y el calendario electoral, te lastimaré a ti o a alguien que amas”.
Sin duda es un golpe sobre la mesa que alguien tenía que dar a la clase política. Pero desde nuestra óptica de la globalización, aún es más interesante (y preocupante) porque estamos poniendo a prueba nuestros sistemas defensivos (no ya misiles ni drones exterminadores) que diseñamos para enfrentar catástrofes sanitarias como la actual, producida por un nuevo coronavirus, que el Comité de Taxonomía de la OMS denominó SARS-CoV2, y tristemente advertimos que la comunidad científica internacional, aún no logra unificar criterios en cuanto a determinar el origen del virus, su detección temprana, sus posibles daños colaterales a mediano y largo plazo, etc., y ante tanta falta de certezas, nuestra estrategia defensiva común,consiste en enfrentar sus efectos, con el único sistema que hemos sabido construir en la fase globalizante; y ello nos conducirá a un estruendoso y “nuevo” fracaso; ¿Por qué “nuevo”?, porque de hecho ya venimos fracasando desde hace un buen tiempo,en este proceso globalizador en el cual transitamos.
Hubo países y regiones dentro de algunos estados cuyo esquema defensivo fue contrario a las directivas emanadas de la Organización Mundial de la Salud y esa estrategia les significó salvar muchas vidas. Nos habían dicho que la globalización iba a mejorar la producción y distribución de bienes y servicios, porque cada comunidad iba a aprovechar sus sinergias propias, habilidades y recursos, evitando competir en sectores cuyas ventajas comparativas le fueran adversas o resultaran ineficientes, pero la realidad nos demostró que el sistema capitalista en el cual nos desenvolvemos nos ha jugado en contra; las patentes industriales, la rentabilidad del capital, los nacionalismos, etc., en muchos casos no ayudaron a generar estructuras integradas y con protocolos de procedimiento normalizados o estandarizados, para enfrentar males globales.
La actual pandemia nos mostró las diferencias de recursos y disponibilidad de herramientas para defendernos, que generamos “conjuntamente” como comunidad internacional. Se cerraron tardíamente los aeropuertos y con desfasajes muy marcados en la toma de decisiones; se apeló a expansiones cuantitativas de dinero, cuando las monedas tienen marcadas diferencias de demanda con fines de atesoramiento y los excesos de moneda local en algunas regiones, provocaron inflación y desabastecimiento. La globalización ante la primera prueba de fuego está haciendo agua, y esto explica la teoría de Friedman cuando afirmó: “No solo se trata de conseguir una vacuna: se trata de reiniciar todo”.
En el libro "La paradoja de la globalización" Dani Rodrik combina el relato histórico con astutas observaciones que cuestionan la creencia de que el avance de la globalización es inevitable e inevitablemente positivo. Pero además argumenta que la globalización va acompañada necesariamente de tensiones muy graves. Rodrik presenta un argumento a favor de un modelo de globalización atemperado, que sea respetuoso con las democracias nacionales y que esté fundamentado en un entramado muy elemental de reglas internacionales. O sea, muestra el camino hacia una prosperidad equilibrada y sostenible.
Qué necesaria es la incorporación de la ética y la moral en todo este análisis. Y menos mal que en obras como "Una economía decente en la era de la globalización", en la que Hans Küng se ha venido ocupando con los problemas de la actividad económica justa tras la última crisis económica mundial, a través de un análisis detallado de su desarrollo, sus causas y sus consecuencias, este libro programático pregunta por los fundamentos de la globalización, así como por la justificación moral del lucro y el verdadero coste de la economía de mercado.
Sin falsos moralismos ni afán moralizador, y respetando la autonomía de las distintas esferas de la vida humana, como la economía, la política o el derecho, Hans Küng quiere hacer una modesta contribución al redescubrimiento y revalorización de la ética en la economía y proponer una visión de futuro realista, con un propósito práctico-político.
Coincidimos con aquellas voces críticas que sobre la globalización han dicho que es una materia tan compleja como inabarcable. ¡Claro que sí…lo es!
Pero si a la ya de por sí complejidad de comprender el funcionamiento del proceso globalizador, qué deberíamos decir cuando nos detenemos a analizar las consecuencias del mismo.
Uno de nuestros objetivos (no ya del análisis de los críticos y expertos del tema sino de nosotros como autores de esta obra) es identificar los determinantes del aumento de la desigualdad de ingresos que los países de la OCDE han experimentado durante las últimas dos décadas. ¿Es que queremos dejar ex profeso a los terceros países fuera del análisis? ¡NO! Lo que sucede, es que, si la desigualdad se ha hecho carne y de qué manera en el primer mundo, qué podremos esperar del resto de naciones que están luchando por llegar a unos mínimos de ingreso per cápita dignos de cualquier país civilizado.
¿Pero no era que en Europa Occidental se había establecido como consecuencia de la reconstrucción europea después de la Segunda Guera Mundial un “estado del bienestar” garantizador del desarrollo y la justicia social? ¿No es que Europa y posteriormente la UE habían logrado ser la región del planeta de mayor igualdad y justicia social de la tierra? ¿Cómo puede decirse entonces que el proceso globalizador fracasó en Europa?
Los procesos financiadores de las economías que han tenido lugar desde el inicio de la década de 1990, es que han provocado que la desigualdad aumentara porque se intensificó la flexibilidad laboral, las instituciones del mercado laboral se debilitaron a medida que los sindicatos perdieron poder y el gasto público social comenzó a reducirse y no compensó las vulnerabilidades creadas por el proceso de globalización.
Si tomamos el lapso 2000-2020 en los países de la OCDE, la desigualdad económica que se ha producido en diferente medida entre los que son más ricos y los que no lo son tanto, es bastante manifiesta.
Si bien la desigualdad de ingresos entre países basada en el ingreso per cápita probablemente ha disminuido recientemente, esto no operó como una garantía a que no se produjera una desigualdad económica en cuanto a la distribución de la renta (sumado a una falta de justicia social distributiva mínima) para proteger a las clases más desfavorecidas, habiendo aumentado en la mayoría de los países de la OCDE y en varios países en desarrollo durante las últimas dos o tres décadas.
El 10% más rico de la población de los países de la OCDE gana aproximadamente 10 veces los ingresos del 10% más pobre. Esta brecha sigue incrementándose más aceleradamente y la actual situación pandémica, no permite anticipar un cambio de tendencia, debido a la destrucción de puestos de trabajo, cierres de empresas y una gran incertidumbre que el coronavirus ha instalado en nuestras vidas.
A fines de la década de 1980, el 10% más rico ganaba aproximadamente siete veces los ingresos del 10% más pobre (OCDE, 2014).
Si se tiene en cuenta lo que establece la tesis de Kuznets (la curva de Kuznets) por la cual la desigualdad aumenta en la fase inicial del proceso de desarrollo y luego disminuye a medida que las economías se enriquecen, lo que no parece que se haya producido una evolución similar en estos años en la OCDE. Por eso, en una revisión mucho más contemporánea de este fenómeno, fue Tomás Piketty que sostiene que la desigualdad vuelve a aumentar cuando los países alcanzan una etapa avanzada de desarrollo. O sea, mucho desarrollo y globalización que terminan siendo un boomerang para las clases medias y obreras, ya que el comportamiento de los salarios ha seguido siendo una variable de ajuste permanente, cuando no, el incremento del desempleo como ajuste constante de las crisis económicas, porque en sí mismo, el empleo lo es.
Este nuevo paradigma, al que algunos denominan "capitalismo financiero", se caracteriza por una fuerte dependencia del sector financiero, por la globalización e intensificación del comercio internacional y la movilidad del capital y por la "flexibilización" del mercado laboral.
En este contexto, la desigualdad del ingreso aumentó porque el trabajo, que es el factor de producción más importante para el ingreso, es visto por el enfoque del lado de la oferta como un coste que debe comprimirse más que como una parte fundamental de la demanda agregada que debe expandirse. En la era del capitalismo financiero, las relaciones trabajo-capital están cambiando y, en la mayoría de los casos, el trabajo representa la parte más débil.
Hasta aquí estamos viendo y al menos comprendiendo que globalizar la economía de las naciones del orbe, al menos hasta hoy, es como un traje hecho a medida, pero cuando el sastre lo está probando al cliente, tiene tal cantidad de defectos y aspectos que no fueron previstos cuando se tomaron las medidas y se eligió la tela y el color, que prácticamente no es ese traje que el cliente había comprado, lo que le llevará a desecharlo por completo o hacer los cambios pertinentes. En la globalización ya no se puede descartar lo que no nos gusta porque ya ha ocurrido. Lo único que pueden hacer los líderes políticos y empresariales mundiales es rediseñar el traje que 7.600 millones de habitantes del planeta deberán probarse y sentir la sensación que les calza bien, que se ajusta a su silueta, que es del color y textura que satisface al cliente y que puede pagar su precio. Lamentablemente aún no se están dando las condiciones mínimas para que esa cantidad de habitantes de la tierra puedan todos tener la sensación de compartir de manera justa y equitativa su traje.
Y además, un pequeño detalle: un buen traje se lleva con unos zapatos de calidad acorde. En el presente, en caso que los trajes llegasen a los 7.600 millones de ciudadanos del globo, qué porcentaje podríamos decir vestirá su nuevo atuendo sin zapatos. Desde ya que será muy alto.
José Luis Zunni es director de ecofin.es y vicepresidente de FORO Ecofin. Coordinador académico de e Latam Management & Economía de media-tics.com y vicepresidente de DEMUESTRA.COM. Conferenciante. Ponente de Seminarios de Liderazgo y Management. Autor de ‘Inteligencia Emocional para la Gestión. Un nuevo liderazgo empresarial’, coautor de ‘Liderar es sencillo. Management & Liderazgo’, coautor con Ximo Salas de ‘Leader’s time (Tiempo del líder)’ y coautor con Salvador Molina y Javier Hernando de “El cubo del líder”.
Rubén Eduardo Bianco es Ing.Industrial y agrimensor. Experto analista financiero internacional. Responsable del desarrollo de nuevos negocios para el Cono Sur de DEMUESTRA.com y miembro del comité académico de e Latam Economía de media-tics.com
Qué duda cabe que Estados Unidos cuando establece el New Deal pone en marcha todos los recursos disponibles públicos y privados, pero especialmente los primeros, para impulsar un crecimiento económico que tenía que venir, sólo por el incremento del consumo, que era el único factor que determinaría a la postre el nivel de vida de la población.
Si la crisis del 29 había hecho caer sustancialmente la inversión privada (uno de los términos de la ecuación de la Renta Nacional) a nivel macro, no quedaba más alternativa que incrementar otro de los términos para que no se desajustara dicho parámetro de nivel de vida mínimo aceptable.
Por tanto, cuando uno de los términos de la ecuación se ve afectada, para que siga describiendo económicamente el supuesto equilibrio que pretende lograr,
no queda más salida que apelar a la inversión pública, o sea al otro término que equilibre la igualdad, al menos matemáticamente, que no desde el punto de vista de justicia social, quedando de esta manera razonablemente equilibrada.
Y esto es lo que ha venido ocurriendo después de la Segunda Guerra Mundial, cuando la reconstrucción de Europa con el Plan Marshall y la puesta en marcha de todos los planes de desarrollo del Banco de Reconstrucción y Fomento (lo que conocemos como Banco Mundial) y el Fondo Monetario Internacional, junto a las Naciones Unidas, todas ellas instituciones supranacionales que se suponían estaban al servicio de la búsqueda de la estabilidad y el crecimiento. Pero la realidad que ocurrió es que empezaron a debilitarse, persistiendo en sus recetas ortodoxas sin advertir que la internacionalización de los mercados y negocios se aceleraban, también como consecuencia de un meteórico proceso de innovación tecnológica, que privilegia la búsqueda de beneficios y reducción de costes, por sobre la estabilidad y la justicia social.
En términos macro: economías de escala planetarias creciendo a un ritmo vertiginoso en detrimento de la supervivencia de economías nacionales de terceros países, incluyendo a las subdesarrolladas, a las que este fenómeno globalizante les mostró las garras más duras, etiquetándose a este proceso como neoliberalismo.
Las instituciones supranacionales que surgieron a la sombra del establecimiento de un nuevo orden mundial que se estableciera en 1944 en Bretton Woods (más allá de sus nobles propósitos fundacionales), fueron concebidas a imagen y semejanza de los intereses y las instituciones estadounidenses, de manera que quedara perfectamente claro el rol protagónico que éstas últimas iban a tener una vez finalizada la Segunda Guerra Mundial.
Ellas pretendían promover y regular los créditos que se destinarían a la reconstrucción. Reconocemos, no obstante esta apreciación, que sin Washington no se hubiera ganado la guerra, así de claro, y por lógica consecuencia esa circunstancia, se convirtió en la matriz existencial de dichas instituciones; a lo sumo podríamos inferir o teorizar que si el resultado de la victoria aliada, con preeminencia del poder bélico de los Estados Unidos, no se hubiera dado tal como ocurrió, muy probablemente existirían otras “instituciones” que influirían en la gobernanza mundial, pero no es el objeto de este libro hacer predicciones especulativas, y/o asignarles una escala de valor, respecto de cuáles hubieran sido más apropiadas, y menos aún enfocarnos en enunciar un “orden mundial” más perfectible, menos desequilibrante, habida cuenta de lo que había tras el “telón de acero” (cortina de hierro para muchas naciones de habla hispana). En suma: el mundo asistía a una dramática falta de opciones. O elegía el sistema occidental de convivencia, lo que implicaba someterse a las normas nacidas en Bretton Woods, o se entregaba a la aventura comunista.
Consecuentemente todo el mecanismo económico y político de la postguerra fue utilizado exprimiendo al máximo las recetas para el desarrollo y el crecimiento de los países.
Situación que no dejaba al margen a la mejor o peor utilización de las herramientas económicas que aplicaban las naciones, fundamentalmente las políticas monetarias y fiscales como niveladores de los procesos inversores esencialmente públicos, que buscaban tener una ecuación digna de equilibrio que permitiera que la paz y la seguridad, especialmente en Europa, fuera soportada por estas variables económicas siempre crecientes. La filosofía de las décadas de los 50 y 60 del siglo XX era impulsar el desarrollo.
Claro está que a medida que avanza la década del 70 y 80 ya se ven grandes brechas en los niveles de desarrollo y justicia social de las naciones del mundo. Los países más desarrollados habían logrado cotas no conocidas hasta entonces en el desarrollo económico. Caso clarísimo de Alemania, Francia e Italia, justamente las economías que más habían sufrido el impacto de la Segunda Guerra Mundial.
Esta devastación a la que Europa había sido sometida fue la que impulsó dos elementos esenciales: el desarrollo como política básica y el establecimiento del llamado estado del bienestar, que era un modelo garante en el que aquella ecuación de medición de la inversión y el gasto así como el consumo, hacía todo lo posible porque creciera el factor público de inversión para contentar a la gran clase social trabajadora y clase media que se había establecido en Europa después de la guerra y que era también el instrumento necesario para mantener la paz y el crecimiento.
La cuestión es que cuando se está saliendo de la década de los 80 del siglo XX y se ve qué ocurre en los primeros años de la década de los 90, se empiezan a manifestar las grandes diferencias, primero entre bloques, caso de que en 1989 el desgaste de la economía soviética lleva finalmente a la caída de la ex URSS y también del gran símbolo de la represión soviética como era el “Muro de Berlín”.
Las diferencias entre los países del viejo bloque soviético que estaban arruinados económica y socialmente, pero no menos políticamente, porque habían perdido esta gimnasia democrática que hoy día nos parece tan normal que se ejercite en todos los países, si la comparamos con el mundo libre, había llegado a niveles impensables. Las diferencias marcadas entre el llamado bloque capitalista y el llamado bloque de los países ex satélites de la URSS eran siderales, lo que inició un proceso de revisionismo histórico político y filosófico en cuanto a la libertad y la pérdida de ésta así como sus consecuencias.
Entonces se empezó un proceso de liberación de mercados, que en el caso de la nueva Rusia (la Federación Rusa) llevó a una serie de abusos y fraudes económicos y financieros, con las mafias campeando a sus anchas, que el sistema capitalista desbocado al que arribaron, le llevó a unos problemas de desigualdades tan serias, que finalmente países de su órbita como Polonia, República Checa, Rumania, Bulgaria, Eslovaquia, entre otros, buscasen formar parte del bloque de la economía libre de mercado como es la Unión Europea.
O sea, que se cerró el siglo XX y se inició el XXI con un desajuste tremendo en los niveles de desarrollo de las naciones del orbe, porque de los dos modelos económicos que regularon el mundo desde la Segunda Guerra Mundial hasta la caída del “Muro de Berlín” en 1989, uno se había agotado y el otro, pronto estaría en la misma situación de agotamiento. No es que el capitalismo iba a salvar al mundo, como exageradamente se dijo. ¡No! Este sistema también tenía una bomba de tiempo que nos explotaría en la Crisis Financiera Internacional de 2008-2009.
No en vano, los bancos del mundo tras esta crisis de 2008 tuvieron que demostrar su solvencia, a partir de cumplimentar determinados requisitos que le impusieron las autoridades regulatorias; el objetivo consistía en determinar la estabilidad de una entidad o del sistema bancario en situaciones adversas. El desgaste del sistema capitalista neoliberal estaba sobre la mesa. La desigualdad económica y la injusticia social no había parado de crecer a pesar de los esfuerzos que durante décadas se suponía que aquellas instituciones supranacionales fomentarían.
Para ello los Bancos y todo el sistema, se sometieron tanto las carteras de activos como de pasivos de las entidades financieras a distintas situaciones, para conocer sus posibles reacciones ante acciones inducidas y simuladas, cuyo fin último, permitiría acceder a lo que se denomina ratio de solvencia y con esa información los ahorristas, clientes, acreedores del sistema en general, podían conocer las vulnerabilidades de cada institución y decidir qué hacer con su dinero, antes que una entidad poco solvente o poco responsable y/o profesional en el manejo de carteras, les hiciera perder esos activos.
Es verdad que los Bancos prestan dinero que proviene de los ahorristas y del capital de inversores particulares e institucionales, pero a la hora de prestar ese dinero, el Banco puede incurrir en errores de procedimiento o errores en la medición del riesgo implícito de cada crédito que otorga, o relajar las condiciones mínimas que debe exigir, por una cuestión de competencia con otras entidades para captar clientes y depósitos, sin medir en ese afán, el cuidado de los fondos entregados a su custodia por sus clientes.
La globalización que experimentamos como fenómeno COMERCIAL, en el cual la ALDEA GLOBAL produce y vende mercaderías y servicios, de forma transfronteriza, ha ido requiriendo ajustes y cambios de procedimiento de tipo prueba y error. Nunca el planeta comerció tantos bienes como en la última parte del siglo XX y los primeros dos decenios del siglo XXI. Los países han recurrido a muchos métodos de defensa de sus intereses constituyéndose en BLOQUES ADUANEROS y/o BLOQUES MERCANTILES, y todas sus variantes, incluyendo Asociaciones Económicas y Políticas como sería la Unión Europea, con moneda única, misma bandera, himno propio, etc.
No existe una prueba de estrés de la GLOBALIZACIÓN, que imponga un protocolo de procedimiento que atenúe o deje a salvo a los millones de intercambios comerciales, que inicialmente se vislumbran como legítimos, pero que a la postre pueden ser perniciosos para el medio ambiente o para el sistema de equilibrios sistémicos de mediano y largo plazo, que se requieren para asegurar “siempre” recursos renovables disponibles y en cantidades necesarias, para abastecer a futuras generaciones.
El capitalismo requiere de pruebas de estress como las bancarias. Inicialmente se pensaba que las propias reglas del mercado libre inducirían a las compañías y entidades comerciales y sin fines de lucro a protegerse de distintos modos y las sumas de esas protecciones oficiarían como un cortafuego planetario, pues no es así: la pandemia del COVID 19 mostró que el capitalismo no tuvo en cuenta un proceso de pausa de todas las actividades humanas, en un tiempo tan prolongado que ya lleva muchos meses, con algunos éxitos parciales en algunos sitios del globo en donde la paralización de las actividades no fue total y entonces la economía no se contrajo y no expulsó gran parte de su fuerza laboral. Si tuviéramos una especie de protocolo de estress del SISTEMA CAPITALISTA deberíamos simular crisis planetarias como pandemias prolongadas, emergencias nucleares (como fue Chernóbil y Fukushima), cambios climáticos severos, guerras prolongadas, etc. y ver las respuestas del sistema a cada inducción de emergencias.
Es evidente que esta pandemia traerá aparejado un antes y un después, pero si volvemos al sistema de vida anterior en donde el “consumismo” era descontrolado o controlado solo por poder de compra de determinadas comunidades sin importar a qué coste, estaríamos otra vez entrampándonos en una encrucijada de difícil solución.
Es hora de medir el riesgo del sistema capitalista. Los Bancos Centrales han tenido que generar riqueza artificial para que el engranaje no se detenga, pero esta herramienta es un remedio de eficacia temporal. Debemos prepararnos para generar riqueza y no consumirla inmediatamente, una especie de stock “global” de minerales, petróleo, madera, carbón, etc., etc., pensando en futuras generaciones y en posibles situaciones de estress del sistema, que ante un evento singular nos imponga un aislamiento o una pérdida de posibilidades de acceder a las fuentes de riqueza convencionales; una especie de Banco Central de materia primas, que puedan estar siempre disponibles y sean de tipo global, sujetas a balancear el mercado de las regiones afectadas por el evento.
Descifrar el fenómeno de las características visibles e invisibles de la globalización
No podría hacerse un análisis completo del fenómeno si no esbozamos una teoría acerca de cuáles han sido las variables que han entrado en juego en estas desgraciadas circunstancias de pandemia.
Milton Friedman en 1969 introdujo la teoría del helicóptero monetario que funciona así: el banco central imprime billetes y el gobierno los gasta; aunque eso podría parecer similar a las ayudas financieras que los gobiernos le están dando a las personas para que puedan subsistir en medio de la pandemia, no es lo mismo.
Deberíamos poder determinar adonde radica la diferencia y para el caso de que la suma de subsidios, créditos a tasa cero, etc., no hayan generado inflación, ¿cómo se explica el fenómeno y como cierra la ecuación si uno de los términos creció y sin embargo no se alteró el equilibrio de la fórmula?
En física apelamos a los números complejos para explicar esta situación. Una explosión, por ejemplo, libera determinada cantidad de energía, pero una gran parte no se irradia, es absorbida por el terreno (se disipa) y por ende parece haberse esfumado, por tanto, la expresión cuantitativa de la energía liberada se expresa apelando a los números complejos, donde hay una parte real y otra imaginaria (esta última explica adonde fue a parar la energía supuestamente “perdida”, léase absorbida por el medio).
En nuestro caso (una gran cantidad de países desarrollados) existe un sumando que ha crecido, pero no ha modificado la ecuación de equilibrio (no generó inflación ni creó desequilibrios de otro tipo), por tanto habría que apelar a los números complejos para explicar este fenómeno. En esa ecuación habría un sumando donde la parte real sería cero y la parte imaginaria (i) sería la que representaría el exceso de emisión monetaria (sumatoria de todos los países con igual respuesta a la inducción financiera) que es absorbida por el sistema, como una disipación de la explosión monetaria.
Tratado el fenómeno como una variable física, se podría inferir resultados a futuro, en caso que se produzcan ulteriores explosiones monetarias y quizá hasta podríamos anticipar las mismas.
Características visibles convencionales
Existen una serie de manifestaciones que la economía traspasa a la sociedad como el agua los poros de una tela que va humedeciendo la superficie en la que se apoya cuando se ha derramado, por ejemplo, un vaso de agua sobre una tela que está apoyada en una mesa.
Esta lenta pero segura humedad que afectará la mesa (la sociedad de nuestro análisis) estará más o menos proclive a secarse rápidamente o a mantener las condiciones de humedad (en nuestra sociedad, la situación de desarrollo económico y social ganada durante décadas) en función directa a cuál es la salud de esta estructura socio económica, si se ha ido adaptando a la evolución tecnológica, si ha derramado hacia la ciudadanía los beneficios que la evolución del país ha logrado, si ha permitido mejoras en las condiciones de vida de los habitantes o son inaceptables con altísimos niveles de desempleo, etc.
Por tanto, podrían ocurrir una serie de hechos que en sí mismo cada uno de ellos pueden ser factores desestabilizantes o por contrario, elementos neutralizadores de los efectos negativos (la humedad referida) provocados por el agua y la falta de soluciones para reconducir el problema.
Pero lo que hay que comprender es que las características visibles que van asumiendo, desde ya que no son iguales (en todo caso pueden asemejarse), por ejemplo, lo que puede ocurrir en Polonia no es igual a lo que pueda darse en Singapur. Aún más preocupante es que para los dos países señalados, hay otra serie de características invisibles de la globalización, que cuesta ver y comprender, pero que están presentes y determinan para bien o para mal el nivel de vida de una nación. Desde ya su crecimiento, tasa de endeudamiento, etc.
Liderazgo mundial en entredicho
¿Están los líderes políticos mundiales seguros frente a las medidas que han estado tomando los diferentes países durante esta primera ola de pandemia? Pareciera ser que no. ¿Tiene esto relación directa con el análisis de la globalización como lo venimos haciendo? ¡Pues claro que sí!
Veamos qué está ocurriendo, que se está diciendo por personalidades muy autorizadas, en relación directa con el Covid-19 y su impacto en la economía global, pero además pasemos revista a algunos autores que en los últimos años (ex ante Covid-19) decían cosas muy significativas sobre el proceso globalizador.
Justamente ha sido durante el confinamiento que gran parte de los países estaban guardando entre los meses de marzo y mayo de 2020, que Thomas Friedman, el intelectual y columnista más leído de The New York Times, llegó a afirmar: "En una pandemia la naturaleza compensa al que se adapta mejor". Pero además agregaba: “los próximos tres años serán los de una fenomenal “destrucción creativa”: trabajos y empleos desaparecerán mientras nacerán otros nuevos. Una era del corazón, de la pasión por aprender”.
Friedman decía algo que es fundamental que la mayoría de la gente entienda: “No solo se trata de conseguir una vacuna: se trata de reiniciar todo”.
Vamos a profundizar un poco más por qué hace estas aseveraciones y qué debemos sacar en limpio de ellas, a fin de que la clase política y los líderes en general, tengan una visión más objetiva sobre el nuevo horizonte al que nos enfrentamos y al que seguirá siendo escenario común de nuestras vidas los próximos meses. No exageramos si decimos años.
Es evidente que la posición de Friedman, sobre que uno de los problemas que tuvimos desde el principio es que para entender cómo resistir una pandemia hay que tener en cuenta cómo funcionan los sistemas del mundo natural, acierta de lleno porque justamente la armonía hombre-naturaleza no es que sea una asignatura pendiente: sencillamente no está en nuestra pensamiento…ni en nuestra forma de vida, tan acostumbrada a la dilapidación de los recursos cuando no a la devastación de regiones enteras y la extinción de cientos de especies que existían hace diez o quince años y hoy ya son parte de la paleontología y la historia biológica del planeta.
Friedman recuerda, especialmente a los que no quieren ver la gravedad del momento, que estamos frente a un momento inusual. Pero esta dinámica no recompensa al más fuerte, ni al más inteligente. Lo hace con quienes mejor se adaptan.
Si lo que la clase política y dirigente que se supone que tiene que llevar las riendas del todo (la buena gobernanza mundial) ha basado sus estrategias (medidas políticas) en base a resultados estrictamente económicos y no sociales, entonces cabe la primera de las preguntas de Friedman, que la hace como si el coronavirus tuviera el micrófono y fuera el cronista, e inquiriese al gobernante de turno con la siguiente pregunta: “¿Construisteis tu estrategia de adaptación en la química, la biología y la física? Porque eso es lo que soy. Si construisteis tu estrategia de adaptación en base a la política, la ideología y el calendario electoral, te lastimaré a ti o a alguien que amas”.
Sin duda es un golpe sobre la mesa que alguien tenía que dar a la clase política. Pero desde nuestra óptica de la globalización, aún es más interesante (y preocupante) porque estamos poniendo a prueba nuestros sistemas defensivos (no ya misiles ni drones exterminadores) que diseñamos para enfrentar catástrofes sanitarias como la actual, producida por un nuevo coronavirus, que el Comité de Taxonomía de la OMS denominó SARS-CoV2, y tristemente advertimos que la comunidad científica internacional, aún no logra unificar criterios en cuanto a determinar el origen del virus, su detección temprana, sus posibles daños colaterales a mediano y largo plazo, etc., y ante tanta falta de certezas, nuestra estrategia defensiva común,consiste en enfrentar sus efectos, con el único sistema que hemos sabido construir en la fase globalizante; y ello nos conducirá a un estruendoso y “nuevo” fracaso; ¿Por qué “nuevo”?, porque de hecho ya venimos fracasando desde hace un buen tiempo,en este proceso globalizador en el cual transitamos.
Hubo países y regiones dentro de algunos estados cuyo esquema defensivo fue contrario a las directivas emanadas de la Organización Mundial de la Salud y esa estrategia les significó salvar muchas vidas. Nos habían dicho que la globalización iba a mejorar la producción y distribución de bienes y servicios, porque cada comunidad iba a aprovechar sus sinergias propias, habilidades y recursos, evitando competir en sectores cuyas ventajas comparativas le fueran adversas o resultaran ineficientes, pero la realidad nos demostró que el sistema capitalista en el cual nos desenvolvemos nos ha jugado en contra; las patentes industriales, la rentabilidad del capital, los nacionalismos, etc., en muchos casos no ayudaron a generar estructuras integradas y con protocolos de procedimiento normalizados o estandarizados, para enfrentar males globales.
La actual pandemia nos mostró las diferencias de recursos y disponibilidad de herramientas para defendernos, que generamos “conjuntamente” como comunidad internacional. Se cerraron tardíamente los aeropuertos y con desfasajes muy marcados en la toma de decisiones; se apeló a expansiones cuantitativas de dinero, cuando las monedas tienen marcadas diferencias de demanda con fines de atesoramiento y los excesos de moneda local en algunas regiones, provocaron inflación y desabastecimiento. La globalización ante la primera prueba de fuego está haciendo agua, y esto explica la teoría de Friedman cuando afirmó: “No solo se trata de conseguir una vacuna: se trata de reiniciar todo”.
En el libro "La paradoja de la globalización" Dani Rodrik combina el relato histórico con astutas observaciones que cuestionan la creencia de que el avance de la globalización es inevitable e inevitablemente positivo. Pero además argumenta que la globalización va acompañada necesariamente de tensiones muy graves. Rodrik presenta un argumento a favor de un modelo de globalización atemperado, que sea respetuoso con las democracias nacionales y que esté fundamentado en un entramado muy elemental de reglas internacionales. O sea, muestra el camino hacia una prosperidad equilibrada y sostenible.
Qué necesaria es la incorporación de la ética y la moral en todo este análisis. Y menos mal que en obras como "Una economía decente en la era de la globalización", en la que Hans Küng se ha venido ocupando con los problemas de la actividad económica justa tras la última crisis económica mundial, a través de un análisis detallado de su desarrollo, sus causas y sus consecuencias, este libro programático pregunta por los fundamentos de la globalización, así como por la justificación moral del lucro y el verdadero coste de la economía de mercado.
Sin falsos moralismos ni afán moralizador, y respetando la autonomía de las distintas esferas de la vida humana, como la economía, la política o el derecho, Hans Küng quiere hacer una modesta contribución al redescubrimiento y revalorización de la ética en la economía y proponer una visión de futuro realista, con un propósito práctico-político.
Coincidimos con aquellas voces críticas que sobre la globalización han dicho que es una materia tan compleja como inabarcable. ¡Claro que sí…lo es!
Pero si a la ya de por sí complejidad de comprender el funcionamiento del proceso globalizador, qué deberíamos decir cuando nos detenemos a analizar las consecuencias del mismo.
Uno de nuestros objetivos (no ya del análisis de los críticos y expertos del tema sino de nosotros como autores de esta obra) es identificar los determinantes del aumento de la desigualdad de ingresos que los países de la OCDE han experimentado durante las últimas dos décadas. ¿Es que queremos dejar ex profeso a los terceros países fuera del análisis? ¡NO! Lo que sucede, es que, si la desigualdad se ha hecho carne y de qué manera en el primer mundo, qué podremos esperar del resto de naciones que están luchando por llegar a unos mínimos de ingreso per cápita dignos de cualquier país civilizado.
¿Pero no era que en Europa Occidental se había establecido como consecuencia de la reconstrucción europea después de la Segunda Guera Mundial un “estado del bienestar” garantizador del desarrollo y la justicia social? ¿No es que Europa y posteriormente la UE habían logrado ser la región del planeta de mayor igualdad y justicia social de la tierra? ¿Cómo puede decirse entonces que el proceso globalizador fracasó en Europa?
Los procesos financiadores de las economías que han tenido lugar desde el inicio de la década de 1990, es que han provocado que la desigualdad aumentara porque se intensificó la flexibilidad laboral, las instituciones del mercado laboral se debilitaron a medida que los sindicatos perdieron poder y el gasto público social comenzó a reducirse y no compensó las vulnerabilidades creadas por el proceso de globalización.
Si tomamos el lapso 2000-2020 en los países de la OCDE, la desigualdad económica que se ha producido en diferente medida entre los que son más ricos y los que no lo son tanto, es bastante manifiesta.
Si bien la desigualdad de ingresos entre países basada en el ingreso per cápita probablemente ha disminuido recientemente, esto no operó como una garantía a que no se produjera una desigualdad económica en cuanto a la distribución de la renta (sumado a una falta de justicia social distributiva mínima) para proteger a las clases más desfavorecidas, habiendo aumentado en la mayoría de los países de la OCDE y en varios países en desarrollo durante las últimas dos o tres décadas.
El 10% más rico de la población de los países de la OCDE gana aproximadamente 10 veces los ingresos del 10% más pobre. Esta brecha sigue incrementándose más aceleradamente y la actual situación pandémica, no permite anticipar un cambio de tendencia, debido a la destrucción de puestos de trabajo, cierres de empresas y una gran incertidumbre que el coronavirus ha instalado en nuestras vidas.
A fines de la década de 1980, el 10% más rico ganaba aproximadamente siete veces los ingresos del 10% más pobre (OCDE, 2014).
Si se tiene en cuenta lo que establece la tesis de Kuznets (la curva de Kuznets) por la cual la desigualdad aumenta en la fase inicial del proceso de desarrollo y luego disminuye a medida que las economías se enriquecen, lo que no parece que se haya producido una evolución similar en estos años en la OCDE. Por eso, en una revisión mucho más contemporánea de este fenómeno, fue Tomás Piketty que sostiene que la desigualdad vuelve a aumentar cuando los países alcanzan una etapa avanzada de desarrollo. O sea, mucho desarrollo y globalización que terminan siendo un boomerang para las clases medias y obreras, ya que el comportamiento de los salarios ha seguido siendo una variable de ajuste permanente, cuando no, el incremento del desempleo como ajuste constante de las crisis económicas, porque en sí mismo, el empleo lo es.
Este nuevo paradigma, al que algunos denominan "capitalismo financiero", se caracteriza por una fuerte dependencia del sector financiero, por la globalización e intensificación del comercio internacional y la movilidad del capital y por la "flexibilización" del mercado laboral.
En este contexto, la desigualdad del ingreso aumentó porque el trabajo, que es el factor de producción más importante para el ingreso, es visto por el enfoque del lado de la oferta como un coste que debe comprimirse más que como una parte fundamental de la demanda agregada que debe expandirse. En la era del capitalismo financiero, las relaciones trabajo-capital están cambiando y, en la mayoría de los casos, el trabajo representa la parte más débil.
Hasta aquí estamos viendo y al menos comprendiendo que globalizar la economía de las naciones del orbe, al menos hasta hoy, es como un traje hecho a medida, pero cuando el sastre lo está probando al cliente, tiene tal cantidad de defectos y aspectos que no fueron previstos cuando se tomaron las medidas y se eligió la tela y el color, que prácticamente no es ese traje que el cliente había comprado, lo que le llevará a desecharlo por completo o hacer los cambios pertinentes. En la globalización ya no se puede descartar lo que no nos gusta porque ya ha ocurrido. Lo único que pueden hacer los líderes políticos y empresariales mundiales es rediseñar el traje que 7.600 millones de habitantes del planeta deberán probarse y sentir la sensación que les calza bien, que se ajusta a su silueta, que es del color y textura que satisface al cliente y que puede pagar su precio. Lamentablemente aún no se están dando las condiciones mínimas para que esa cantidad de habitantes de la tierra puedan todos tener la sensación de compartir de manera justa y equitativa su traje.
Y además, un pequeño detalle: un buen traje se lleva con unos zapatos de calidad acorde. En el presente, en caso que los trajes llegasen a los 7.600 millones de ciudadanos del globo, qué porcentaje podríamos decir vestirá su nuevo atuendo sin zapatos. Desde ya que será muy alto.
José Luis Zunni es director de ecofin.es y vicepresidente de FORO Ecofin. Coordinador académico de e Latam Management & Economía de media-tics.com y vicepresidente de DEMUESTRA.COM. Conferenciante. Ponente de Seminarios de Liderazgo y Management. Autor de ‘Inteligencia Emocional para la Gestión. Un nuevo liderazgo empresarial’, coautor de ‘Liderar es sencillo. Management & Liderazgo’, coautor con Ximo Salas de ‘Leader’s time (Tiempo del líder)’ y coautor con Salvador Molina y Javier Hernando de “El cubo del líder”.
Rubén Eduardo Bianco es Ing.Industrial y agrimensor. Experto analista financiero internacional. Responsable del desarrollo de nuevos negocios para el Cono Sur de DEMUESTRA.com y miembro del comité académico de e Latam Economía de media-tics.com