¿Eres una persona que durante todo el día se está diciendo a sí mismo…¡qué ocupado estoy!? ¿Están tus días cubiertos totalmente de reuniones, algún que otro proyecto o quizás ese trabajo de equipo en la empresa que no está funcionando como debería?
Es evidente que siempre afloran los problemas urgentes, aunque no sean los importantes. La clave está en saber priorizar los unos de los otros. Especialmente si se trata de asuntos familiares y personales, que tenemos cierta tendencia a minorizarlos, porque vivimos inmersos en la firme creencia que quiénes nos quieren y aguantan, pueden esperar. Craso error, que termina deteriorando de manera silenciosa cualquier relación.
Esta forma de conducirnos en la vida, (era el mal del siglo XX y lo sigue siendo en el XXI) deja muy poco tiempo para descansar y rejuvenecerse. ¡Que sí! Lo digo otra vez: sentirnos jóvenes, pero especialmente serlo, lo cual la mente y nuestra actitud tienen un rol fundamental.
A medida que transcurren los días, como seguimos en la vorágine impuesta por cada jornada con una agenda imposible, se empieza (es normal…no te preocupes) a sentir cierto nivel de desilusión.
Empiezas…sí…empiezas a estar desilusionado. Yo diría que el término que mejor nos define en ese preciso instante es “desesperanzado”.
Cuando perdemos la ilusión por hacer o conseguir aquellos objetivos y metas a las que tantas veces nos referíamos y con las cuales seguramente hemos soñado.
Entonces aflora una pregunta: "¿Para qué es todo esto?". Pero el pensamiento desaparece tan pronto como llega. Porque regresa a nuestra mente el peso de la rutina, tan destructivo si no se es consciente de que tenemos un propósito en la vida.
Y volvemos a preguntarnos ¿estoy convencido que debo tomarme un tiempo, al menos de entre media y hora al día para mí…para mejorar física y mentalmente?
Generalmente, cuando dejas que el peso de tu agenda se imponga, terminas rindiéndote a la diaria jornada sin altos ni descansos. La inercia que como un peso en la cabeza nos hace inclinar frente a lo que ya consideramos inevitable. Que no podemos hacer otra cosa más que seguir haciendo lo que hacemos. Y este es el camino directo a caer en una buena depresión.
Cuando nuestras responsabilidades y tareas nos hacen empujar y seguir empujando, entramos en la fase de agotamiento por los efectos del estrés.
¿Cuál es la buena noticia?
Que no tienes que tomarte 30 minutos de tu día para rejuvenecer. Puedes hacerlo en 5 minutos. Esas técnicas de respiración profunda, meditación y sencillamente caminar, con la mente en blanco y sintiendo que estamos renovando el oxígeno de nuestros pulmones, al mismo tiempo que renovando nuestras ideas y pensamientos, son muy reparadoras. Además, son gratis. Y te aseguro, que son una forma de sentirse más joven.
De ahí, cuando uno llega a un punto de agobio en la rutina, suela decir, “voy a tomarme un café y dar una vuelta”.
Aunque esto no necesariamente lo hacemos cuando deberíamos hacerlo, evitando entonces llegar al punto máximo de aguante, lo que nos lleva inexorablemente al agotamiento físico y mental.
Las señales que debemos saber interpretar
Cuando sonreímos y sentimos que nuestra cara refleja una sonrisa hacia los demás (aunque estemos solos), comenzaremos a sentir los efectos de esta simple acción en segundos. Tu estado de ánimo y tu actitud, darán un giro sorprendente, casi sin que te des cuenta. De pensamientos negativos que te agobian a los positivos que nos hacen ver una luz al final del túnel.
Del mismo modo, estamos tan acostumbrados a los ruidos, sea en la calle o en la misma oficina, porque es lo que nos rodea y no podemos evitarlo. O nos adaptamos a él o nos consumirá por dentro sí dejamos que nos afecte.
Por ello, si nos percatamos de cuánto eleva el nivel de estrés el ruido con el que convivimos a diario, es ese preciso instante en el que deseamos tener al menos, un momento de silencio. Sin embargo, todavía nos resulta difícil sentirnos cómodos con él. Sentimos como que no estamos haciendo algo (sentido de culpa) y que nuestra propia agenda es la que nos está impulsando a no sentarnos siquiera cinco minutos y pensar…o simplemente, como se dice coloquialmente…RESPIRAR.
No debemos huir del silencio, sino aprender a buscarlo y beneficiarnos de su increíble poder.
Advirtiendo tan sólo estas dos señales, por citar algunas de las que debemos saber interpretar, estamos empezando a hacer lo que no hacíamos: descuidar una parte integral de nuestro bienestar: la salud emocional.
Y el ciclo de estrés-pérdida de salud emocional hay que revertirlo para que sea estabilidad emocional e inhibición del estrés o bajarlo a niveles aceptables para nuestra vida diaria. Para que no tenga consecuencias en nuestra salud física y mental.
Nuestras autoculpas
Tenemos la tendencia natural a culparnos a nosotros mismos por no haber obtenido los resultados que esperábamos o no haber hecho lo suficiente. También, a seguir manteniendo el arrepentimiento por cosas del pasado ya superadas pero que siguen pesando en nuestra memoria.
Cuando estas percepciones nos invaden y se interponen en nuestro camino, es mejor interceptarlas, identificarlas y hacer un buen diagnóstico de qué es lo que aún nos agobia e incluso trastorna.
Life Coaching
Recurrir a otra persona en busca de ayuda y consejo no es nada malo. Sí aún lo crees, es que algo no has comprendido de lo que realmente es bueno para la salud mental y consecuentemente, para nuestro estado físico, porque afectar lo afecta.
Independientemente de las modas que se puedan atribuir en diferentes épocas de la vida que nos ha tocado vivir, lo que hay que saber distinguir son aquellas cuestiones que trascienden lo que puede ser chic o guay, porque están formando parte del sustrato de seres humanos que somos y de la manera en que nos relacionamos.
Cuando escuchas de alguien próximo, por ejemplo, un compañero de trabajo que te dice: “si estás abrumado por todo lo que has pasado, a veces es necesario que alguien realmente te escuche, te vea y te haga sentir que no estás tan sólo, para avanzar más en el camino de superar ese malestar que te hace estar tan deprimido”, no debes molestarte ni recurrir a la tan habitual respuesta de “yo no creo en eso” o peor aún…”yo no lo necesito”. Justamente, cuando se quiere demostrar la capacidad de prescindir, es cuando más lo requiere nuestra mente.
Vivir el presente y no estar siempre planificando el futuro
Es un error que todos cometemos. Estamos tan pendientes del futuro que nos olvidamos del aquí y ahora. Ese hoy al que le “robamos” la atención, los sentimientos y que no nos permite detenernos, respirar y sentir nuestras propias emociones.
¿No crees que es necesario que te sientes y hables contigo mismo? ¿No te parece mejor que afloren esos sentimientos, que incluso pueden hacerte llorar?
Si descansas, te relajas y también empiezas a reflexionar primero y mediar después, es muy probable que estés haciendo una catarsis de tus culpas, emociones y sentimientos que te harán sentir más liviano (lo que se dice habitualmente “con mejor cuerpo), pero que seguramente será el inicio de un cambio de actitud de tu parte hacia cómo debes enfrentar el día a día, a esa terrible agenda que te controla y te afecta.