Desde que, allá por 2007, Steve Jobs presentase el dispositivo definitivo, uno que aglutinaba en un reducido tamaño absolutamente toda la tecnología que necesitábamos en nuestro día a día, el mercado de los smartphones no ha hecho más que crecer. De hecho, la propia compañía de Jobs, Apple, ha logrado convertirse en la más valiosa del planeta, ostentando récords como los más de 240.000 millones de dólares que tiene en caja (aunque con reservas y puntualizaciones al respecto). El legado de Jobs ha sido haber inventado el teléfono inteligente, que en realidad es un ordenador en miniatura conectado a Internet.
Esa es, de hecho, la clave del invento. Se estima que casi 4.000 millones de adultos tienen un smartphone en el mundo, sobre un total de 5.500 millones. Eso significa que la práctica totalidad de los adultos del planeta poseen un smartphone, independientemente de sus características (la básica la cumplen, que es tener acceso a Internet). Un mercado que ha crecido durante una década a razón de cientos de millones de unidades vendidas cada año. El número parece haberse estabilizado en 1.400 millones de terminales nuevos cada 365 días. Y ahí está el problema para la industria, en que las ventas se estabilizan o ralentizan precisamente porque no queda mucha más gente a la que venderle un smartphone. Sobre todo si tenemos en cuenta que la mejora de los terminales de los últimos años permite que se pueda alargar su vida útil. De hecho, se estima que 2.800 millones de personas cambian de smartphone cada dos años, lo que implica que se venden 4.200 millones de terminales nuevos cada tres años.
Entre las razones para alargar la vida útil del smartphone están la creciente posibilidad de repararlo o reacondicionarlo, lo que permite que, por ejemplo, un simple cambio de la batería asegure un par de años más de uso de un móvil potente. Asimismo, en los últimos años apenas se han visto mejoras significativas en los nuevos modelos de las principales marcas, más allá de mejoras cosméticas o pequeñas innovaciones, como el aumento de la autonomía o mayor resolución de cámaras y pantallas.
No obstante, los smartphones sí han vivido una revolución a nivel de software, sobre todo. Porque es ahí donde se está jugando la partida, una en la que los contenidos (lo que podemos hacer con el móvil) se antoja la siguiente gran frontera: una vez vendido el teléfono, la lucha será monopolizar lo que los usuarios hagan con él.
Pero el gran papel que tiene la industria smartphone por jugar es la de convertirse en la base de las tecnologías del futuro. Puede que los teléfonos inteligentes hayan llegado a un punto en el que es difícil mejorar sus capacidades a corto plazo, pero nada impide que puedan hacerlo fuera de sí mismos. Para ello, hay que entender el smartphone como un punto de conexión entre el humano y otras máquinas, una tendencia que empieza a salir a la luz. La esperada llegada de la domótica a gran escala, el cuidado de la salud mediante dispositivos wearables, la revolución en el transporte o la explosión del Internet de las Cosas convierten al smartphone en la puerta de acceso a estas realidades. Por eso, precisamente, el mercado tiene por delante un futuro brillante, a pesar del cansancio en las ventas. Simplemente hay que poner el foco en algo más que vender teléfonos, sencillamente porque un smartphone no es un teléfono. Es mucho más que eso, aun siendo eso.
Si juntamos el hecho de que casi todos los adultos del planeta tienen un smartphone y que estos servirán como puerta de entrada a las tecnologías del futuro, podemos contestar a la pregunta del titular: que se vendan menos smartphones es esencialmente bueno precisamente porque implica que la gran mayoría de la población mundial está conectada, con las capacidades y oportunidades que ello implica en todos los ámbitos imaginables, y, además, preparada para asumir lo que está por llegar. Que se vendan menos smartphones significa que vivimos en un mundo un poco menos desigual. Solo un poco menos, sí. Pero por primera vez en la historia, casi todos estamos en la casilla de salida al mismo tiempo. Y eso es bueno para el mundo.