De esta belleza de poema de Neruda que se titula “Oda al día feliz” he extraído unos versos que dan vida a mi aportación de hoy. Esta primera parte del poema vale la pena leerlo una y otra vez:
“Esta vez dejadme
ser feliz,
nada ha pasado a nadie,
no estoy en parte alguna,
sucede solamente
que soy feliz
por los cuatro costados
del corazón, andando,
durmiendo o escribiendo.
Qué voy a hacerle, soy
Feliz”.
Le voy a pedir un favor a mis lectoras y lectores. Deténgase un momento…hagan un alto en sus tareas y modestamente déjense transportar para que juntos podamos, al menos en parte, comprender un poco más qué es la felicidad y qué la alegría.
Si nos ponemos en contexto, una condición imprescindible que todo ser humano quiere vivir es la de bienestar supremo y buen ánimo. Esto se reduce a bienaventuranza, dicha, alegría y felicidad. No es sólo cuestión de poder y dinero, de posición y reconocimiento por lo que se hace, sino sentirse bien por lo que se es, se hace y se piensa de uno.
Ese “sentirse bien” es un sentimiento primario (porque es fundamental para sobrellevar nuestra existencia), y sobre esta columna se apoyan la alegría y la felicidad, porque hemos logrado sentirnos bien con nosotros mismos, con los que nos rodean (más y menos cercanos) y por supuesto con nuestro entorno. Cuanto más sepamos de éste, cuánto más preparado estemos para comprenderlo e interpretarlo, menos sustos y malos tragos no deparará, lo que esto por sí sólo implica una cierta estabilidad emocional que nos facilita la capacidad de adaptación al medio y las circunstancias.
Ser flexibles pero sin perder nuestro objetivo. Ser comprensivos y compasivos sin dejar de ser justos y equidistantes. En suma, la felicidad y la alegría convergen como vasos comunicantes en tanto y en cuanto, seamos capaces de configurar nuestro espacio, sentirnos cómodos con él, no quejarnos innecesariamente de cómo están siendo dadas las cosas (caso de los temas laborales), siempre y cuando estemos abrigando la esperanza de cambio y mejora por la que estamos luchando.
La lucha en sí misma debe generarnos cierta alegría, porque sabemos que tenemos una meta y que estamos esforzándonos al máximo para llegar, aunque siempre cumpliendo con nuestros principios y valores.
La felicidad no se compra ni la alegría se hereda. Ambas son un sentimiento que por separado y en conjunto experimentamos de manera consciente y también inconsciente. Aquellas pequeñas cosas que nos hacen sonreír, nos mantienen esperanzados en algo que estamos esperando suceda, o que determinada situación complicada a nivel personal o laboral termine, etc.
Henry David Thoreau (1817 - 1862) escritor, poeta y filósofo estadounidense, afirmaba con una vehemencia fuera de lo común el siguiente pensamiento que guiaba su existencia: “estoy agradecido por lo que soy y tengo. Mi acción de gracias es perpetua. Es sorprendente lo contento que uno puede estar sin nada definido, sólo un sentido de existencia. Bueno, cualquier cosa por la variedad. Estoy listo para probar esto durante los próximos diez mil años y agotarlo”.
Sin duda irradia unas felicidad completa, pero al mismo tiempo no exagerada. Es medido, sobretodo agradecido y este agradecimiento y sentido de deuda permanente por lo que la vida le había dado, aflora su sentimiento de alegría y felicidad que se manifiestan de diversas maneras.
La felicidad es externa. Se basa en situaciones, eventos, personas, lugares, cosas y pensamientos. Ser felices tiene una dependencia directa hacia las personas que amamos y queremos. Amar a nuestro núcleo duro y querer a los más próximos. Nos viene dada la felicidad como sentimiento que experimentamos, aunque generada por nuestra capacidad de entrega y renunciamiento.
Sin dar no se recibe. Sin recibir no hay felicidad que se genere por sí sola. Está íntimamente vinculada hacia otras personas (en primer lugar) y a otras cosas, todas aquellas por las que luchamos o simplemente por las que nos produce satisfacción compartir, tener cerca, disfrutar, etc.
Felicidad y esperanza están conectadas. Pueden compartir a veces un largo recorrido del camino que estamos transitando en nuestras vidas. Pero sin duda, está vinculada muy especialmente a una o más personas por los que la vida nos vale la pena vivirla. Por lo que luchamos y para qué luchamos.
También es cierto que la felicidad tiene raíces en el pasado que nos condiciona el futuro. Pero para sentirnos alegres, expresando esos momentos de alegría que debemos multiplicar día a día para poder disfrutar de una felicidad duradera, tenemos que ser conscientes de comprender que el presente pasa y hay que vivirlo y bien.
Encaminar el futuro requiere gestionar bien el presente. La alegría de muchos momentos nos ayuda a configurar esa felicidad que queremos mantener como una constante, en valores razonables, vinculada a los seres queridos, cosas y otras personas que nos importan, alineándose en una cadena de expectativas que iremos cumpliendo a plazos. Es el futuro.