Las normas están bastante claras: los drones no pueden sobrevolar determinados lugares estratégicos, bajo multas o penas que ya están presentes en los ordenamientos jurídicos de decenas de países. El exponencial crecimiento y popularización de los drones ha obligado a los legisladores a buscar la forma de controlar una realidad que hasta ahora no pasa de un juguete o una herramienta de trabajo muy especializada. Pero los problemas que recientemente ha sufrido el londinense aeropuerto de Gatwick (recordemos: cierre de las pistas varios días, más de 100.000 personas en tierra y 700 vuelos cancelados debido a que varios drones sobrevolaron las instalaciones) han llevado a muchos expertos en diversos sectores a hacerse preguntas sobre las consecuencias reales para la seguridad de un incidente de estas características -o mayores-.
Al margen de las pérdidas económicas que ocasiona un evento de este tipo y de las molestias para los afectados, la cuestión de la seguridad es lo que más preocupa a las Autoridades. El parque de drones disponibles en el mercado es muy extenso, y aunque la mayoría son simples juguetes, existen aeronaves de este tipo que pueden llegar a pesar más de 100 kilos. No hay que olvidar que ejércitos de todo el mundo cuentan con drones capaces de transportar misiles o de levantar varias veces su peso (algunos, por ejemplo, hasta 300 kilos). Por lo tanto, un dron de juguete difícilmente causaría rasguño alguno a un avión comercial en caso de que llegasen a impactar, pero existen drones que podrían comprometer seriamente la seguridad de un vuelo y de sus pasajeros. Si a esto se añade la posibilidad de adosar explosivos al dron en cuestión, mejor no imaginarse el peligro. En lugares como Iraq o Afganistán es frecuente que los grupos terroristas que combaten los ejércitos occidentales utilicen drones para atacar las bases militares con explosivos. Incluso en Venezuela se produjo, el pasado verano, un ataque con drones equipados con material explosivo teóricamente dirigido a acabar con la vida de Nicolás Maduro.
Si bien estas posibilidades son en la actualidad remotas, dado que los drones capaces de suponer un verdadero peligro son difíciles de obtener, ocultar y manejar, y fáciles de descubrir, existe un peligro al alcance de cualquiera: puede que un dron de juguete o para aficionados al aeromodelismo no represente ningún peligro para un avión comercial pero ¿y un ejército de drones? Si en lugar de perpetrar un ataque con un único dispositivo se utilizan varias decenas con vuelo coordinado y enfocado a impactar contra un motor o una zona sensible del fuselaje de un avión, ¿qué podría suceder?
Aunque los aviones están diseñados para soportar impactos contra objetos de una envergadura considerable, apenas existen estudios sobre la resistencia de las aeronaves comerciales actuales frente a un impacto contra una maraña de drones. El problema no es ese, sino que tampoco existe la forma de evitar un hipotético ataque de estas características. Se ha demostrado en el aeropuerto de Gatwick, donde un país como el Reino Unido ha sido incapaz de contar con los medios necesarios para evitar que unos pequeños objetos voladores hayan puesto en jaque a una infraestructura crítica. Aunque acaban de anunciar medidas para reforzar su seguridad y evitar un sabotaje similar, el caso no está ni mucho menos solventado, aunque al menos pondrá en marcha una maquinaría de ingeniería y control de la seguridad que trabajará a destajo para hallar la forma de evitar que los vuelos comerciales estén en peligro a causa de unos improvisados compañeros de altos vuelos.