La maquinaria punitiva europea no deja de batir sus propios récords. Muy comentado fue el palmarés que lidera Apple desde que la Unión Europea impusiera a los de Cupertino una multa de 13.000 millones de euros por tributar a través de Irlanda sus ingresos en Europa. Aunque aquello tenía un origen fiscal, y no industrial, puede que al final se esté mezclando todo, sobre todo desde que los Estados europeos se han plantado ante las supuestas virguerías financieras de los gigantes tecnológicos estadounidenses.
No es de extrañar que en una década hayan pasado por caja Intel (1.060 millones de multa en 2009 por expulsar a sus competidores del mercado), Facebook (110 millones por proporcionar información "incorrecta o engañosa" sobre la compra de WhatsApp) o Microsoft (280 millones en 2006 por temas relacionados con sus servidores y reproductores multimedia). La propia Google es veterana en esto de las multas europeas y ya fue condenada a pagar más de 2.000 millones de euros el año pasado por beneficiar en Google Shopping a sus propios servicios en detrimento de la competencia. Los 4.300 millones de la nueva multa dolerán a Google más en el espíritu que en el bolsillo, habida cuenta de que se le imputan unos 88.000 millones de euros en caja.
Sus beneficios en 2017, sin embargo, superaron los 5.000 millones de dólares (unos 4.300 millones de euros...). Visto así, puede que duela un poco más. Máxime cuando puede que no sea la última multa: la competencia se ha erigido como la Espada de Damocles de las tecnológicas. Su inmenso y creciente poder ya casi ilimitado se ha convertido en un arma de doble filo que les ha hecho gobernar el nuevo mundo mientras se enfrentan al viejo. Ahora le ha tocado el turno a Android, el sistema operativo que Google compró en 2005 y que ahora utilizan 8 de cada 10 móviles inteligentes en el mundo.
Explicar el éxito de Android es relativamente sencillo: se trata de un sistema abierto y personalizable que cualquier fabricante puede utilizar para sus aparatos y con la garantía de Google. Es difícil resistirse a adoptarlo, máxime cuando el público acoge de buena gana un sistema operativo móvil que ofrece millones de aplicaciones, en su mayoría gratuitas, y que es compatible con cualquier producto o servicio incluso de la competencia de la propia Google.
Tal vez la compañía californiana fuera demasiado hábil cuando decidió que el modelo de negocio de Android iba a ser la total apertura. Con ello consiguió que la práctica totalidad de los fabricantes de móviles se decantasen por su sistema operativo, aumentando de forma imparable su cuota de mercado. Que compañías como Nokia, Microsoft o Amazon quedasen fuera del mercado móvil por intentar implantar sus propios sistemas operativos como alternativa a iOS y Android supuso, quizás, la constatación de que más allá de Android apenas había oportunidades de negocio.
Los fabricantes emergentes, desde Huawei y HTC hasta Xiaomi (nótese el sabor asiático de estas compañías para comprender el papel que ha jugado el continente en la expansión de Android a todos los niveles, desde la gama alta hasta los terminales low cost) no dudaron ni un instante en integrar Android en sus aparatos. Algunos de ellos lo modificaron, creando una versión propia perfectamente compatible con el espíritu de Google. Por eso a muchos extraña que la Unión Europea hable de posición dominante simplemente porque Google preinstala algunas de sus aplicaciones (11) y obliga a que así sea si quieres implementar Android en tus terminales (a cambio, reciben parte de los ingresos que generan esas apps).
Si bien es cierto que dicha preinstalación obliga a formalizar la relación con Google, creando, por ejemplo, una cuenta con la compañía para poder utilizar un teléfono con Android, también lo es que algunas de ellas se pueden desinstalar y que, en cualquier caso, los usuarios que se han decantado por Android probablemente ya estén utilizando servicios como Gmail o el propio buscador.
La cuestión del bloatware debería ser debatida en profundidad porque en realidad es un mundo aparte en el ecosistema smartphone. La mayoría de las apps preinstaladas son un incordio para los usuarios, pero casi todos terminan utilizándolas en mayor o menor medida. La Unión Europea ha puesto uno de los focos que han alumbrado la multa en la obligatoriedad de que los móviles con Android incorporen una barra de búsqueda en Google. Podríamos decir que ya que se trata del sistema operativo de la compañía, lo normal es que promueva sus propios productos y servicios, ya que, a fin de cuentas, Google no es ninguna ONG.
Pero también podríamos destacar que los de Mountain View pagarán este año 3.000 millones de dólares a Apple por ser el buscador predeterminado en los iPhone. Una cifra que curiosamente se acerca a la multa europea, cuya razón de ser es dudosa de raíz: es un hecho que el poder de las Big Five pone en riesgo la competencia en el mercado, pero también lo es que los usuarios son, en última instancia, quienes han decidido que así sea. Porque puede que ya sea tarde para optar por una alternativa a Android, principalmente por el hecho de que aquellas alternativas (Symbian, Windows Phone, Firefox OS) murieron de muerte natural. El mercado es tan duro como riguroso, y expulsa del juego a quienes no están a la altura mientras encumbra hasta el infinito a quienes saber oler las necesidades del público y no dudan en cubrirlas. El dinero que obtienen permite hacer el resto y perpetuarse en el trono. Al menos hasta que surja un nuevo rey, algo que, como hemos visto en más de una ocasión, a veces solo es cuestión de tiempo en el mundo tecnológico.