Con frecuencia no son necesarias las palabras en momentos en los que esa belleza nos sobrecoge, porque la extrañeza es la responsable de nuestro silencio. Disfrutamos en silencio de la belleza, sea de la obra que admiramos o de la compañía de la persona con la cual queremos estar.
E dgar Allan Poe (1809-1849) fue un escritor, poeta, crítico y periodista romántico estadounidense, a quien se reconoce como uno de los maestros universales del relato corto, y muy especialmente se le considera el inventor del cuento detectivesco.
Poe afirmaba que “las palabras no tienen el poder de impresionar a la mente sin el exquisito horror de su realidad”, porque era demasiado agudo y profundo como para no darle el valor que tienen las palabras de verdad. Las palabras pueden cambiar el mundo…¡qué duda cabe! La honestidad de una palabra puede horrorizarnos ante tanta dosis de realidad a la que con frecuencia no estamos predispuestos a aceptar de buena gana.
Al mismo tiempo, Poe nos dice que “la belleza de cualquier tipo, en su desarrollo supremo, invariablemente excita al alma sensible hasta las lágrimas”. Porque la belleza termina siendo una expresión del alma, forma parte de las emociones que nos tocan la fibra íntima…nos hacen llorar, pero también nos permiten renacer.
Como tantos otros intelectuales de su siglo, precisamente la fortuna no era lo que le caracterizaba. Lo dejaba claro al afirmar que “no he ganado dinero. Ahora soy tan pobre como siempre lo fui en mi vida ... excepto en la esperanza, que de ningún modo es financiable”. En otros términos, para Poe y la gran mayoría de personalidades de la cultura, el factor económico no era relevante, aunque sí condicionara sus vidas. Creían en la libertad de pensamiento sin condiciones que de algún modo, el poder del dinero influye y modifica incluso formas de pensar y hacer. Pero no la independencia de criterio del poeta o el escritor genuino, que cree tener una visión…un llamado hacia esa corriente de palabras e ideas que construyen una historia al que todos terminan saboreando.
Su sentido de libertad de pensamiento probablemente sea el epítome del pensamiento libre, tanto en verso como en prosa. Lo refleja también de manera simple pero profunda al afirmar que “todo lo que vemos o es visto no es más que un sueño dentro de un sueño”, pero dando lugar a que aceptemos una vez más los lectores las fantasías, pensamientos y reflexiones sin cortapisas, como exponente serio de lo que debe entenderse por literatura. La construcción de la ficción en una novela es parte de la vida que tanto el escritor como sus lectores en algún momento han querido vivir, o al menos saborear el placer intelectual de emular las aventuras del personaje.
En esa búsqueda de la libertad de expresión constante de emociones y sentimientos, Poe sostiene que “los límites que dividen la vida de la muerte son, en el mejor de los casos, sombríos y vagos. ¿Quién dirá dónde termina uno y dónde comienza el otro?”.
No nos llama la atención cuando una y otra vez se escuda ante los hombres que le llamaban loco, utilizando de parapeto la pregunta aún no resuelta (según él), de si la locura es o no es la inteligencia más elevada.
Cada vez que reviso mis lecturas de autores clásicos, encuentro siempre una nueva percepción…un descubrir que no había advertido la vez anterior. ¿Es la captación de la belleza que subyace en el arte y la cultura? Pues va a ser que sí…porque siempre nos atrapa cada vez más cuanto más la admiramos. Podemos comprenderla mejor o peor, pero no somos capaces de imaginar un mundo sin belleza ni expresiones de la cultura, que son en definitiva, como diría Carl Sagan que “la civilización subyace en el lóbulo frontal de nuestro cerebro”, porque es de ahí desde dónde se teje la historia cada día.
Poe influyó en muchos de sus contemporáneos, como Jorge Luis Borges o Julio Cortázar. Pero el mayor de los méritos de un autor es su permanencia en la cultura y conocimiento colectivo, formando parte de esa “piedra de rosetta” que nos permite descifrar el presente y el devenir, de sociedades cada vez más tecnológicas y al mismo tiempo poco preocupadas porque la cultura sobreviva al avance imparable de la tecnología.