Alexis Carrel (1873-1944) fue un biólogo, médico, investigador científico y escritor francés. En 1912 fue galardonado con el premio Nobel de Medicina. Como tantos otros premios Nobel de las ciencias, se caracterizó por pensamientos directos, concretos e incluso con frecuencia, pareciera que están desprovistos de emociones, aunque en realidad su alcance llega a la fibra más íntima.
Es el caso, por ejemplo, cuando afirma que “aquellos que desean elevarse tan alto como lo permita nuestra condición humana, deben renunciar al orgullo intelectual, a la omnipotencia del pensamiento claro, a la creencia en el poder absoluto de la lógica”. Todo un Nobel de medicina sosteniendo que hay momentos en los que hay que hacer prevalecer los sentimientos y la dosis de humanidad necesaria que se supone caracteriza a nuestra especie. Reitero: ¡se supone que nos caracteriza!
Un buen mensaje para los líderes actuales, cuando por ejemplo, en el drama humano que significan los refugiados que a miles se rescatan de la muerte en el Mediterráneo, se esgrimen cuotas y formas de distribución en Europa más próximas al uso y manejo de variables marco-económicas que a la realidad de la pobreza que golpea a nuestras puertas. Nos está advirtiendo de que no podemos encerrarnos en la Unión Europea sin hacer nada al respecto.
De ahí que la contribución al desarrollo en los países más pobres en todas sus facetas, sea un pieza esencial para disminuir la cantidad de personas desesperadas que prefieren arriesgar la vida a seguir viviendo vidas que la pobreza, enfermedades y absoluta falta de oportunidades, las ha convertido en miserables y sin valor alguno en sus respectivos países de origen. ¡Qué desperdicio de la condición humana! ¡Qué falta de sentimiento de culpa de los países más poderosos!
Bien cabría en el fenómeno de los refugiados el pensamiento de Carrel sobre la renuncia al orgullo de sociedades avanzadas y de los logros obtenidos, si de ellos no se deriva una acción eficaz que evite el sufrimiento humano en otras regiones del planeta, o peor aún, a escasos metros de nuestras costas que es lo que está ocurriendo.
Carrel cree que “el hombre no se puede reconstruir a sí mismo (hoy hablaríamos de reinventarse) sin sufrimiento, porque él es simultáneamente el mármol y la escultura”. También dice que “la vida salta como un géiser para aquellos que perforan la roca de la inercia”, apelando a la actitud y la acción, jamás el renunciamiento, la cobardía o no hacer nada.
Carrel sostiene que es mucho más importante la calidad de vida que la vida en sí misma y vaya verdad que es, cuando vemos que mil millones de personas en el mundo viven en el umbral de la pobreza (menos de un dólar al día) y no cuentan con agua potable. Y para ello podemos redondear con otro de sus pensamientos cuando dice que “aquellas cosas que no son medibles (no sujetas a medición como los sentimientos, el dolor ajeno, etc.) son muchas más en cantidad que aquellas que sí pueden ser cuantificadas”.
En realidad, el gran intangible humano que representamos hombres y mujeres del mundo sólo con nuestra presencia, debería ser más poderoso y motivar las acciones políticas necesarias para que puedan evitarse justamente todo ese sufrimiento, peripecias y calamidades que a diario sufren millones de seres en todas las latitudes.
Carrell como casi todos los grandes científicos era un escéptico, pero el escepticismo no está desprovisto de una mayor aproximación a la verdad que un exceso de optimismo, o lo que es menos aconsejable, un optimismo estúpido.
Afirmaba que un poco de observación y mucho razonamiento (análisis) podían conducir al error; muchas observaciones y poco razonamiento (análisis) podía llevarnos a la verdad. ¿Qué quiere significar? En realidad la insistencia en la ecuación prueba-error de los científicos (o sea la evidencia empírica) finalmente va a prevalecer para establecer cuál es el comportamiento de una determinada variable.
En el ámbito de las ciencias sociales, mucho más difícil de medir aún que en los tubos de ensayo en laboratorio, los miles de observaciones no hacen más que reflejar los comportamientos y conductas humanas predeterminando sus propias reglas de juego que antes o después son tenidas en cuenta en la legislación vigente en un país.
En suma, cuando se legisla, lo que se ha hecho es poner nombre y definir una cuestión que atañe a una sociedad y que es ese gran intangible que Carrel afirma no se puede medir pero que en los hechos es la medida más importante para comprender los movimientos sociales y actuar (medidas de política) en consecuencia.